Filósofos en el Parlament / Guillermo Fatás

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Por Guillermo Fatás.
Catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Zaragoza
Asesor editorial del Heraldo de Aragón

    De chico, me atraían los cuadros con gente. No digo cromos superpoblados, como el exitoso espanto “Discutiendo la Divina Comedia”, de los taiwaneses Dudu, Tiezi y An, sino “Las lanzas” o “La coronación de Napoleón”. Pero no esperaba encontrar en el Parlament de Cataluña “La Escuela de Atenas” y, además, viviente.
Heraclíteos y parmenideos

    Heráclito de Éfeso, llamado el Oscuro, decía que todo cambiaba sin cesar, así que no podía uno bañarse dos veces en el mismo río. Parménides de Elea , en cambio, afirmaba que el ser
-el ente- se definía por su integridad y fijeza. Está visto que el Parlament es heraclíteo y mudable y Jordi Puyol, parmenideo e invariable.

    El Parlament, inestable, se recompone mediante incesantes elecciones (2010, 2012, 2015), para saber a qué atenerse sobre sí mismo. Pero, no obstante su condición móvil, viene obteniendo el paradójico resultado  de afianzar al mismo sujeto: Artur (pronúnciese con acento en la u) Mas, presidente de la Generalitat en 2010 y 2012, quien ha citado a los catalanes a votar de nuevo en 2015 para lograr un cambio que consista exactamente en su perpetuación en precario (otra paradoja).

    Don Jordi Pujol Soley, a instancias del revolucionario David Fernández, ataviado en coqueta camiseta blanca de manga corta, explicó que su padre, don Florenci, depositó unos dinerillos en el extranjero “con ánimo de protección a terceros y de apoyo a iniciativas positivas que consideraba de interés general”. “El meu pare –aseveró- en tots sentís, va ser un home de gran qualitat personal”. Un benefactor desprendido, a qué dudarlo. Tras ello, el diputado de la Esquerra Republicana señor Amorós interpeló a don Jordi con un desmayado sermón, trufado de apelaciones a la ética. A lo que don Jordi contestó, sin inmutarse, lo de siempre, que no tocaba: “No (donaré) més información, ni parlaré de res més”. En cuanto a su gobernación durante veintitrés años, en los que habría predicado una cosa y hecha la contraria, “no corresponde hacerlo ahora”, dijo (traducción libre: “Que os zurzan”). Lo mismo contestó al señor Carrizosa, de Ciudadanos, al inquirirle este por qué esperó a julio de 2014 para revelar aquella  herencia irregular “y no lo hizo al dejar de ser presidente, en 2003, 2004, 2005, 2006, 2007, 2008, 2009, o 2010”. Era inútil. “Mire, porque consideré  que tenía que hacerlo entonces (traducción libre: “A usted que le importa”). No cambia, es un ente parmenideo.

 Cínicos y cirenaicos

     Doña Marta, su esposa, optó en cambio por la escuela cínica, algunas de cuyas características domina con maestría. Así como Diógenes hacía de todo a la vista de la gente –orinar, defecar, masturbarse-, dándosele una higa de la aversión que causaba, la señora Ferrusola  se mofó de quienes inquirían por su escolta oficial en sus repetidos viajes a  Andorra: “Quatre fusells, sis escopetes i un tanc”; o les lanzaba: “No declararé res, i ja está”. Eso es, precisamente, la típica parresía, esto es, el descaro expresivo de los filósofos cínicos. La adiaforía, o sea, la indiferencia moral, la plasmó en percucientes “butifarras” dialécticas: “No li puc dir , perqué la meva  memória  és mol petita”. A la larga lista de los coches clásicos de su hijo: “Me parece que aún se deja cuatro o cinco…”. Y, en fin, la anaidea o desvergüenza le llevó a retar a los preguntadores: “Búsquelo usted, que está tan enterado”. O así: “Si no quieres levantar polvo, más vale callar”. E incluso: “Aixó és una trola”.

    Jordi, su vástago, eligió el hedonismo cirenáico de Aristipo, cuya meta era la felicidad (Balmes, que era cura y de Vic, pero muy sabido, lo llamó doctrina voluptuaria). Aunque su madre fue sarcástica respecto del tren de vida familiar –“Vosté no sap el que passa a casa meva”, le dijo a uno de los inquisitivos diputados, parresía pura; y a otro :”Si no tenim ni cinc!”, genuina anaidea-, Jordi II no paró de dar toques refinados. Así, buscaba para sus negocios material  “d`altíssima qualitat”, inexistente en la península, “y a Catalunya, menys”. Piensa que él y los diputados son como “hombres del Romanticismo, perdón, del Renacimiento”; equipara su amor por los autos al que otros tienen por los cuadros, los incunables o los “llibres antics religiosos.  A mi m`agraden els cotxes vells”. Y en los negocios busca socios con los que poder tener “relación humana y de amistad”, no solo mercantil, porque le agrada la “intimitat intel.lectual i espiritual”. Y, en fin, el buen rugbi.

    Esta inclinación por lo exquisito no es, empero, integral y perfecta. De ahí que, a veces, en este “español por obligació” emerja la vigorosa parresía maternay diga “cony”, “merda”, “fotut” y “em cago en dena”, confiese que sigue a Belén Esteban y que compra “molt, molt, molt, molt barat”.

    Tuvo un acierto pleno, a la vez socrático, platónico y aristotélico, cuando resumió certeramente: “Esto en el fondo es un pueblo y todos nos acabamos conociendo”. “I vosté que ho digui”.

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