Por Esteban Villarrocha Ardisa
Este caluroso agosto en Zaragoza me permite reflexionar sobre la cultura y la historia, mis dos grandes motivaciones para existir, que son también la forma de expresión e intervención política que utilizo en la construcción de un discurso del nosotros que me ayude a distanciarme del discurso del yo reinante en la actualidad.
Intento pasar el verano leyendo, una manera de refrescar el conocimiento, frente a una realidad manipulada.
Cuando intervengo en estas páginas tengo la sana intención de no enseñar nada, tan solo intento compartir mis preguntas, que son dudas que buscan claridad. Con estos artículos de opinión intento transitar desde lo irrelevante a lo inesperadamente clarificador, por este motivo escribo y me hago público opinando y aportando experiencias de mi quehacer profesional.
En este agosto, no quiero olvidar que hace 50 años se acabó con el socialismo de rostro humano en Checoslovaquia, pero lo que me incita este verano a escribir es la necesidad de encontrar un discurso que nos permita luchar contra la manipulada realidad, una realidad falseada y construida sobre variables ajenas al placer y el conocimiento. El calor, si no lo contrarrestamos, agudiza la realidad manipulada.
Para refrescarme reivindico la lectura, que me permite poder soñar otras realidades aún las que parecen imposibles y a las que llamamos utopía. Ese poder soñar que aporta la lectura me genera nuevas destrezas y conocimientos porque, cuando nos limitamos a una realidad y solo imaginamos un escenario, perdemos destrezas, habilidades y poder para la creación. Empiezo a refrescar mi memoria y vuelvo con interés a leer a Freud y Nietzsche, los maestros de la sospecha, que me siguen interesando tanto como el materialismo de Marx y Engels.
El saber mejora y libera, sin duda; la ignorancia embrutece. La sabiduría genera desasosiego, eso es cierto, pero estamos en verano y esto es un intento por desmontar esa realidad inventada que nada tiene que ver con las emociones, la creatividad, el placer y la intuición, en una palabra, con lo que yo entiendo por actividad cultural.
No quiero quedarme fuera, marginarme y, por eso, es por lo que me pongo a escribir y a preguntarme sobre el futuro, sobre la capacidad y obligación que tenemos como ciudadanos de mejorar las cosas. Vuelvo a las bibliotecas que, como decía Toni Morrison, son el pilar de la democracia y a golpe de lectura e imaginación fabrico mundos y ficciones que me permiten otras realidades más allá de la realidad falseada que vivimos. Me refresco.
Estas premisas son las que me permiten vivir lo cultural de otra manera. Einstein decía que la imaginación es más importante que el conocimiento y puede que en su reflexión se escondiera una de las capacidades más importantes del ser humano, la de aceptar lo inaceptable. Yo creo que el conocimiento es imprescindible para imaginar y viceversa, pero aborrezco la idea de aceptar lo inaceptable, aunque la vivo constantemente.
Poder imaginar otras realidades antes que conocer el alcance de lo ocurrido, permite alimentar la utopía, fabricar discursos del común, discursos del nosotros. Pero es el conocimiento compartido el que fabrica una cultura de masas radicalizada, como decía Walter Benjamín.
Si bien es cierto, que la capacidad de existir nos permite imaginar y diseñar otras capacidades, también es cierto, que existir es resistir, y los que estamos en esa resistencia existencial somos minoría.
Hablo de un nosotros minoritario que prefiere leer a David Foster Wallace que desarrollar fórmulas de entretenimiento hueco, que tiene las obras completas de Shakespeare en la mesilla de noche para reflexionar sobre las pasiones humanas, que pertenece al exagerado 15% de españoles que han leído el Quijote y lo disfrutan, que sigue los pasos de Stephen Dedalus por Dublín (Joyce), que conoce las andanzas de Quentin Compson en el medio oeste americano (Faulkner), que recorre Francia con Julien Sorel (Stendhal), que en su deseo por construir un nosotros estructura la biografía ideológica, teórica, política y cultural de cada uno. Leyendo este verano me redescubro tan astuto como Ulises.
Leer y escribir tienen una ventaja sobre lo vivido. En la escritura se pueden hacer borradores y con la lectura se pueden fabricar otras realidades. Siempre podemos volver a empezar, hay siempre una segunda oportunidad.
Frente a la saturación de información y de entretenimiento hueco, un discurso minoritario pero placentero que sirve para refrescar el verano. ¡Vívelo leyendo!