Por José Joaquín Beeme
http://blunotes.blogspot.it/
Pinochadas hubo de papel, como ahora de celuloide, muchas, quizá demasiadas. Quiero decir: que a un pionero le salen siempre decenas de imitadores, continuadores, secuelas, variaciones, homenajes, explotaciones.
El ambiguo muñeco de Collodi tocó su cima, y no miento, con Luigi Comencini, realizador bambinistapor excelencia, que Benigni era ya talludo y más leñoso que carne crecedera. Salvo alguna incursión rusa y nipona (Astroboy), un asunto, pues, de espina dorsal italiana (varios los cineastas menores: Antamoro, Verdini y Spano, Cenci), aunque la reelaboración fantacientífica de Kubrick-Spielberg lo situó en una dimensión internacional, trascendente. Como la canadiense, robótica Pinocho 3000. Porque los animadores, a partir de Disney que le puso sello de fábrica, merecen capítulo aparte. Aquí encaja la última pieza de Enzo d’Alò, de cuya filmografía no soy devoto pero que tiene la virtud de apoyarse, para cada proyecto, en dibujantes que puedan dar una textura y hasta un estilo distintos a las películas. Tal es el caso de Lorenzo Mattotti, excelente colorista que, con sólo una paleta de humildes ceras, crea paisajes, escenas, personajes a medio camino entre el viaje lisérgico y el universo infantil. Ya esto sería invitación bastante a entrar de nuevo en historia tan conocida. ¿Conocida? Con este crío nunca se sabe: los pinochólogos, que también abundan, se han dedicado al juego de las diferencias y han encontrado muchas, con el original y con sus precedentes. Diré sólo algunas, las más incitantes: el hada es niña, un poco bruja, de quien nuestro infante se enamora, y la zorra es una señora zorra. Placer adicional, y no menor, el de ver al último Dalla travestido de monstruoso pescador verde, histriónico como él solo, con todo su repertorio de voces, risas y efectos. Él es quien canta, y silba, el tema principal que —anche da sveglio io sogno— apela a la gran fantasía que es madre de toda la vida. Incluso de la que alienta en un tronco recién cortado.
