Solo se vive una vez: De Ezquerra, el padre del juez Dredd, a Macario, el dibujante de películas

Por Don Quiterio

   Morir es una obscenidad. Lo decía el recientemente fallecido Claude Lanzmann, autor de ‘Shoah’, la película documental (y monumental) sobre el holocausto estrenada en 1985. “No sé lo que es envejecer, en primer lugar porque mi juventud garantiza la del mundo”, escribe al final de sus memorias.

    Y le creo. Porque acaba de fallecer Carlos Ezquerra, de la localidad zaragozana de Ibdes, y su muerte la he sentido de un modo especial. Sobre todo cuando recuerdo los momentos en que venía a Zaragoza para ver a su madre, Salomé, y siempre se acercaba por mi tienda, al lado del domicilio de ella (en la calle Boterón). Con Salomé tengo un trato a diario, durante muchos años, tanto que le hice un documental junto al cineasta conquense Tasio Peña, hace ya casi tres lustros. Una mujer que sale en los papeles de Julián Casanova, pues su padre fue uno de los asesinados, por sus ideas republicanas, nada más acabar la guerra civil española. Nos carteábamos y nos llamábamos, y me hacía los dibujos para la lotería de navidad que ofrecía en mi negocio. Y me presentó a infinidad de artistas del mercado anglosajón. Un viaje con él a Nueva York fue, sencillamente, memorable. Y eso que el arriba firmante no tiene ni idea del inglés. Con Ezquerra, al fin del mundo. Un tipo encantador que, pese a su proyección internacional, nunca perdía el contacto con su tierra y con los jóvenes dibujantes e ilustradores aragoneses.

  La muerte, sí, esa “angustia de cielo y hora”, al decir del poeta. Y de los amantes del cómic, pues a la reciente marcha de Carlos Ezquerra se unen las del británico Norm Breyfrogle o la del galo René Pétillon. Autor excepcional, Ezquerra marcha a Barcelona y se curte en las historietas de la España tardofranquista, trabajando como ilustrador de novelas y tebeos del oeste y de hazañas bélicas, esas que tanto se vendían en los quioscos. Pronto comienza a colaborar, a veces con el seudónimo John Silver, en revistas femeninas de Inglaterra como ‘Mirabelle’ o ‘Valentine’. De estilo inconfundible y carrera internacional, el trazo de Ezquerra crea al famoso justiciero Juez Dredd junto al guionista John Wagner en 1977 para las páginas de la revista ‘2000 AD’, cabecera británica de referencia bien nutrida con ácidas viñetas de temática fantástica. Aunque desarrollado según los parámetros del cómic anglosajón, Dredd incorpora elementos españoles en su iconografía: su escudo y su hombrera están presididas por un águila como la de la bandera preconstitucional franquista. El antihéroe de papel, al mismo tiempo policía, juez, jurado y verdugo, es encarnado por Sylvester Stallone en la gran pantalla, en 1995 y con dirección de Danny Cannon, acaso en una adaptación fallida a la que sigue, diecisiete años después, otra más conseguida, protagonizada por Karl Urban bajo la dirección de Pete Travis. Cuenta con la participación de Ezquerra y Wagner en el guion, con mayor garantía en su resultado final. También destacan sus colaboraciones con el guionista Garth Ennis en la serie ‘El predicador’, que cuenta con una versión en HBO.

  Y si el humor negro campa a sus anchas en las viñetas de Dreed, no es el único personaje de referencia del noveno arte engendrado por el lápiz de Ezquerra. Es el caso de Strontium Dog, un cazador de recompensas mutante que aparece en la revista ‘Starlord’ poco después que Dredd. También se aventura por los terrenos del wéstern, el cómic bélico o el histórico, en títulos como ‘Just a Pilgrim’, ‘War stories’, ‘Hitman’, ‘Las aventuras de la brigada del rifle’ o ‘Bloody Mary’. Valgan estas sus palabras como despedida: “Yo aprendí a dibujar cómics viendo películas de John Ford. El cómic siempre ha bebido del cine y al revés: las dos artes se enriquecen y sus relaciones son cada vez más estrechas”. Menos mal que el añorado Joaquín Aranda no está ya con nosotros para desdecir la reflexión.

  Hijo de humildes campesinos de Huesca, el cartelista Macario Gómez Quibus, que firma sus trabajos como Mac, también ha muerto recientemente. Nace en Reus, pues sus padres oscenses emigran a esas tierras tarraconenses en busca de un mejor futuro, y se traslada, de joven, a Barcelona, en la década de 1950, donde se pone a trabajar haciendo dibujos a pluma para los periódicos. Como también le gusta mucho el cine, acepta la propuesta de la productora Tandem Films y así empieza su fama internacional, puesto que la compañía colabora con las principales distribuidoras de Hollywood. Realiza cerca de cuatro mil pósteres (‘Ivanhoe’, ‘Los diez mandamientos’, ‘El Cid’, ‘Ninotzchka’, ‘Doctor Zhivago’, ‘Psicosis’, ‘El verdugo’, ‘La muerte tenía un precio’, ‘Doce del patíbulo’, ‘El juez de la horca’, ‘A sangre y fuego’, ‘Agente 007 contra el doctor No’, ‘A sangre fría’, ‘Los justicieros del oeste’, ‘Asylum’, ‘Alias el gitano’, ‘Asesino implacable’, ‘Aeropuerto en llamas’, ‘África bajo el mar’, ‘A cada uno lo suyo’, ‘Abajo el telón’, ‘Acabo de matar a un hombre’, ‘Aullidos’, ‘Terremoto’, ‘American graffiti’…) en un tiempo que el cartel es un reclamo primordial del filme. Da color a un cine todavía en blanco y negro, e innova en la técnica del cartel al trabajarlo como si fuera un cuadro, sintetizando en él la trama. No solo se encarga del póster central de las películas, sino, también, los cinco o seis dibujos a pluma que más tarde se utilizan para poner anuncios. Su creatividad se extiende igualmente a la tipografía con la que pone el título de la película. “La creación del título”, decía, “es para mí el cincuenta por ciento del cartel”. Y junto a Jano, otro de los maestros indiscutibles del oficio, Mac firma algunos de los afiches más entrañables de la cartelera de los años cincuenta, sesenta y setenta del pasado siglo. Nadie como ellos para evocar en el trazo de un solo dibujo –un beso, un puñetazo, el rostro de los protagonistas- todo el argumento de una película.

  Su último cartel es la película dirigida por Félix Rotateta ‘El placer de matar’ (1987). Al final de su carrera, no queda otra, Macario Gómez se reinventa y se refugia en el diseño de carátulas para vídeos, coincidiendo con la crisis de los cines. Los carteles, ay,  ya no cotizan como antaño. El cartelismo cinematográfico, que llega a ser cultivado por cineastas de la talla de Iván Zulueta, es un arte tan ligado a la exhibición fílmica a la antigua usanza que puede decirse que se va extinguiendo de la misma manera, en efecto, que dejan de verse películas en las salas. Y el mercado del vídeo, hoy también extinto, ya no es lo mismo, ni profesional ni económicamente. El cineasta David Muñoz dedica a Macario el documental ‘El chico de la portada’ (2012). Y no olvidemos que el cartel de la película del zaragozano Fernando Palacios ‘La gran familia’ (1962) también sale de sus pinceles, aquella honra y gloria de las familias numerosas en época franquista (y opudeística), a la vez que pintura de una sociedad apañada y optimista, un particular ‘¡Qué bello es vivir!’ español, gracioso por sus pinceladas costumbristas, sentido del detalle y dosificación de la sensibilidad, pese a la abundancia de almíbar.

  Un tipo este Macario, en última instancia, muy admirado por Salvador Dalí. Y por el propio Buñuel, aunque nunca le hizo un cartel.

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