Modelos de ciudad / Fernando Rivares

PRivaresFernandoP
Por Fernando Rivares
http://blog.fernandorivares.com/

    La vieja Zaragoza siempre entendió su renovación como especulación, negocio y estética, y destruyó cada vez que creó. Atravesó los sesenta y los setenta exhibiendo la piqueta, la destrucción del patrimonio y la creación de guetos y colmenas obreras.También en democracia los viejos poderes han marcado su territorio como canes encelados y nos han colocado negocios turbios por propuestas de renovación, ladrillazos infames por la modernidad que nos iba a llevar al siglo XXI, y operaciones ridículas que pagaremos durante décadas.    Y casi siempre se ha olvidado el conjunto como si fueran zonas abstraídas de la ciudad que no hubiera que trenzar entre sí, ecosistemas múltiples que cohesionados con el resto hacen crecer en calidad y cantidad a la ciudad, y si no se trenzan, la convierten en conjuntos separados e inconexos que dificultan la convivencia, el aprovechamiento y la sostenibilidad, y encarecen servicios.

     Esos conjuntos no tendrán ningún éxito sino asumen que un modelo urbano no se diseña sin gente dentro, y sin sus necesidades y sus espacios públicos donde ejercer los derechos ciudadanos del siglo XXI de felicidad y diversidad, y los derechos básicos materiales y de igualdad para limar las desigualdades de origen. Y desde luego, sin una de las claves de la democracia que es la participación: diagnosticar, proponer y decidir juntos. Sin la última acepción será otro de los paripés del márquetin político pero no la clave de la construcción de una ciudad democrática.

    En ese proceso juega un papel esencial el comercio. Las calles (y no los viales) son los espacios básicos de relación que hacen ciudad y para que cumplan con esa función es imprescindible un tejido comercial que haga dinámico el espacio público pensado para todos y todas. Cuando esto no ocurre y se rompe la lógica entre el diseño y la realidad cotidiana, es la realidad la que impone sus condiciones. Y entonces, descubrimos el precio real de la obsesión por los centros comerciales a modo de los mallestadounidenses (cuyo modelo urbano y estilo de vida estaba a años luz de los nuestros) y los centros nórdicos en climas extremos. Ideas como Puerto Venecia han desmantelado buena parte del dañado comercio autónomo de proximidad que sufre atentados constantes en forma de subidas de IVA y de planificación errónea. Cada empleo generado en estos centros ha matado dos en las tiendas de barrio, los salarios sujetos a convenio de gran superficie son más bajos y los empleos mas precarios y estacionales, los impuestos menos rentables a la ciudad y con un sobre coste urbano y ambiental impagable en forma de CO2, gasto energético, servicios públicos evitables y el desmantelamiento del comercio tradicional que puede ser igual de atractivo y moderno y que hace ciudad, mientras el complejo periférico la deshace. Eso sin contar con los lamentables atascos que bloquean Torrero y La Paz en festivos y fin de semana. Solo recordemos un centro comercial que hundió a otro, PLAZA, planificado por otra administración como si pudieran hacer política a solas.

    Incluso las grandes extensiones de grandes marcas pueden ser planificadas de otro modo pensando en términos de ciudad global. Más aún en tiempos de comercio on line en los que el 30% de las compras se hacen por internet. En muchos casos, estos centros atraen a los infinitos paseantes locales y foráneos (que compren es otra cosa) y que podrían serlo en zonas consolidadas no fragmentarias asegurando así su vitalidad y su seguridad.

    “La ciudad es un libro que se lee con los pies” canta Quintín Cabrera. Un modo poético de decir que cuanto más subes en las esferas del poder, menos sabes de la ciudad porque las ciudades globales como la nuestra son demasiado complejas para conocerlas al detalle desde arriba y tomar decisiones desde el centro y el aire. Y cuanto más bajas en el compromiso cívico, menos vuelas para poder ver el conjunto. Son las gentes de cada rincón quienes lo conocen, sienten y pueden decidir. Un barrio no es introvertido ni autosuficiente ni una célula autónoma. Tampoco es un trozo de la ciudad. Es un conjunto que interactúa con otros conjuntos. Por eso aterran locuras como ArcoSur, fruto de procesos especulativos de intereses privados que le cuestan a la ciudad demasiado caro y en el que se ha dejado a 5.000 personas en condiciones de servicios peores que sus iguales en otros barrios, cuando solo un tercio de las viviendas ahí proyectadas hubieran servido para renovar barrios como Delicias, las Fuentes o Torrero sin coste para la ciudad que está vaciando su centro.

    Sufrimos incapacidades como la postExpo y su recinto, nacido sin proyectos reales y sostenibles posteriores, con iconos inútiles, fruto de megalomanías sin un proyecto global para las siguientes décadas con recursos limitados. Sufrimos brillantes contenedores culturales sin continente definido. Y no se ha planteado la imperiosa necesidad de ordenar la renovación de los barrios obreros diseñando su propio plan estratégico. Y ahora que la mayoría se sube al carro repentino de la participación tras años imponiendo caprichos interesados, aún no se entiende cómo desarrollar un concepto de movilidad metropolitano que entienda que Zaragoza llega mucho más allá de Cuarte o Huesca, porque los hábitos y necesidades económicas y territoriales no terminan en la urbe conocida, sino que necesitan de su patrimonio natural y de vecindades positivas. Los proyectos de renovación no lo son si no asumen objetivos sociales y ambientales. Es la suma de los conjuntos la que hace una ciudad sostenible y compacta. En la ciudad difusa quien paga es la ciudad y el medio ambiente.

    Las formas siempre transmiten valores. Mientras no seamos todos y todas las que decidíamos qué, cómo y dónde, la ciudad no será de todos.

Artículos relacionados :