Tesis ‘cum laude’ / Guillermo Fatás


Por Guillermo Fatás
Catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Zaragoza 
Asesor editorial del Heraldo de Aragón
(Publicado en Heraldo de Aragón)

    Mi amigo y colega Gonzalo Borrás y yo hemos dirigido unas cuantas tesis doctorales y somos doctores desde hace casi medio siglo.

    Pero ni a su tesis ni a la mía les fue concedido el ‘cum laude’. Él se doctoró en 1971 y yo, a los pocos meses, en 1972. Entendimos ambos que un mero ‘sobresaliente’ en nuestras laboriosas obras doctorales implicaba un mensaje tácito: desista de ser catedrático. Somos aves raras: catedráticos sin ‘cum laude’ en la tesis. En efecto, sin él no se podía optar al Premio Extraordinario de Doctorado y sin este era muy dificultoso arreglar el currículum académico de la forma esperable para un futuro catedrático de universidad. Tanto Gonzalo como yo preparamos, pues, alternativamente, otros caminos profesionales. Él se dispuso a opositar a cátedras de Instituto y yo, entre otras cosas, hice las prácticas oficiales para optar a los museos del Estado. Así y todo, ganamos, en su día, las respectivas cátedras.

    Asistí a la defensa que Gonzalo hizo de su innovadora y minuciosa investigación sobre el arte mudéjar en el Jalón y el Jiloca, magnífica como luego se comprobó, y al injusto exabrupto con que le reprendió en público una de las autoridades más reconocidas del país en Historia del Arte (pero no del mudéjar). Años más tarde se manifestó arrepentido.

    En mi caso, se me reprochó, en un aula a rebosar y por un gran arqueólogo venido de Madrid, que no hubiera investigado ciertos materiales ¡que quedaban fuera de la zona investigada! ( la Sedetania, cuyos límites y entidad propuse). Y hube de retirar, con solo minutos de antelación, las páginas de papel listado IBM, en las que, por primera vez en la Sección de Historia, se aplicó una combinatoria programada en Fortran IV para probar determinadas combinaciones. Se me advirtió que aquello era ‘inapropiado’, de modo que ni siquiera pude aludir a la innovación en mi discurso, pues oficialmente no existía.

    Por entonces, el director de una tesis formaba parte del tribunal y quizá el lector se pregunte por qué no nos resultaros mejores valedores los directores de nuestras tesis. La respuesta más piadosa es que ni uno ni otro encontraron decoroso, o cómodo, defender unaobra que, al menos en teoría, también era cosa suya.

Tesis de baja calidad

    Se están poniendo, con razón, en tela de juicio tesis doctorales y trabajos de fin de máster, pero no tienen parangón, salvo en las trampas de sus autores y jueces. Los másteres obtenidos mediante favoritismo por políticos diversos (Cifuentes, acaso Casado, Montón) en el baratillo académico de Álvarez Conde, oprobio para su rectorado, están tiznados con la misma mugre, pero, aunque cualificados, son trabajos menores.

    Una tesis, en cambio, es la prueba de que su autor maneja con pericia el método científico propio de la materia en la que se doctora. Y no solo: ese domino metodológico ha debido llevarle a probar de manera adecuada algo que aún no era conocido como saber certificable. Y una tesis doctoral calificada ‘cum laude’ debería certificar la excelencia para la capacidad investigadora, metodológica y expositiva del nuevo doctor. Eso es lo que implica la expresión latina ‘cum laude’, ‘con elogio’ especial de los jueces, pues creen que difícilmente podría mejorarse el trabajo del doctorando. No solo es bueno, sino impecable. Académicamente es el máximo. No hay recompensa o cualificación superior a esa, ni título más alto alcanzable en España.

    Por eso producen asombro las calificaciones exageradas de tesis doctorales defendidas en el siglo XXI por personajes famosos de la política. He leído en sus versiones originales las de los loados (por sus jueces) doctores Junqueras, Iglesias Turrión, Errejón y Sánchez Pérez-Castejón. (No lo he hecho con la de Trillo-Figueroa, también político y doctor, porque no he sabido encontrar el original y la versión editada nunca coincide con el original: las tesis en crudo suelen ser indigestas y se aligeran para la publicación.

    En mi opinión todas están entre muy flojas y pésimas. Hay plagios descarados en las de Junqueras (bastante) y Sánchez (mucho): apropiación de textos literales ajenos, con errores del autor plagiado incluidos, sin la apropiada mención del origen. En la Junqueras, además, hay un fin político claro: favorecer el independentismo, con un insistente empleo anacrónico del concepto ‘nacional’  aplicado a hechos y estructuras catalanas del siglo XVII. No puedo enjuiciar  en grado suficiente la de Errejón sobre los inicios del régimen de Evo Morales, pero, penetrada su oscura jerga, se aprende poco leyéndola. La más frívola de todas es, sin duda, la de Iglesias que, sin ser peor que  la malísima de Sánchez (eso es difícil de lograr) sí es más pretenciosa y superficial.

   Todo esto es, sin duda, subjetivo, pero no está escrito no desde la ignorancia ni desde la inexperiencia. Tómenlo como un acto de legítima defensa. Aunque yo no lo obtuviera en su día, un ‘cum laude’ era un ‘cum laude’. Pero ya no. A la vista de estas cosas, casi me alegro de no tenerlo.

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