Por Fernando Gracia Guía
Nuestra tierra ha sido escenario de múltiples rodajes , aunque en muchas ocasiones apenas han tenido repercusión fuera de nuestras fronteras regionales.
No es el caso de lo que ocurrió allá por 1984, cuando durante un largo verano Sos del Rey Católico y alrededores vieron felizmente alterada su rutina con la aparición de los cómicos.
“La vaquilla” era un proyecto antiguo de Berlanga. Se dice que de treinta años de antigüedad. La única vez que pude cruzar unas palabras con el valenciano, gracias a esos felices encuentros que el impagable Luis Alegre programa desde hace años, me dijo el director que no es que se lo hubiera echado atrás la censura: es que ni se lo ocurrió presentar la idea para no darles el gustazo de cargársela.
Parecía evidente que una historia con gente de ambos bandos contada en plan de comedia, choteándose por lo fino de unos y otros, no tenía la más mínima oportunidad de salir adelante. Pero unos años ya después de la instauración de la democracia y tras constatar el éxito de su trilogía de la transición –léase las andanzas de los Leguineche-, parecía ya un buen momento para abordar esa fábula que intentaba quitar el hierro a muchas supuestas verdades, siempre en clave de humor, que como todo el mundo sabe es la forma más seria de hablar de las cosas importantes.
La villa de Sos fue elegida tras buscar concienzudamente. No sería la primera vez que Berlanga rodara en Aragón: recuérdese la muy revisitable “Los jueves, milagro”, filmada en su mayor parte en un más que reconocible Alhama de Aragón. El casco histórico de la población cincovillense fue el escenario perfecto no solo para filmar sino para que las gentes del pueblo y alrededores convivieran a veces de forma muy cercana con el soberbio elenco de protagonistas.
Conozco a varios actores aragoneses que participaron con pequeños papeles en la película. No puedo olvidar a mi amigo Marcos Agón, soberbio actor y rapsoda, que no es sino el cura que preside la corrida de toros de la parte final de la película. Me recordó el bueno de Marcos que su papel tenía más frases pero se quedaron luego en la mesa de montaje.
El recientemente retirado –aunque como los toreros, nunca del todo- Gabriel Latorre es uno de los soldados que se baña en pelotas en una charca, donde confraternizan sin saberlo republicanos y nacionales. Un Gabriel delgado como la caña de la doctrina, que quienes solo lo han conocido en sus últimos años tendrán dificultad para reconocerlo.
Y sus grandes protagonistas. Alfredo Landa nos contó a un grupo de periodistas e informadores en un recordadísimo encuentro efectuado en el patio del Museo Pablo Gargallo, una anécdota que creo él repetía en cualquier ocasión que se le presentara. Con un calor casi extremo les hizo repetir el director unas cuarenta veces una secuencia filmada desde lo lejos en la cual subían una pequeña ladera corriendo –creo que además cargados con algo-.
Landa supo cuántas tomas hubo porque aquella tarde un vecino del pueblo, cuando le vio en un bar, le comentó algo así: “Señor Landa, yo pensaba que esto del cine era más fácil, pero he visto desde lejos cómo subía una y otra vez esa cuesta y las he contado. Cuarenta y una creo que me han salido. Jodo… y eso que no tenían que hablar, solo correr y subir”. A lo que el bueno de Alfredo le contestó que la culpa era de este c… de director, lo que corroboraba en este encuentro con nosotros mirando al propio Berlanga, que estaba al lado y que le sonreía en plan somarda, como si aún se estuviera relamiendo de gusto.
“Y luego para quedarse con la segunda o la tercera toma. No te jode…” Y Luis se sonreía, y encima va y nos cuenta que antes de rodar una toma con Adolfo Marsillach, éste le preguntó al director cómo tenía que hacerla. A lo que él le contestó sin inmutarse: “…Bien…” Lo que desconcertó al actor/director, tan acostumbrado a otros métodos.
Y Berlanga nos apostilló que su trabajo era elegir el mejor reparto. Buscar a aquellos que él pensaba que lo harían bien. El método y el sistema debían correr a cargo de los actores, que para eso se consideran actores. Y en paz. Él les decía “tú dame, que yo elegiré entre lo que me des. Yo te filmo y luego ya elegiré, que eso es cosa mía”.
Sobre la película, qué vamos a decir. Sigo opinando que es una magnífica comedia. Divertida, ingeniosa, magníficamente filmada por el hombre que mejor ha dominado el plano secuencia, con un soberbio guion donde se nota la mano de Rafael Azcona –nunca se me olvidará la velada pasada con él no mucho antes de su muerte, qué hombre más interesante-, y sobre todo retratando como muy pocos han sabido hacer la idiosincrasia del españolito de a pie, que lo queramos o no somos la mayoría.
Quería recordar alguna película filmada por estas tierras. Creo sinceramente que “La vaquilla” fue una de las mejores, y además una de las que más contribuyó en beneficio de un lugar. Basta con acercarse a Sos y ver las sillas que años después se colocaron en diferentes lugares de su caso para recordar el rodaje. Y basta con comprobar cómo se engancha el personal a la tele cada vez que la reponen, aunque solo sea para ver un trocito. Lo hice hace unos días y me quedé hasta el final, con ese esqueleto ya solo propiedad de las aves de rapiña con esas banderillas clavadas “en todo lo alto” por el Limeño, que no era del Perú sino que manejaba la herramienta