Las lacras del escapismo crítico / Carlos Calvo

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Por Carlos Calvo

    En una suculenta entrevista elaborada por el periodista Gerardo Elorriaga en esos territorios de la cultura de ‘El correo’ (8-2-2014), la escritora e investigadora María Virginia Jaua asegura que “el ejercicio crítico es fundamental en todos los ámbitos de la actividad humana, pero dentro de la cultura es mayor. Su objeto es la puesta en evidencia de las condiciones, dependencias e intereses, ya sean sociales, técnicos, políticos, de género, dominación económica o cultural, bajo las que la propia práctica se produce. El crítico es irrelevante, como el autor. No importa quién haga la crítica, sino que esta se haga. No importa quién escribe poesía, sino que se escriba. La crítica no se agota en sí misma, puede ser revisada en ese momento, uno, diez o veinte años después, al igual que ocurre con una obra de arte. La crítica también es una producción de significado y como tal sujeta a ser leída y releída. Ninguna crítica o crítico está idemne ni posee una voz incuestionable. Sin embargo, hay voces más cualificadas que otras. Podemos hacer crítica de la crítica y es necesario hacerla”.

    Y añade, con contundencia: “Una buena parte de la tarea propia de la crítica es la crítica de las políticas culturales, la crítica de la institución. La crítica en España se encuentra en un estado deplorable. Se pretende descalificar y silenciar a la poca crítica que existe, en lugar de potenciarla. Los agentes implicados en la producción artística no buscan la crítica, sino ser avalados. Cuando un artista, una galería o un museo organizan una exposición lo único que quieren es que el crítico diga que han hecho muy bien su trabajo. Hay una tendencia nefasta al victimismo. Como el arte español no ocupa el lugar que le gustaría, el crítico se ve obligado a escribir bien. Si no lo hace, se considera que no apoya al arte español. De ahí al chantaje sentimental hay muy poca distancia y, entonces, se ve al crítico como un enemigo. Resulta fatal porque eso implica caer en la autocomplacencia y en la mediocridad”.

     Aquí, en Zaragoza, pasa tres cuartos de lo mismo. Con alevosía o sin ella, el cortijo está montado. Y sus miembros no soportan que se les insinúe cualquier tropelía en contra de sus intereses. Se llevan la pasta y, encima, necesitan el reconocimiento, la palmada en el hombro. Protegiéndose, unos a otros. Algunos, incluso, se permiten decir que ciertos medios ni se molestan en camuflar su inquina. Es más, la sobreactúan, buscando halagar los bajos instintos de sus hooligans. Unos medios, dicen, que se consolidan como una insólita fábrica de mentiras, manipulaciones e infamias. Y se quedan tan panchos, metiendo todo en el mismo saco. En esta tierra nuestra, en efecto, se han acostumbrado a la cultura de los señoritismos, de unos núcleos duros, férreos, con la peregrina excusa de la ideología mal entendida. Si hay núcleos, que los hay, es una falta de respeto ningunear a los que tienen sentido crítico y tacharles de reaccionarios. Me gustaría ver a más de uno en plena plaza dictatorial. Seguramente, la pasividad de estos autollamados intelectuales –no todos, claro- los convertirían en cómplices. Y entonces surge la pregunta: ¿puedo un hombre ‘bueno’ pasarse al lado oscuro, si sus intereses lo demandan? Y otra: ¿quiénes son, en realidad, los reaccionarios? Y una última, de película: ¿es lícito vivir feliz con los ojos bien cerrados? La óptica de la cultura tiene que ser esencialmente romántica y la pasión está por encima de cualquier ideología. La crítica, pues, es necesaria. Así se entiende y se comparte.

     Expendemos recetas neutras para cubrir las apariencias. Cuando escucho “es interesante”, como una opinión sobre cualquier actividad cultural, siento la náusea del mareo gravitorial en el vacío. Dicho en expresión simple de inmediatez por un lego, se entiende como una tangente escapatoria para no comprometerse ni quedar en evidencia. Escrita y publicada con aval de supuesta autoridad, es una renuncia y una falta de respeto a la obra enjuiciada, al trabajo, a la trayectoria de los creadores, sean de la entidad que sean.

     El escapismo crítico es una de las mayores lacras, ya que confunde y se convierte en una inanidad dialéctica. Es el desdoro, la vergonzosa utilización de espacio y tiempo para un compadreo o una inhibición sospechosa. Quedar bien con todos es una de las maneras más rápidas para la inhabilitación y la pérdida de cualquier valor referencial. Si todo es interesante nada es importante, ni trascendental. No avanzamos si aceptamos lo existente como algo irremediable y sin probabilidad de mejora.

     Cualquier ejercicio crítico tiene el deber de la exploración, del desmenuzamiento de los componentes para su análisis, la contextualización, y eso se debe hacer desde el conocimiento y la preparación constante, para colocarse a la altura de lo enjuiciado. Ni por encima ni por debajo. Un diálogo de tú a tú. Existe también un derecho: el de la equivocación. La renuncia premeditada a la intervención es una injuria. Hay que involucrarse, crear opinión más allá de un acto de celebración o propaganda. Cuesta asumir esta responsabilidad.

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