Por Eugenio Mateo
Fabulación del habla del país de los mudos. Allí reinaban unos pocos charlatanes que adiestraron pájaros parlantes
No puedo evitar el pretender saber qué dicen las abejas en sus zumbidos o llegar a descifrar los gruidos de las grullas nómadas cuando pasan sobre mí, aunque me consuela imaginar que a ellas les ocurrirá lo mismo. En una Babel cosmogónica se cruzan los lenguajes sin entenderse; todo lo vivo se comunica y no es posible la vuelta atrás al sonido primigenio, es la vorágine de los rumores en todas las especies. Hablamos los humanos, a veces demasiado; ladran los perros, a veces a deshora; cantan los pájaros, a veces sin testigos; susurran las hojas antes de caer, a veces sin otoño.
Como seres en lo más alto de la cadena evolutiva tenemos la capacidad de expresar por igual pensamientos y sentimientos, don que debería obtener en reciprocidad el intercambio entre iguales de ideas y opiniones en ese fluir de vida que es el habla pero olvidamos que somos los depositarios de una herencia demasiado valiosa para, al final, caer siempre en la tentación de la sordera. No hay mejor sordo que el que no quiere oír y nada peor que una conversación entre los que se hacen el sordo. En ambos casos el espíritu del habla se torna estéril, tan inútil como inconveniente.
Si el habla pudiese llegar tan lejos como la razón, se adentraría por los cobijos en penumbra del discernimiento para medir la propia dimensión de su discurso, en el tu a tu de un bis a bis a corazón abierto. Hablar, se habla mucho pero la comprensibilidad de lo que se dice alcanza niveles preocupantes. Ante este panorama de “pink Boise” ejercitar el habla, a mi entender, es cada vez más difícil. Se lleva mucho el ”speech” subliminal porque tiene ventajas consabidas. Los“coffé break” se están desvelando como los paradigmas de la charla insustancial. Hablar por decreto predispone a terminar como el capo di capi. La trampa de la tecnología distorsiona el habla virtual de los chats. A nivel más provinciano, el “nazi-onanismo” –parafraseando a mi admirado Ortiz-Osés- se empeña en recrecer su tapia. Se dijo “yes, we can” y demasiados ilusos lo creyeron. Hablar sin decir nada se enseña desde siempre en las high schools. Mantenemos diálogo de besugos con la bateríalow. Andamos como locos con la pérdida del nick a tiempo parcial. ¡Tiempos aciagos para la charla sin diccionario!
El habla se usa como barrera cuando conviene; debe ser la llamada de la tribu que todavía perdura en la genética de la entonación dejando de lado la obviedad de la evolución de la raza a través de las formas de comunicación oral. Sin embargo, paradójicamente, la necesidad del entendimiento globalizado impele al aprendizaje de tantas lenguas como sea posible. Un mundo lleno de políglotas sería la Arcadia feliz de la que habló Virgilio en sus Bucólicas pero eso sería fabular y quizá no esté bien visto.
Adjetivando al habla, puede ser persuasiva, autoritaria, taimada, envidiosa, lastimosa, dolida, doliente, resentida, vengativa, burlona, zalamera, agria, brutal, inaudible, vana, vacía, prescindible, tosca, refinada, culta, falsa, hiriente, fingida, inteligente, brillante, zafia, atrevida, impertinente, razonada, razonable, monótona, comprensiva, generosa, vital, ocurrente, convocante, extravagante, hueca, relamida, intrincada, salvadora, esclarecedora, reparadora, sensata, disgregante, descorazonadora, estúpida… Caos y principio del gran Big Bang
Se cuenta de un país donde sólo había mudos y unos cuántos charlatanes que de feria en feria desplegaban su panoplia incontinente de dimes y diretes. Los mudos acababan reconociendo que el silencio es grato y eximente; los otros se sabían a salvo de abucheos. Tal situación venía de lejos, de los tiempos del primer periodo del Silencio cuando las bestias dominaban la Tierra y los humanos resistían en sus cuevas ante el devenir de una historia poco complaciente. La falta de uso hizo perder el timbre a las cuerdas vocales y las bestias se hicieron imprescindibles con sus rugidos, que poco a poco alcanzaron rango de perorata para ayudar al buen tránsito de las gentes antes de ser devoradas. Instalado el sistema como asunción y renuncia por unos y otros, cada noche, en cada catre, antes de entrar en la barca de Caronte con billete de vuelta, los mudos de solemnidad despegaban los labios para musitar una plegaria de agradecimiento carente de sonidos, nacida y muerta en la misma reclusión, inmensamente libre como el Gran Vacío.
Uno de los pícaros charlatanes tenía un pájaro que sorprendentemente hablaba; recitaba de memoria la lista de los reyes cámbricos y era capaz de repetir hasta el hartazgo los nombres de toda su familia tropical. Al avispado charlatán se le ocurrió sacar partido de su bien preciado y lo exhibió urbi et orbicon gran fortuna. Le enseñó unas frases clave para el asombro general y el loro, que así lo llamaba, se hizo tan famoso como el cometa Haley, que amenazaba de nuevo con el inframundo. Le adiestró para repetir siempre lo mismo, no importara el lugar, con el regocijo general como recompensa, junto con unas pipas administradas convenientemente. Fue tanto el reconocimiento del fenómeno que el sutil embaucador se puso de acuerdo con otro colega que también tenía otro pájaro hembra y del cruce volátil surgió una nueva especie de pájaros parlantes con técnica depurada que fueron incluso capaces de desarrollar sesudas teorías sobre los nuevos tiempos.
Han pasado los años. Los mudos habitantes del país del silencio siguen callados y la nueva raza de pájaros de colores se multiplicó de tal manera que han colonizado pueblos y ciudades con su graciosa verborrea. No me ha dado tiempo de contarles cómo acabó la fábula, han llamado al teléfono para venderme un seguro y se me olvidó dar de comer al loro para que contestara por mí. Tampoco les he dicho que ahora todos tenemos loro; no tenerlo limita mucho las posibilidades de ser reconocido en esta sociedad tan exigente. Tengo entendido que allende los mares han llegado unos sapientes cirujanos que por un módico precio te lo insertan en el cerebro con jaula y todo.