Por Jorge Álvarez
Hola, qué hermoso es poder reencontrarnos para dar vida a este nuevo número de El Pollo Urbano. No necesito los detalles de sus vacaciones, porque sé, porque intuyo que la pasó bien.
Que las disfrutó. Y me alegro. Y regresó a su ciudad, a ésa en donde se topará con sus afectos, con sus amigos y compañeros de trabajo. O no si usted está de paro. Pero como sea su vida irá recobrando su actividad normal. Normal, vaya palabra. Usted que se queja de lo que le toca vivir ¿se imagina hacerlo en un lugar sitiado? Sí, como repetir lo de Leningrado o lo de la mítica Troya. Supongo que no.
Estamos en el Siglo XXI me dirá. Y lo hay. Sí, yo le aseguro que existe ese lugar. Es Buenos Aires. Una de las capitales más importantes del mundo sufre, de lunes a viernes, y desde hace algo más de 1.000 días desde que el voto de la mayoría eligió al ingeniero Mauricio Macri como presidente un sitio desde las primeras horas de la mañana hasta la caída del sol de organizaciones “sociales”, gremialistas, barras bravas de clubes de fútbol, y todo un arco opositor fogoneado por quienes dejaron el gobierno luego de 12 años y por la izquierda en todas sus vertientes.
Las calles, rutas y avenidas, así como las vías de entrada y de salida de la ciudad son tomadas por asalto por hordas, que reciben dinero para hacer “su trabajo”, que destruyen a su paso lo que les viene en gana. Ya no les importa ninguna reivindicación social ni persiguen la actualización del salario porque el principal objetivo es derrocar al Gobierno y sus líderes lo pregonan a diario en la prensa y en las redes sociales.
Es que el populismo no se resiste a ser un simple espectador del gobierno de otro partido que no sea el peronismo. No soportan ver cómo las cárceles se comienzan a llenar de miembros del gabinete de Cristina Kirchner, también procesada por la Justicia y saben que les queda sólo 12 meses para tratar de derrocar a un gobierno elegido por los ciudadanos. ¿Vio ahora por qué usted no se tiene que quejar? Al menos al salir de su casa puede llegar a donde quiera sin que nadie se lo impida. Sepa que lo envidio.