La ciudad no es para mí / Jorge Marqueta

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Por Jorge Marqueta
http://zaragozaciudad.net/omixin/

    Según datos del INE, Aragón perdió el último año 21.765 habitantes y pronto sonaron las alarmas y se volvió a hablar de la despoblación del medio rural, de la Zaragoza madastra aragonófaga e hipercefálica.    Analizando los datos con rigor, vemos que es falso. El 75% de la pérdida de población se concentra en Zaragoza y su área metropolitana. Es decir, en la actualidad perdemos población urbana, joven y, muchas veces, con una excelente preparación. ¿quién no conoce algún o alguna joven que haya abandonado Aragón para impulsar su carrera profesional, sea universitaria o técnica?

    Y, sin embargo, seguimos mirando la realidad demográfica aragonesa con las gafas de los años sesenta, en la época del éxodo rural, y seguimos aportando “soluciones” que no solucionan nada. La cantidad de infraestructuras y de inversiones en el ámbito rural aragonés ha sido ingente en los últimos cuarenta años. Casi no hay municipio, por pequeño que sea, que no tenga su pabellón deportivo (a veces, más de uno), su campo de fútbol de excelente césped, su piscina (a veces cubierta), su escuela infantil (a veces sin niños y niñas), casi siempre su escuela abierta aunque sea con niños de diferentes edades (algo pedagógicamente discutible) o cuya apertura dependa de censos trucados, su centro de interpretación, su museo, sus consultorios, a veces polígonos industriales vacíos, etc…. El ámbito rural aragonés ha recibido una extraordinaria discriminación positiva desde Diputaciones provinciales (la DPZ apenas invierte en Zaragoza y su área metropolitana) y desde la DGA (el abandono de la capital por su Gobierno es un mal endémico) que ha convertido el mundo rural en un impresionante censo de infraestructuras públicas semivacías o abandonadas.

    Pero, a pesar de esto, la población no se ha fijado allí, ni son nuestros pueblos lugares atractivos para la población (casi el 80% de los municipios aragoneses está muerto biológicamente, no hay apenas nacimientos ni inmigración). Y es que, el problema no es de infraestructuras, es social, como ya denunciaba Joaquín Costa a finales del XIX. Es más fácil construir una infraestructura (que puede, incluso, reforzar al cacique local con el corte de cinta) que “modernizar” ideológicamente determinadas áreas de Aragón.

   No nos engañemos, las estructuras sociales rurales aragonesas muchas veces dificultan el desarrollo social. Sigue existiendo un conservadurismo atroz y formas abiertamente caciquiles que impiden el desarrollo social. Si no hay empleo ni condiciones sociales que lo faciliten no se fija la población. No existe ningún caso en el Mundo de lugares que fijen población por construcción de pabellones, polígonos industriales vacíos, circuitos de formula 1 o por mantener abierta a duras penas una escuela con cinco niños de diferentes edades muchas veces con familias censadas aprisa y corriendo con el único fin de que no cierre la escuela (¿es lógico para socializar a los niños y niñas que compartan espacio y experiencias con edades muy dispares? ¿el desarrollo cognitivo es igual en un niño/a de 3 y 12 años?).

    Nos engañamos. El problema no es ese. El problema es el uso (cuando se hace) de los planes de empleo en el ámbito rural, el problema es de mentalidad, el problema es el caciquismo, el problema son las renuncias a las acciones de empleo (hay ayudas que se pierden porque los municipios renuncian a ellas), el problema es el baturrismo y el costumbrismo barato y cutre.

    El problema es el haber optado por un modelo de desarrollo extraordinariamente curioso. En la misma ciudad de Huesca hay en la actualidad una plataforma que reclama que no se traslade un cuartel apenas 60 kms. pero no me consta ninguna que denuncie el vacío de Walqa, que languidece cada vez más o la desindustrialización (de la poca industria que había) que ha sufrido la ciudad.

    Ideológicamente, como sociedad, estamos muy retrasados. El franquismo, en la época del desarrollismo de los sesenta y la emigración del campo a la ciudad, creó la figura del paleto bruto, terco y simplón, pero noble y de “rectas costumbres”, que llega a la ciudad, lugar de hipocresía y llena de peligros para la “gente de orden”, y se adapta a ella haciéndoles ver a los “urbanitas”, desde su simpleza, la bondad natural del paleto. Y la llevó al cine de la mano de Paco Martínez Soria, aragonés de Tarazona. La “progresía”, el aragonesismo de izquierdas, no participaba de esa imagen. Es más, abominaba de la misma. Recordemos el precioso mapa de “Aragón, año 2000” que publicó el Andalán en los ochenta.

    No obstante, ensalzar lo rural como guardián de la tradición y las “buenas costumbres” frente a la ciudad, puerta del pecado y las novedades, no era nada nuevo. Eso ha sido una constante en el conservadurismo castellano. Ya en pleno Renacimiento (momento de pujanza de lo urbano y de revolución ideológica, urbana e industrial), un siniestro personaje ultraconservador castellano, Fray Antonio de Guevara, escribió la obra “Menosprecio de corte y alabanza de aldea”, apuntando en la esa línea. Aragón, en esa época, estaba en la línea de pujanza urbana europea y quedó al margen de esa reacción “contrarrevolucionaria” (Zaragoza era considerada la Florencia de la Península Ibérica, otras ciudades de la Corona: Barcelona, Valencia, Nápoles, eran importantes ciudades a nivel mundial y la red urbana media estaba al primer nivel de las novedades: Huesca, Girona, Tarazona, Tarragona, Alicante, Palma…).

    Zaragoza fue una de las primeras ciudades con imprenta en el XVI, Zaragoza fue una punta de lanza de la Ilustración en el XVIII. La derrota de la Ilustración en 1808 fue letal. El desarrollo ideológico en Aragón se frenó con el primer exilio masivo y el triunfo del ultraconservadurismo castellanocentrista.

    Posteriormente, con los estudios costumbristas del XIX y la conmemoración del I Centenario de Los Sitios,se asentó el baturrismo en las décadas siguientes (véanse las obras de Alberto Casañal) y se reforzó con el franquismo. Parecía en los setenta/ochenta que retomábamos el orgullo de ser. Pero no. El conservadurismo costumbrista se ha instalado con fuerza en nuestra sociedad y, como cáncer que es, se propaga por medio de la metástasis, aparece por doquier en los lugares más insospechados y nos desenfoca cuando analizamos la realidad.

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