Desde el diván: ‘El pianista’ de Roman Polanski


Por José María Bardavio

    Después de sufrir terribles calamidades, Wladyslaw Szpilman (Adrien Brody), el pianista, consigue huir del gueto de Varsovia y del campo de exterminio de Treblinka con  la ayuda de Ithzak Heller, un policía del gueto.  

Título original:The Pianist (Le Pianiste)
Año: 2002
Duración:148 min.
País:Reino Unido
Dirección:Roman Polanski  

Guion:Ronald Harwood (Libro: Wladyslaw Szpilman)

Reparto:Adrien BrodyThomas KretschmannMaureen LipmanEd StoppardEmilia FoxFrank FinlayJulia RaynerJessica Kate Meyer
 (FILMAFFINITY)

      Habiendo contactado con la resistencia polaca, Szpilman consigue llegar a un  piso de la ciudad en el que, por unos pocos días estará a salvo. Y  después de los abrazos emocionados recibe el regalo de un baño en bañera. Como tan genial película evita mostrar el disfrute de un placer que reste eficacia a la insondable crueldad nazi, que es la reflexión central y documental de la película, la secuencia del pianista en la bañera es tan extremadamente corta como inmensamente sugestiva.

     En un estado de relajación y silencio perfectos, el bañista parece separado por fin del ruido atroz, de la muerte pegajosa, de los clavos en la carne del gueto maldito. El baño en bañera tiene la ventaja narrativa de resaltar por contraste los sufrimientos pasados. Nada puede haber más grato, más íntimo, más reparador, más relajante ni más portentoso, después de tanto y tan inmediato espanto, que un baño en bañera. Y precisamente porque la estancia allí podría hacerse interminable, uno de sus benefactores interrumpe para urgirle terminar. Wladyslaw Szpilman, ha  perdido la noción del tiempo ante el maná que sobre su persona y cuerpo derramaba tan benéfico baño. Es como si hubiera quedado encroquetado en el paraíso a eternidad. Pero todo en medio de una  gran moderación y compostura pues el peligro mortal puede reaparecer en cualquier esquina, en cualquier momento.

     Es por eso que Polanski describe el baño como un acto sobrio, parco, casi sombrío: no hay placer, celebración ni triunfo cuando tanta gente vive bajo el yugo de la bestialidad nazi. Pesa tanto el espanto del  pasado inmediato y del futuro incierto, que no hay capacidad de disfrute del  gozo presente. No puede haber placer alguno sintiendo la bota encima de un pasado monstruoso y de un futuro de pesadilla. Una forma genial de expresarlo es esa sombra que recorre la pared de la bañera: la suciedad del cuerpo ha pintado la blanca pared cerámica para recordar que la miseria y el espanto no han terminado.  Que el milagro del baño es efímero. Que el tatuaje a fuego del alma permanece mientras desaparece la suciedad del cuerpo. El horizonte astroso es bellamente contado a través de esa raya sucia, sombría, patética, tan consustancial a lo que es y espera al infeliz bañista. El hombre sin gozo. Esa oscura soga que rodea el cuello y el cuerpo del que está parcialmente muerto de tanto horror vivido y por llegar. 

El blog del autor: http://bathtubsinfilms.blogspot.com

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