Hombre y animal: más diferencias / Javier Úbeda

Por Javier Úbeda Ibáñez

    Referido a los «animalia», al Reino Animal, y esto para evitar la argumentación animalista de que también somos animales, pues ciertamente compartimos…

…con los animales la capacidad de reproducción, nutrición y crecimiento, sin embargo, en nosotros se da la facultad del intelecto que introduce un salto cualitativo insalvable entre seres humanos y animales.


        Los humanos somos animales, pero animales de una clase muy particular: animales que tienen conciencia de sí como individuos, con derechos, responsabilidades y deberes, y que somos capaces de extender nuestra compasión a otras especies.

        A diferencia del animal, no solo somos conscientes de nosotros mismos, sino también de la existencia de los demás tal como son y la relación que guardan con nosotros; por ello, solo nosotros somos capaces de reconocer lazos familiares amplios, de reconocer a otros como padres, hermanos, abuelos, sobrinos, tíos, nietos, etc. Y no solo de reconocerlos, sino de asumir su cuidado cuando las circunstancias lo requieren, aunque haya transcurrido largo tiempo desde que finalizó la convivencia.

        Lo bueno y lo malo, lo recto y lo incorrecto, en abstracto y en concreto, solo es perceptible para el ser humano, capaz de descubrir valores éticos, de vivir conforme a ellos y elegir libremente entre las opciones que se le presentan en la vida real, sin condicionamientos meramente instintivos.

        La racionalidad nos permite conocer los bienes no solo en cuanto apetecibles —conocimiento animal—, sino también en cuanto a su verdad. A diferencia del animal, cuyos sentidos perciben el bien únicamente como término de su apetito sensible, el hombre lo puede captar además en su naturaleza, es decir, como un bien concreto y limitado que le moverá por la relación que guarde con el bien absoluto o felicidad.

        Otra característica esencial que nos diferencia de los animales es el uso de un lenguaje simbólico y complejo, que requiere no solo la capacidad de conocer y abstraer, sino también la de comunicar un significado mediante palabras organizadas con sintaxis, expresando ideas abstractas o concretas de forma comprensible para los demás.

        La capacidad de lenguaje en el animal no es posible porque carece del gen FOXP2 y, por tanto, no desarrollará jamás el área cerebral del habla. Ningún animal puede desarrollar una capacidad de comunicación similar a la humana, aunque sí una comunicación basada en simples sonidos y gestos.

        Donde más se aprecia la diferencia creativa entre el ser humano y los animales es en el terreno artístico en sentido estricto. Estos carecen de arte o de cualquier aproximación al arte, mientras que se han encontrado colgantes hechos por sapiens con conchas de caracol perforadas en la cueva de Bomblos (Sudáfrica) de unos 80.000 años de antigüedad, estatuillas de Venus que superan los 40.000 años, pinturas de hace 32.000 años de figuras antropomorfas y de animales que responden a una concepción simbólica de la realidad que se pretendía reflejar y transmitir.

        Ningún animal, ni siquiera los primates más cercanos a nosotros, ha sido capaz ni lo será, de crear una obra artística, por simple que pueda ser. Lo más que pueden hacer los primates es aprender a garabatear o impresionar sus manos según lo que les haya enseñado un humano y les pida en cada momento, pero sin iniciativa y sin objeto concreto, pues carecen de la capacidad de proyectar que lo haría posible.

        La racionalidad y la libertad natural diferencian al ser humano de cualquier otro ser, correspondiéndole un estatuto jurídico distinto.

        Aun siendo cierta la escasa diferencia genética entre el hombre y el chimpancé (apenas un 2%), responde Nicolás Jouve que esa simple diferencia del 2% supone 63,5 millones de diferencias puntuales (el ADN tiene unos 3.175 millones de pares de bases nucleotídicas), diferencias que abren en la práctica un abismo entre uno y otro.

        La autoconsciencia nos permite reconocernos interiormente y valorar lo que sucede en nuestro interior, ser conscientes de nuestros sentimientos y emociones, y valorarlas. Por supuesto que los animales con un sistema nervioso central pueden sentir y manifestar emociones (estrés, alegría, sufrimiento, dolor, etc.), pero no valorarlas ni controlarlas, aunque aparezcan cada día más estudios sobre la similitud entre las emociones de animales y las humanas, fruto de una proyección del modo de sentir humano en las conductas de los animales.

        Ningún animal se plantea cooperar o ayudar a los extraños; puede que suceda que una petición de ayuda termine por moverlos a actuar, pero no es lo normal. ¿Estaría dispuesta una perra a jugarse la vida por un cachorro que no es suyo?

        Tanto por experiencia como por condicionamiento, el animal puede aprender por sí mismo y a través de las enseñanzas de sus profesores —humanos u otros individuos de su especie—, pero nunca llegará a alcanzar el significado pleno de lo conocido. Algunos tienen conocimientos instintivos que asombran, como el del castor para construir sus presas, o el de las aves que arrancan espinos para hurgar en las cortezas de los troncos en busca de alimento, etc. Otros los aprenden, como aprende el perro a cazar, o a pastorear, o a detectar drogas.

        La práctica de enterrar a los muertos es propia del ser humano. Los enterramientos más antiguos hallados hasta el momento son los de Galilea, en Skhul y Qafzeh,

        Se han desfigurado los conceptos de persona y personalidad para afirmar que no todo ser humano es persona o que el animal es tan persona como el ser humano, por lo que es de justicia reconocerle dignidad (también redefinida) y derechos. Las reivindicaciones de este reconocimiento, desde muy distintos enfoques, tienen en común la redefinición del concepto de persona para hacerlo extensible al animal. Destacan en este sentido, por su influencia posterior, las propuestas de Singer, Rollin, Regan, Rowlands, Ryder, Fox, Franklin, etc. Pero la persona es lo que es, no lo que queremos que sea.

        Sin embargo, cada vez es más frecuente entre los seguidores del naturalismo atribuir personalidad a los animales por mostrar emociones, por la complejidad de sus cerebros, la capacidad para aprender juegos de reglas complicadas o identificar y clasificar objetos, la capacidad para adaptarse a nuevos escenarios, etc.

        Como bien afirma Guerra Sierra, esta atribución de personalidad no es posible más que redefiniendo este concepto para identificarlo con temperamento, que sí se advierte en los animales.

        De lo expuesto podemos concluir que la diferencia en el modo de ser entre el hombre y los animales, resulta evidente. Tenemos muchas cosas que nos unen, pues también nosotros somos animales, pero el ser humano tiene unas características esenciales propias que abren un abismo en el modo de ser con respecto al resto de los animales: la libertad, la racionalidad, la eticidad, etc., nos hacen ser de un modo muy distinto al meramente animal. Esta diferencia es esencial en el terreno jurídico, haciendo que solo el ser humano pueda ser titular de derechos por su racionalidad y libertad.

        El animal carece de dignidad, pero debe ser objeto de protección por el Derecho, aunque no se le reconozcan derechos.

        Solo el hombre puede tener plena capacidad jurídica y de obrar, aunque algún individuo pueda carecer de ella temporalmente (menor de edad) o definitivamente (discapacidad), en cuyo caso seguirá siendo titular de sus derechos, aunque sean otras personas las que obren en su nombre. Los animales, en cambio, incluso siendo adultos y sin discapacidad alguna, carecen de capacidad natural para hacerse cargo de sus propias acciones —carecen de libertad y entendimiento—, lo que les hace inhábiles para la responsabilidad derivada de sus acciones. Por supuesto que sienten y tienen emociones, y deben ser protegidos, pero ello no es suficiente para convertirlos en titulares de derechos.

        Si la igual dignidad es el fundamento del derecho a la vida de todo ser humano, cada una de sus cualidades y capacidades, entroncadas con ese modo digno de ser, refuerza aún más el fundamento del resto de derechos humanos. La capacidad de autoconsciencia refuerza el fundamento del derecho al libre desarrollo y a la intimidad personal; la capacidad de aprender y enseñar refuerza el fundamento del derecho a la educación y a educar, el derecho a la cultura y a la investigación; el sentido de lo trascendente refuerza el fundamento de la libertad de creencias y de religión; la capacidad del lenguaje refuerza la libertad de expresión.

        Con el animal solo podemos aspirar a ofrecerles una buena protección jurídica, mayor en la medida en que sus capacidades estén más desarrolladas. Sería absurdo reivindicar el derecho a la intimidad, o a la educación, o a la cultura, o la libertad de expresión o de creencias, etc., para los animales, ni siquiera para el chimpancé, porque nunca podrán ejercerlos. El derecho requiere consciencia, requiere racionalidad y libertad. Sí podemos, en cambio, protegerlos.

        Hay muchos datos que nos llevan a pensar que el hombre no es solo un simple animal, sino que goza de una capacidad de entender y de amar que puede explicarse solo a partir de algo que supere los límites de la sensibilidad y de la misma evolución, pues la materia no es suficiente para que un individuo pueda tomar opciones libres y responsables, pueda pensar de modo racional.

        El hombre es el único animal que se pregunta sobre sí mismo. No lo hacen los perros, los gatos, los caballos, los pájaros, etc. Él se interroga sobre su propia existencia, sobre su origen, sobre el sentido de la propia vida, sobre su futuro después de la muerte.

        Para J.F. Sellés, «cada uno de los animales está en función de la especie, mientras que en el hombre sucede lo contrario, a saber, que cada hombre salta por encima de lo específico, de modo que esto último debe estar subordinado a lo personal, convendría señalar que en los animales la nutrición y el desarrollo están en función de la reproducción, mientras que en el hombre la nutrición y la reproducción están en función del desarrollo. Y eso es una distinción vegetativa radical, no de grado».

 

Conclusiones

        Según J.F. Sellés:

 

Animal

  1. La nutrición animal está polarizada en un tipo de alimento. La tendencia en la reproducción celular animal es a formar células especializadas.

El desarrollo animal es rápido y se concentra en una única dirección.

  1. En los animales la nutrición y el desarrollo están en función de la reproducción.
  2. En el animal los movimientos (conducta) son innatos, suficientemente perfectos, estereotipados y responden al binomio estímulo-respuesta.
  3. Los movimientos animales están sometidos al orden cósmico (la causa final).
  4. El animal conoce sensiblemente para tender y tiende para moverse.
  5. Si el movimiento (conducta) es lo superior en el animal, y este está gobernado por el orden cósmico, el animal es intracósmico.
  6. Si el animal es intracósmico, es ecología.
  7. Si el animal es ecología, no puede actuar de otra manera a como actúa, o sea, no es ético.
  8. Si la biología y la movilidad animal responden a un orden cósmico fijo impuesto desde fuera, no existe Bioética animal.

 

Hombre

  1. La nutrición humana está abierta a todo alimento.

La reproducción celular humana tiende a formar células libres.

El desarrollo humano dura de por vida y está siempre abierto.

  1. En el hombre la nutrición y la reproducción están en función del desarrollo.
  2. El hombre debe aprender todos los movimientos (comportamiento); ese aprendizaje no termina nunca, y la tipología de los movimientos es ilimitada.
  3. Los movimientos humanos no están subordinados al orden del universo.
  4. El hombre se mueve para desear y desea para conocer sensiblemente.
  5. Si en el hombre el movimiento es inferior a sus tendencias; estas a su conocer sensible, y este es extracósmico, el hombre no es intracósmico.
  6. Si el hombre no es intracósmico, se debe compatibilizar con él. Si no es ecología, la tiene a su cuidado.
  7. Si el hombre se puede corresponder con la ecología de muchas maneras, esa correspondencia es siempre ética.
  8. Si la biología y la movilidad humana no son fijas, sino que dependen de cada quien, ambas son bioéticas

Cuadro

        »En suma, dice J.F. Sellés, si a nivel vegetativo y cinético, el hombre es radicalmente distinto de los animales —y no solo de grado—, y estas funciones son las más elementales de todo ser vivo, en rigor el hombre —a nivel sensible— ni es ni puede ser nunca un animal».

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