Neuras del escritor/María Dubón


Por: María Dubón

     Cuando a un escritor le preguntan a qué se dedica, cuál es su profesión, la mayoría nos lo pensamos dos veces antes de responder: escritor. Bombero es una profesión, fontanero es una profesión, pero escritor, ¿quién diablos sabe qué es?

     Cuando un escritor analiza su ego, se viene abajo, porque un escritor de verdad nunca está seguro de serlo y vive siempre consumido por la duda, pensando si su obra es de calidad, si lo que hace tiene alguna utilidad, si es un privilegiado por consagrarse a su pasión, si es serio dedicarse a la literatura…

     Que la autoestima de un escritor anda por lo suelos lo demuestra un hecho irrefutable, mientras el obrero de cualquier país se queja de sufrir unas condiciones laborales precarias y de cobrar un sueldo miserable, el escritor se olvida de sus emolumentos e incluso acepta que le publiquen sin cobrar un céntimo. El escritor vive de lo que escribe, pero no de lo que gana, y estas circunstancias provocan que la mayoría de escritores tengamos dos trabajos, como por un milagro de prestidigitación, los escritores podemos ser simultáneamente albañiles, periodistas, ingenieros, vendedores de ruedas o camareros. Trabajos que pagan facturas y permiten la supervivencia.

     El escritor es un trabajador infatigable, excepcional; una vez terminada su jornada laboral, emprende otra: escribir. Escribe cansado, con sueño, enfermo. Escribe páginas respetables siempre, porque ¿quién tiene el poder omnímodo para dictaminar qué es bueno y qué es malo? El escritor es un héroe, un ser humano que desnuda su alma y se la muestra al mundo, un loco tozudo que no se cansa de estrellarse contra las puertas del “no” de editores, críticos y estudiosos, un soñador que dice con arrojo lo que otros no saben o no se atreven a decir, un valiente que asume las consecuencias de sus palabras.

     Escribir es rozar la magia, pero es también enfrentarse a los fantasmas, emprender una trayectoria nada fácil que tiene un alto precio emotivo y que satisface. Satisface tanto como para convertirte en un adicto esclavo de las palabras y disfrutar con ello.

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