Ha llegado el momento de vivir / María Dubón


Por María Dubón
https://mariadubon.wordpress.com/

    Salgo de casa decidida a sufrir lo que sea menester. Quiero comprarme ropa y he esperado a las rebajas para encontrar esas prendas que busco a precio de ganga.

   Nada más entrar en el gran almacén, me arrepiento. La gente se mueve por los pasillos y asciende por las escaleras mecánicas como una fila de hormigas desorientadas. Nadie respeta las distancias de seguridad, y eso que la recuerdan unos rótulos con las letras grandes y rojas a cada trecho. Las chicas que suben detrás de mí se han colocado justo en el escalón contiguo y hablan a gritos cargadas de bolsas.

    Llego a la planta de moda. Carteles con la palabra «rebajas» por todas partes, intentan seducirme haciéndome guiños con sus precios acabados en 99. La fila de los probadores es kilométrica, la de la caja, otro tanto. Aunque encuentre el chollo de mi vida, es posible que haya muerto de vieja antes de haber conseguido probarme la prenda.

  Ya que estás aquí, por lo menos echa un vistazo, me digo. Y miro. Veo ropa que no me gusta, con estampados que hacían furor el siglo pasado y que le he visto a mi abuela. Quizás a las adolescentes les parezca el último aullido de la moda, pero a mí me dan repelús y jamás me los pondría. Recorro la planta, por el suelo hay prendas desparramadas que nadie recoge y, si es preciso, se pisan. Las vendedoras están desbordadas, este año no se ve que hayan aumentado la plantilla para hacer frente a la posible avalancha de público. Unos pocos minutos me bastan para hartarme y para darme cuenta de que, en realidad, no necesito nada.

   Salgo a la calle y me recibe el biruji invernal. Apetece el calorcillo de una cafetería, una taza de café, pero con la pandemia desbocada me da cosita estar rodeada de gente sin mascarilla. En mi grupo burbuja soy, de momento, la única que se ha salvado. Las compañeras están de baja por enfermedad o en cuarentena, así que extremo las precauciones para no dejar colgados a los alumnos si tuviera que recluirme yo también. Dichosa pandemia.

    La incertidumbre permanente, la alerta constante, la ansiedad…, se afianzan. ¿Son síntomas del virus? Vivo con una sensación extraña. Es como si me fuese a faltar tiempo para hacer las cosas que tengo previstas. En estos meses de renuncias el absurdo se intensifica. No poderte reunir con la familia y permanecer hacinada con personas desconocidas.

    Mi propósito para este año es iniciar un nuevo camino. Lo he pospuesto y ahora ya no admite espera. Es el momento de abandonar esa búsqueda absurda de la perfección, de relajarme y de hacer lo que realmente me apetece: silenciar el móvil todo el día, seguir aprendiendo, corregir mi última novela, abrazar a mis amigos, descansar, dejar de correr y aprender a caminar sin prisas, disfrutando del paisaje. Mis intenciones se resumen en una palabra: vivir. Vivir cada día de mi vida.

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