Décima muestra de cine en Zaragoza sobre derechos humanos


Por
Don Quiterio

El cine ha visto siempre en las complejidades de los derechos humanos un paisaje comparable al Monument Valley para contar historias que puedan transformar pequeñas cosas.

Una cámara, en efecto, no cambia el mundo, pero sí puede reflejar los laberintos y particularidades de los más desfavorecidos desde muchos puntos de vista y relacionándolo con los más diversos aspectos. El documental, de este modo, es un género que permite combinar los elementos artísticos del cine para construir conciencia ante las injusticias y a la privación de las libertades sociales. Está claro que una sociedad debe contarse a sí misma, para reconocerse, para explicarse, para no desnortarse. Como ayer. Como mañana. Como siempre.


Fiel a estos principios, se ha celebrado, este pasado mes de marzo, la décima muestra de cine en Zaragoza sobre derechos humanos, con casi una veintena de documentales que invitan a la reflexión, la denuncia y el compromiso. “La apuesta por un cine distanciado de los estándares comerciales”, afirma Luis Antonio Alarcón, coordinador de la muestra en nuestra ciudad, “y que habitualmente permanece invisible, supone también apoyar un mundo diverso, tolerante, solidario, multicultural y, en definitiva, más habitable”.

Una muestra que alza la voz en defensa de lo que muchos creen una utopía: una mayor justicia social. Una muestra que se rebela contra el racismo y la intolerancia en todas sus formas. Una muestra que pelea por la igualdad humana, por ver avanzar a la mujer, por recordar a los judíos de la trituradora nazi. Una muestra que se compromete por los valores humanistas, a través de unos documentales llenos de coraje y de acción, para demostrar que la defensa de los derechos humanos es una carrera de fondo, sin límite en el tiempo, una ofensiva que se libra día a día y en la que no caben treguas.

Esta muestra denuncia la tortura, apoya iniciativas como la inserción de los extranjeros o la distribución de ayudas a los jóvenes que viven en los barrios marginales. Esta muestra defiende los valores morales y tiene poco apego a lo material. Esta muestra habla sobre la resistencia pacífica palestina, sobre los casos de violación que se producen en el seno del ejército americano, sobre las crisis humanitarias. Esta muestra nos enseña a varios reporteros españoles, como nuestro compañero de fatigas Gervasio Sánchez, compartir sus experiencias en conflictos internacionales. Esta muestra recoge la mirada de los niños al fenómeno de la inmigración hispanoamericana a Estados Unidos y repasa los errores que la justicia ha cometido de forma deliberada. Esta muestra refleja cómo las grandes multinacionales pueden utilizar su peso económico para coartar la libertad de expresión o cómo las sociedades tratan a los inmigrantes como si fueran números en lugar de personas. Una muesta, en fin, que aboga para entrar por la ventana si te cierran la puerta.

La presencia aragonesa vino de la mano de cuatro documentales: ‘Romper el muro’ (Javier Estella y José Manuel Fandos), en torno al encuentro musical de los grupos Biella Nuei (España) y Azawan (Marruecos) en la búsqueda por traspasar barreras culturales y crear territorios comunes donde reelaborar una música a medio camino entra la tradición y la vanguardia; ‘Fuimos mujeres de preso’ (Eva e Irene Abad), trece testimonios de mujeres de los presos políticos del franquismo, víctimas de la represión de la dictadura, que transmiten las sensaciones, las luchas, los sufrimientos y los logros de una movilización que reivindica la amnistía y se opone al régimen de Franco;  y dos cortometrajes de Arturo Hortas, “Yasuní, el buen vivir’ y ‘El caso Sarayaku’, realizados después de ‘Sucumbíos, tierra sin mal’, sobre los derechos en la Amazonia ecuatoriana.

El resto de la programación estuvo representada por producciones de diversas nacionalidades, unas películas que dan a conocer las injusticias que se comenten en muchos lugares del mundo, y sirven para sensibilizar al espectador, para combatir y construir un futuro mejor: las norteamericanas ‘¿Cuál es el camino a casa?’ (Rebecca Cammiso) y ‘La guerra invisible’ (Kirby Dick); la argentina ‘El rati horror show’ (Enrique Piñeyro y Pablo Tesoriere); la sueca ‘Big boys gone bananas!’ (Fredrik Gertten); la suiza ‘Vuelo especial’ (Fernand Melgar), elegida por el público como mejor película; la rusa ‘Nosotros, los niños del siglo XX’ (Vitali Kanevski); las francesas ‘Invéntame un país’ (Catalina Villar) y ‘Nisida, crecer en prisión’ (Lara Rastelli); la noruega ‘La isla de los olvidados’ (Marius Holst); la palestina ‘5 cámaras rotas’ (Emad Burnat y Guy Davidi), que obtiene el premio del jurado joven; y las españolas ‘Los ojos de la guerra’ (Roberto Lozano), ‘Y el mundo marcha’ (Manuel Huerga) y ’15M: excelente, revulsivo, importante’ (Stéphane Grueso).

Unos documentos, cado uno a su modo, que apuestan por construir una sociedad en la que quepa todo el mundo, en la que haya diálogo y que todos podamos convivir, vengamos de donde vengamos, sin dejar de ser uno mismo. Unos documentos, efectivamente, que se preocupan por el mundo y su mejora, que se mueven a pie de los problemas de las personas, de los desprotegidos. Ya lo dice Éric Weil: “El hombre es un ser descontento, pero está descontento de su descontento”. Tal diagnóstico podría aplicarse a este décimo aniversario de la muestra de cine en Zaragoza sobre los derechos humanos, porque siempre ofrece el descontento sin aspavientos, con claridad. Y lo hace, al mismo tiempo, con un inequívoco deseo de caminar entre las posiciones radicales y las componendas reformistas que solo ofrecen, ay, provisionales parches.

Una muestra, en definitiva, que lucha por lograr que los trabajadores sean protegidos de las habituales embestidas (recortes, movilidad, mutaciones en los puestos de la producción), por hacer operativo un modelo de sociedad madura, moderna y solidaria de la que nadie quede excluido, sin olvidar, en ningún momento, el germen de utopía necesario para mantener la esperanza a contribuir a mejorar el curso del mundo. Y luchando por la elaboración de nuevos derechos con la intención de desarrollarlos. Cualquier transformación política exige la existencia de fuerzas sociales que hagan suyas las ideas críticas.

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