“Homópolis”, cortometraje de animación de Víctor Álvarez


Por Don Quiterio

El desarrollo de “Homópolis” (2013), una pieza animada para adultos de ficción científica, dirigida por Víctor Álvarez y estrenada recientemente en el espacio Fnac, responde a estados energéticos, hipnóticos, desde un ritmo interno, metálico, que pertenece a unos impulsos y unas coordenadas ajenas al tiempo vital, de correlación espacial.

La narración llega como en los sueños o los recuerdos, y nos previene de la tormenta que anuncia el prólogo, desafiante a la furia existente, al movimiento histérico, como si se reivindicara el tiempo del subconsciente por encima del tiempo social, anteponiendo los sobresaltos a la emoción respirada.


Siempre fascinado por el cine, Víctor Álvarez (Zaragoza, 1973), licenciado en bellas artes y autor también del magnético “Peepshow” (2011), se forma como animador en Madrid, ciudad en la que trabaja asimismo como diseñador y director de arte, unas disciplinas que desarrolla y amplía en Nueva York o Santo Domingo. Ahora, con “Homópolis”, inspirado en el cine mudo, el constructivismo ruso, la animación gráfica y el cine de impacto (en la línea de un Brian de Palma), Álvarez propone un cortometraje de animación duro, adusto, cargado de violencia, pero no exento de lirismo, que recuerda al Fritz Lang de “Metrópolis” y, por extensión, a todo un tipo de corriente expresionista alemana.


Estamos, pues, ante un relato de animación seco, intenso, incisivo, desnudo, sin concesiones de ningún tipo. Un mundo inmoral, donde las garras de los personajes metálicos desangran a sus contrarios, en el que se crea una atmósfera de desasosiego e inquietud permanentes. Un mundo inhóspito, cruel, dominado por una violencia descarnada y la más absoluta falta de moral y de principios, que propone una suerte de partida de ajedrez, con los ángeles, los blancos y los negros. Los peones negros acosan, derriban, intentan mimetizar al ángel blanco. El ser blanco impregna de su rojo al ojo que todo lo ve. La jugada, al fin y al cabo, habla de la fragilidad. ¿Realmente somos tan frágiles? ¿Nos pueden mimetizar? El señor blanco se encuentra con los señores negros. Diez peones negros se comen al rey blanco. Su poder transmite un rayo de luz roja. Y la sangre avanza, inexcusable.


Víctor Álvarez manipula a la vista sus micromundos, sus reinos remotos, sus seres acorralados, sus soledades, contagios y nocturnidades, donde la música crea un espacio sonoro sobre el que operan las reminiscencias, la historia y la histeria, esas formas fantasmales, esos mundos perdidos, reencontrados, aquí y allá, con máquinas, alienígenas o superhombres, sublimados, resueltos desde la crueldad, el rojo sangre, desde lo primario también, pero que surge de una mirada a lo urbano, a las luces y oscuridades de nuestras ciudades vividas o imaginarias, en donde no hay vida humana, sino formas, cómics, y esas sombras que atraviesan el espacio, moviendo las figuras como espectros.


Un cuento tecnológico, erótico y sexual, de marcada línea gay, al que le falta, empero, ajustar un guion no del todo estructurado, más confuso que complejo, más contradictorio que soberano. Un juego de ajedrez, decía, donde la narrativa se extiende en una suerte de tablero sobre el que se van reproduciendo las imágenes animadas, y un mundo de autómatas, de superhombres, contado con silencios, músicas abruptas, ruidos, volúmenes transformados que se debe completar en la cabeza de cada espectador.


Tenemos una gran capacidad para hacer el bien y ser felices con las personas que amamos, pero, también, somos frágiles para caer en el mal y en la autodestrucción. Las pasiones nos ciegan, la ambición lleva a cometer errores, la vanidad nos pierde. Nos dejamos llevar por estereotipos y simplificaciones que sirven para corroborar los propios prejuicios. Como dicen los evangelios, quien esté libre de culpa que tire la primera piedra.


Todo esto lo sabe muy bien Víctor Álvarez, que forma un explosivo cóctel en esta breve animación de ciencia ficción, lleno de contradicciones, en donde el despotismo, la culpa, la sangre, la violencia o la homosexualidad emergen en un simbolismo representado por los grandes poderes que engrandecen y empobrecen a la condición humana.


Hasta cierto punto, “Homópolis” parece diseccionar el comportamiento del proletariado urbano, nutrido de aspiraciones pequeñoburguesas que lo sitúa entre la alienación y la violencia, ofreciendo un peculiar desmonte del universo social y familiar, donde la supremacía del poder económico aplaca todo vestigio de integridad e inocencia, y desvela el papel perverso que el sexo desempeña en los mecanismos de humillación y dominio desencadenados por este estado de cosas. Su subversivo modelo de drama de acción animada, despojado hasta los límites de lo esencial, pondría de relieve las frustraciones engendradas por las normas sociales que destruyen toda oportunidad de amar y el sentimiento trágico que atraviesa la obra, de pasión y degradación, de un hermetismo espacial, mediante una atmósfera eminentemente sórdida.

Cuando a lo lejos se ven bolas de fuego en el cielo, cuando el horizonte se tiñe de rojo, no hay que asustarse. Pero si las bolas son pequeñas y están cerca, si brillan con intensidad en las cercanías de las casas, conviene tomar precauciones. Esas precauciones que, en efecto, toma Víctor Álvarez en “Homópolis”. Un trabajo, en fin, curioso. Una de esas cosas inclasificables que abren espacios de reflexión y demuestran la fuerza y la capacidad del cine animado para adultos por integrar todo tipo de lenguajes.

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