Por Carlos Calvo
Con la película ‘Goya en Burdeos’ inicia la filmoteca de Zaragoza un ciclo dedicado al pintor de Fuendetodos con motivo del 275 aniversario de su nacimiento. Rodada en 1999 por Carlos Saura, esta producción entre España e Italia muestra a un Goya esencialmente humano, atormentado por sus recuerdos tanto en la faceta pública como íntima. La restauración de la monarquía absoluta de Fernando VII tras el trienio liberal…
…significa la persecución de muchos de los que habían demostrado simpatías por la constitución parlamentaria.
El artista aragonés, ya anciano, se exilia a Burdeos, donde pasa los últimos cuatro años de su vida, acompañado de su amante Leocadia Weiss y la hija de esta, Rosario, para la que reconstruye los acontecimientos que han marcado su vida.
En efecto, Saura -también guionista- nos pinta este periodo final del pintor, ya octogenario, y va repasando, mediante el recurso del flashback, las diversas etapas de su mundo creativo, con especial hincapié en sus amores con la duquesa de Alba (interpretada por una chirriante Maribel Verdú) y en las pesadillas que le llevan a sus pinturas negras, para cuya visualización el filme cuenta con la colaboración de La Fura dels Baus y los decorados de Pierre-Louis Thévenet, arropado todo ello por la banda sonora de Roque Baños. La película se deja llevar por un esteticismo cuyo subrayado efectista denota una falta de dramatismo que, incluso, abraza el turismo cultural, pese a esas intenciones preciosistas sostenidas por las delicadas imágenes iluminadas por Vittorio Storaro. El sobreactuado Josep Maria Pou es Godoy y Francisco Rabal (cantado: premio Goya al mejor actor de la añada) está excelente como Goya anciano (en sus recuerdos lo interpreta un sobrio José Coronado), retomando el personaje que ya interpretara en la película escrita y dirigida por Nino Quevedo en 1970, ‘Goya, historia de una soledad’.
Con un generoso despliegue de medios, el filme de Quevedo, efectivamente, es otro de los títulos de la muestra, que incluye igualmente ‘Goyescas’, de Benito Perojo; ‘Goya, siglo XXI’, de Germán Roda; ‘Los olvidados’, de Luis Buñuel; ‘Los fantasmas de Goya’, de Milos Forman, o ‘Apocalipse now’, de Francis Ford Coppola. ‘Goya, historia de una soledad’, con fotografía del reconocido Luis Cuadrado y música del recurrente Luis de Pablo, ofrece algunos aspectos de la vida del célebre pintor y del ambiente político que tanto influye en su obra. Como en la versión de Saura, la película de Quevedo, discutible pero con aciertos parciales, es la biografía de su etapa final, desde que inicia relaciones amorosas con la duquesa de Alba hasta su exilio francés, para culminar con su muerte. Junto a Rabal, creíble, completan el reparto Irina Demick, Jacques Perrin, José María Prada, Manuel de Blas, Barta Barry, María Asquerino y el gran Hugo Blanco.
La filmoteca de Zaragoza también incluye ‘Goya: pintar hasta perder la cabeza’ (1995), ‘Tristes presentimientos: los desastres de Goya’ (2013) y ‘Goya tras el espejo’ (2020), tres piezas documentales, de distinta duración, del productor y realizador zaragozano Emilio Casanova, un autor de larga trayectoria que ha tocado en distintos trabajos audiovisuales a Buñuel, los hermanos Saura, Ramón Acín, Julio Alejandro, Gargallo, Chomón, Duchamp, Benedetti, Carlos Edmundo de Ory, Gómez de la Serna, Erik Satie, Velázquez, Vermeer, Pissarro, Alberti, Octavio Paz, Laín Entralgo, Cela, Martín Gaite, Torrente Ballester, Mingote…
Benito Perojo, por su parte, dirige ‘Goyescas’ en 1942, con guion de Luis de Vargas, Antonio Quintero y el propio realizador, y banda sonora a cargo de Manuel López Quiroga. Estamos ante un melodrama en un Madrid goyesco recreado en cartón piedra, donde una tonadillera y una duquesa, que guardan entre sí un excepcional parecido físico, se han enamorado del mismo hombre. Ambas luchan por su amor, y su rivalidad se resuelve entre coplas y diversos episodios que recrean la iconografía de las pinturas de Goya. Perojo, con la ayuda de la fotografía en blanco y negro de Michel Kelber, se muestra competente y pone su indudable talento al servicio de una Imperio Argentina desdoblada en dos personajes. Junto a ella, tan fresca como siempre, redondean el reparto Armando Calvo, Rafael Rivelles, Manolo Morán y Xan das Bolas. Un filme ambicioso en su afán de compaginar inquietudes y niveles de lectura.
A través de la técnica del cine dentro del cine, el documental ‘Goya, siglo XXI’ (2017) cuenta cómo la obra del fuendetodino sigue vigente en la actualidad y demuestra su carácter visionario. Cronista de la sociedad de hace doscientos años, su mensaje sigue siendo válido dos siglos después. Germán Roda, el director, recoge toda la trayectoria del pintor y la influencia en otros artistas, pero especialmente se detiene en los trabajos que ejecuta en Aragón, como los de la cartuja del Aula Dei o El Pilar, y los que realiza más allá de los encargos, o sea, pintura de gabinete, dibujos, grabados… Gervasio Sánchez, en una intervención muy discutible, comenta que Goya, hoy, sería como él, es decir, un fotoperiodista que habría reflejado la dura realidad de una sociedad en perpetuo conflicto. Lo que uno no llega a entender es cómo, hablando de un pintor, no se habla de pintura, de trazos, de color, de la importancia de una disciplina a la que el aragonés trasciende también por la propia pintura. Un auténtico aquelarre, en fin. Y, encima, hablan de Goya con primeros planos de cuadros que no son suyos.
El maestro Buñuel rueda ‘Los olvidados’ (1950) en su etapa mexicana, con guion de Luis Alcoriza, Max Aub, el productor Óscar Dancigers y el propio calandino. Cuenta una historia de juventud desheredada y delincuente, el drama de un adolescente para quien casi todas formas de pillaje le son ya bien conocidas. El cineasta cae en tromba en el neorrealismo (‘El limpiabotas’), pero sin abandonar, en esencia, el surrealismo, con una contundente fotografía en blanco y negro de Gabriel Figueroa. En una cruda denuncia social, Buñuel dibuja unas situaciones difíciles, conflictivas y hasta crueles, enclavadas en los suburbios de Ciudad de México y protagonizadas por un conjunto de personajes marginales, niños delincuentes empujados a realizar toda una serie de actos vandálicos y punibles por un Estado que solo actúa de una manera represora y poco instructiva. Pero Buñuel se apega al relato describiendo con cariño a sus personajes y convierte ‘Los olvidados’ en un filme sociológico, repleto de matices y que mueve a una profunda reflexión en quien lo contempla. Este muestrario de cómo los niños de la calle se convierten en delincuentes por culpa de la incapacidad de la sociedad para ofrecerles una alternativa es un filme terrible, tan cruel e hiperrealista como atravesado de un impactante torrente onírico. Personajes trágicos como los de Goya, sin oxígeno ni esperanza, en un paisaje arroz e inhumano, y que ni siquiera mueven a la compasión.
Milos Forman dirige en 2006 la superproducción entre España y Estados Unidos ‘Los fantasmas de Goya’, una película histórica decididamente mediocre, pese a que el libreto sea obra de Jean-Claude Carrière –el guionista de Buñuel en su etapa francesa- y la fotografía lleve la firma de Javier Aguirresarobe. El realizador checoslovaco de títulos tan importantes como ‘Alguien voló sobre el nido del cuco’, ‘Ragtime’, ‘Amadeus’ o ‘Valmont’ no acierta esta vez en la figura del pintor aragonés, y el conjunto resulta un folletín burdo, convencional, sin sustancia, con unos intérpretes, además, fuera de lugar, empezando por el propio protagonista, un imperdonable Javier Bardem.
Basada en la novela de Joseph Conrad ‘El corazón de las tinieblas’, aunque sin acreditar, ‘Apocalipse now’ (1979) está ambientada en la guerra de Vietnam. Durante la batalla, a un oficial le encargan encontrar a otro oficial de rango superior que ha enloquecido y se ha refugiado entre los nativos formando un pequeño imperio. El propio Coppola interpreta a un periodista de televisión vociferando como un energúmeno a los soldados en una operación militar de desembarco, como si se tratara de una película de ficción, intentando dar más realismo a la guerra: “Sigan, sigan, no paren. No miren a la cámara. Compórtense como en el combate. Es para la televisión, no se detengan. Pasen por delante”.
Nihilista y atroz, operística y gigante, ‘Apocalipse now’ visita las entrañas de la locura. Acaso también el fondo de cierta lucidez. Coppola sumerge su relato, en efecto, en el corazón de la guerra de Vietnam y deja claro que en cualquier guerra viven la maldad y la enajenación. Se trata de la primera superproducción que aborda de forma diferente dicho conflicto bélico, con una fotografía de gran textura a cargo de Vittorio Storaro (el de, precisamente, ‘Goya en Burdeos’). El cineasta dirige durante más de dos años esta descarnada crónica sobre la trágica contienda y compone uno de los mejores filmes bélicos de la historia, pese a ciertas costuras del castin (Martin Sheen, Dennis Hopper, Frederic Forrest, Sam Bottoms, Albert Hall, Laurence Fishburne, Harrison Ford, James Keane, Scott Glenn) y el guion (de John Milius y el propio realizador).
Momentos cumbres de esta monumental película de Coppola son el ataque de los helicópteros al son de la música de Wagner, el fantasmagórico tiroteo en el puente y, sobre todo, las escenas finales con un Marlon Brando impresionante. Y acaso sea Robert Duvall quien defina mejor el delirio de este relato, un auténtico descenso a los infiernos: “¡Qué bien huele el napalm por la mañana! Huele a victoria”. Mientras, Brando susurra: “El horror…”.
Goya, di algo.