El patrullero de la filmo: McCarey, nobleza obliga


Por Don Quiterio

El gran Howard Hawks siempre citaba a Leo McCarey, junto con Ford y Lubitchs, como uno de los tres mejores directores del cine norteamericano.

Capra le consideraba el mejor en el terreno de la comedia. La obsesión por pensar en imágenes, por transmitir ideas mediante la máxima economía visual, está presente en toda su obra y convierte muchas de sus películas en lecciones de cine puro. El humor liberador, irreverente, a veces casi libertario y subversivo, anida siempre en sus películas de forma más o menos subterránea y es una de las características de su cine. Este genio de la comedia abandona la profesión de abogado porque “perdía todos los casos”. También minero y boxeador, se inicia en el cine en 1918, trabajando como ayudante de Tod Browning en la Universal. A partir de 1925, dirige unos cuantos cortometrajes con el cómico Charley Chase: ‘Innocent husbands’, ‘Caratakers daughter’, ‘His wooden wedding’, ‘Long fliv the king’, ‘Mighty like a mouse’, ‘Crazy like a Fox’, ‘Bromo and Juliet’, ‘Be your age’…


En 1927, McCarey crea la pareja de ‘El gordo y el flaco’ (“Laurel era un genio”, decía, “y Hardy una nulidad: ese era su secreto”) y supervisa o guioniza casi todos sus cortometrajes producidos por Hal Roach y dirigidos por realizadores como Fred Guiol, Hal Yates, Clyde Bruckman, Lewis Foster, Edgar Kennedy o James Parrott: ‘The second hundred years’, ‘Fuera sombreros’, ‘La batalla del siglo’, ‘Leave em Laughing’, ‘Youre darn tootin’, ‘Their purple moment’, “Should married men go home?’, “Su alteza real’, ‘Berth marks’, ‘Men Owar’, ‘Un día de campo’, ‘They go boom’, ‘Bacon grabbers’, ‘Angora love’, ‘Unaccustomed as we are’, ‘Prisioneros’, ‘Ladrones’, ‘Blotto’, ‘Dos buenos chicos’, ‘Bajo cero’, ‘Radiomanía’… A veces, también, dirige los cortos de la pareja cómica: ‘Habeas corpus’, ‘We faw down’, ‘Libertad’ o ‘Wrong again’. Incluso su hermano, Raymond McCarey, también realizador, dirige a Stan Laurel y Oliver Hardy en ‘Scream’ y ‘El abuelo de la criatura’, esta última codirigida por George Marshall.


Escritor, productor y director, McCarey trabaja con casi todos los grandes cómicos de Hollywood: Harold Lloyd, Harry Langdon, Charley Chase, Laurel y Hardy, Mae West o los hermanos Marx, y presta a la comedia americana varios de sus títulos de honor. Entre ellos, ‘Sopa de ganso’ (1933), la obra maestra que consagra artísticamente a los geniales hermanos Marx. Se trata de una sátira antimilitarista, absolutamente delirante, enloquecida, que emerge como una de las muestras más brillantes del surrealismo cinematográfico, a través de una serie de gags a cual más hilarante e imaginativo. La sátira sociopolítica alcanza extremos impensables en el número musical montado durante el juicio contra Chico. Es la cuarta y última película que Groucho, Harpo, Chico y Zeppo hacen en los estudios neoyorquinos de la Paramount y la última, además, en la que aparece el hermano más joven y el “serio” del cuarteto. Es tal el fracaso en taquilla que, efectivamente, la Paramount les rescinde el contrato y los empuja a la Metro-Goldwyn-Mayer, con la que realizarán ‘Una noche en la ópera’ y ‘Un día en las carreras’.

Aunque los gags y el diálogo inimitable de Groucho son creación de los propios Marx, el guion de ‘Sopa de ganso’ cuenta con la valiosa aportación de Bert Kalmar y Harry Ruby, y se ofrece como un ataque contra toda política, llegando al más profundo cinismo contra todo gobierno: el primer ministro de Freedonia es requerido para presidente por la mayor fortuna del país y así comienzan unas pésimas relaciones diplomáticas que acabarán en guerra… Lo que queda claro a los diez minutos de proyección es que toda idea de “acción política” resulta ridícula. En su mejor momento, además de unir, como digo, a Lauren con Hardy y orquestar a los hermanos Marx en ‘Sopa de ganso’, Leo McCarey gana su primer “óscar” dirigiendo a Cary Grant en la disparatada ‘La pícara puritana’, pero también sucumbe al descarado sentimentalismo que rezuma ‘Siguiendo mi camino’, por la que gana los premios de la academia a la mejor película, director y guionista.

En 1921 dirige el mediometraje ‘La estirpe secreta’, una producción de Carl Laemmie para Universal, y ocho años despues realiza sus dos primeros largometrajes, ‘The sophomore’ y ‘Red hot rhythm’, ambos producidos por William Conselman para la empresa Pathé. En 1930 dirige otros tres filmes, solo discretos: ‘Náufragos del amor’, con argumento de George Marion y Percy Heath; ‘Malas compañías’, interpretado por Frank Albertson y Claire McDowell; y ‘Esposa a medias’, basado en un artículo periodístico de Stewart Edward White. ‘Indiscreta’ (1931) es otra floja historia y supone uno de los filmes que propician el derrumbamiento artístico de la legendaria Gloria Swanson, en el papel de una mujer que conoce el amor al intentar proteger precisamente de ello a su hermano menor.

Con excelentes números de Busby Berkeley, ‘Torero a la fuerza’ (1932) es una de las mejores comedias musicales interpretadas por Eddie Cantor, con argumento de Bert Kalmar y Harry Ruby, los mismos, digo, que un año más tarde escriben el libreto de la magistral ‘Sopa de ganso’. En 1934 dirige dos filmes más: ‘Viaje de placer’, humor disparatado para una divertida comedia en la que varias parejas emprenden un viaje loco, loco, loco, a la medida del cómico W.C. Fields, y ‘No es pecado’, en exceso deshilvanada comedia hecha de varios gags aislados con poca cohesión en su totalidad, interpretada y escrita por Mae West.

De auténtica joya puede catalogarse ‘Nobleza obliga’ (1935), basada en la novela de Harry Leon Wilson y con un Charles Laughton absolutamente genial como mayordomo ganado al póquer por los aristocráticos protagonistas. Un año después, y según la obra teatral de Lynn Root y Harry Clork, McCarey pergeña ‘La vía láctea’, apreciable pero desigual comedia con un Harold Lloyd que interpreta a un lechero obligado a convertirse en boxeador. En 1937 dirige el aceptable drama ‘Dejad paso al mañana’, una adaptación de la novela de Josephine Lawrence sobre un matrimonio de ancianos que se ve obligado a separarse al perder su casa por no hacer frente a una hipoteca, y buscan, cada uno por su lado, refugio en casa de sus hijos, en un final decididamente emocionante, conmovedor. Ese mismo año ejecuta la realización de una de sus obras mayores, ‘La pícara puritana’, según la obra teatral de Arthur Richman, una excelente comedia romántica sobre el deseo de divorciarse de una pareja, mostrando sus afectos y lealtades desde la oposición entre neoyorquinos y sureños, los juegos, las canciones, los bailes.

Después de participar en el argumento del filme de H.C. Potter ‘El vaquero y la dama’ (1938) y antes de colaborar tanto en el guion como en la producción de ‘Mi esposa favorita’ (Garson Kanin, 1940), McCarey, en ‘Tú y yo’ (1939), construida enteramente sobre las miradas, construye una comedia dramática que cuenta una historia de amor surgida durante un crucero, de la que vuelve en 1957, cambiando, respectivamente, a Charles Boyer e Irenne Dunne por Cary Grant y Deborah Kerr, y abusando, por desgracia, de las canciones. La comedia cesa en la segunda lacrimógena mitad de las dos versiones, mientras el espectador se mueve por adivinar el desenlace de los acontecimientos. Cary Grant, precisamente, y Ginger Rogers interpretan la floja comedia de aventuras ‘Hubo una luna de miel’ (1942), en la que la chica, sin saberlo, se casa con un oficial nazi, pero nuestro héroe aparece para rescatarla. Al año siguiente, decía más arriba, obtiene tres premios de la academia de Hollywood por ‘Siguiendo mi camino’, una comedia de ambiente clerical, bastante banal pero resuelta con armonía, sobre un párroco de espíritu renovador que llega a la iglesia de un barrio neoyorquino y se enfrenta a otro eclesiástico más sereno y tradicional, cuyo éxito comercial proporciona una secuela de similar entidad, ‘Las campanas de Santa María’ (1944), una especie de melodrama musical entre un sacerdote y una hermana superiora. Dos musicales acaramelados, pero efectivos, interpretados por Bing Crosby.

Es en ese año cuando McCarey funda la Rainbow Productions, compañía de la que sería presidente. En 1948 realiza ‘El buen Sam’, una muy floja comedia interpretada por Gary Cooper en torno a un incurable samaritano. Con ‘Mi hijo John’ (1952), a través de la hecatombe moral que cae sobre una católica y tradicional familia americana tras descubrir que uno de los hijos es comunista, hace un delirante engendro en la misma línea ideológica que ‘Satanás nunca duerme (1962), su último filme, basado en un original de Pearl Buck, otro infame melodrama alrededor de las desventuras de dos sacerdotes destinados en China cuando el país es invadido por las fuerzas rojas. Menos mal que unos años antes, en 1958, demuestra su buen pulso en ‘Un marido en apuros’, una aceptable comedia, aunque bastante irregular, interpretada por Paul Newman y Joan Woodward, según la novela de Max Shulman, que nos habla sobre los efectos que produce en una pequeña comunidad la noticia de que van a instalar una base de misiles.

Californiano de Los Ángeles, cosecha de 1898, Leo McCarey se erige, a lo largo de su prolongada carrera, en uno de los realizadores más comerciales de Hollywood, y varias de sus películas figuran entre las más taquilleras del cine norteamericano. Dentro de una gran variedad de temas –comedias, melodramas y filmes de propaganda anticomunista-, muestra una gran predilección por la comedia sentimental, especialidad en la que su gran talento de director consigue revalorizar los más convencionales tópicos melodramáticos. En sus mejores momentos, posee la riqueza de gags y el brillante ritmo que consagran la comedia americana de Mack Sennett y otros pioneros, de cuya herencia es uno de los más celosos albaceas. Su talento y su despreocupación temática hacen de él uno de los más típicos representantes del cine industrial norteamericano, con todas sus virtudes y defectos. Muere en 1969, en la también californiana Santa Mónica.

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