Por Don Quiterio
El director iraní Asghar Farhadi, a quien se le deben historias grandiosas sobre la condición de las mujeres en su país, se entrega en ‘Todos lo saben’ a otro melodrama familiar, pero con total sabor español.
El filme gira alrededor de una mujer (Penélope Cruz) que viaja con sus dos hijos desde Buenos Aires, sin su marido (Ricardo Darín), a su pueblo manchego natal para asistir a la boda de su hermana pequeña. Se encontrará con un amor de juventud (Javier Bardem), tras lo cual los secretos y las mentiras trastocarán los acontecimientos. La breve visita familiar, en efecto, transformará su vida para siempre. Al cineasta se le ocurrió la idea de la trama en 2003, cuando viajaba por el sur de España con su familia: “Paseando por la calle vimos la foto de un niño. Mi hija pequeña, que tenía apenas cuatro años, preguntó qué era aquel cartel, y mi intérprete nos explicó que era el retrato de un crío desaparecido, probablemente secuestrado. Mi hija se pasó el resto del viaje con mucho miedo pensando que le podría ocurrir a ella también”.
Pero la película de Farhadi no termina de redondear todas sus expectativas, y se queda, pese a su indudable interés, en un rango decididamente inferior a esos otros títulos suyos: ‘A propósito de Elly’ (2009), ‘Nader y Simin, una separación’ (2011), ‘El pasado’ (2013) o ‘El viajante’ (2016). De todos modos, los resortes del melodrama funcionan como una hermosa y sensible sinfonía, llena de sutilezas. El iraní, en última instancia, remueve sentimientos al hablar de los vaivenes, sobresaltos, zonas de luz y de sombra, mezquindades y generosidad, ocultación y sentido de culpa que convive en la naturaleza humana. De las mentiras y verdades que se entremezclan en función de las circunstancias y de situaciones al límite.
También se han estrenado en la cartelera zaragozana otros títulos de singular importancia: ‘Girl’, ópera prima del belga Lukas Dhont, el relato alegórico, lúcido y preñado de una humanidad a prueba de bombas de una chica atrapada en el cuerpo de un chico, cuya máxima ilusión en su vida es convertirse en bailarina, a la que el director estudia, explora, muestra, para reflexionar sobre la transformación y la identidad, sin tesis, sin alegatos, sin monsergas, o ‘Cold war’, obra maestra del polaco Pawlikowski, una hermosísima e hipnótica historia de amor, trágica e imposible, en medio de la guerra fría, el comunismo estalinista o el París del jazz, inspirada en la tortuosa relación de sus padres y fotografiada en un impecable blanco y negro, de un clasicismo envolvente y bruscas elipsis, que nos retrotrae al testamento cinematográfico del gran Andrzej Wajda, ‘Los últimos años del artista’, para hablarnos de la fugacidad del tiempo, de las ocasiones perdidas y de la muerte como refugio.
Igualmente merecen consideración ‘Viaje al cuarto de una madre’, de la sevillana debutante Celia Rico, delicada y poética historia emocional sobre la separación entre padres e hijos que nos habla de la soledad, el amor y la dificultad para pasar del egoísmo posesivo a la generosidad comprensiva en la tensa e íntima relación familiar; ‘Burning’, del coreano Lee Chang-Dong, un drama que coquetea con el thriller de forma natural y cautiva desde su primera secuencia, inspirado en un cuento corto del japonés Haruki Murakami, con una trama que se va retorciendo por momentos, desconcertando al espectador, con alguna dosis de morbo bien entendido que añade valor a una propuesta de agradecido ritmo pausado que se rompe en el momento adecuado; ‘Clímax’, del argentino de nacionalidad francesa Gaspar Noé, la hedonista fiesta de unos jóvenes bailarines, un viaje del cielo al infierno, de la vida a la muerte, de la explosión a la aniquilación física, o ‘Petra’, fascinante puesta en escena (planos largos, fueras de campo) por parte del catalán Jaime Rosales para diseccionar una vez más sus grandes temas: el dolor, la culpa, la soledad…
Mención aparte merece ‘El reverendo’, del mejor Paul Schrader (de Michigan), el retrato emocional de un torturado pastor calvinista de una pequeña iglesia en el norte del estado de Nueva York que se ha refugiado en hipotéticos misticismos a fin de sobrellevar la pérdida de un hijo, con el ecologismo o el extremismo ideológico como temas de fondo. Un perturbador y desnudo filme al modo del bressoniano ’Diario de un cura rural’ (1951), todo un tratado sobre el remordimiento de un protagonista cargado de traumas. ¿Cuál es el propósito de la vida? ¿Qué nos sucede al morir? ¿Por qué estamos aquí? Ahora bien, el denso tema acaso requería un ritmo y tono más pausados y recogidos. Lo que el gran Robert Bresson hacía desde el interior, desde dentro, Schrader deriva hacia el histrionismo, sobre todo en la dirección de actores. Muy interesante, en cualquier caso.
Finalizo con el apasionante drama sicológico ‘Quién te cantará’, dirigido por el madrileño Carlos Vermut, seudónimo de Carlos López del Rey. Un filme de estructura en espiral, con múltiples espejos y duplicidades, apoyado en un guion rico y complejo, junto a una austera e hipnótica puesta en escena. Estamos ante el relato de una cantante de pop amnésica dispuesta a recuperar su voz y su autoestima con la ayuda (o no) de una seguidora e imitadora suya, contratada para que la estrella vuelva a ser ella misma, siendo, al fin, su reflejo invertido, pues tendrá que enseñar a la diva a ser lo que fue. La trama nos remite al cuento de Borges ‘La casa de Asterión’, donde el hijo de una reina está encerrado en un laberinto. A partir de ahí, el director, a través de un estilo frío y estético que conduce el misterio por pasillos siempre imprevistos, reflexiona sobre la fluidez de la identidad y sobre los efectos de la idolatría, en una historia de transmutación y fantasmas, con la tensión entre un pasado perturbador, un presente tormentoso y un futuro por venir.
Entre el melodrama, el cuento de terror sobre la maternidad, la fama y el divismo, la fascinación y la dependencia, Carlos Vermut inicia una suerte de círculo infinito de gente que busca su identidad y replicantes que se nutren de las personalidades que le rodean, al modo del Scott de ‘Blade runner’, el Schroeder de ‘Mujer blanca soltera busca’ o, sobre todo, el Bergman de ‘Persona’. También del Hitchcock de ‘Vértigo’ o el Saura de ‘Pippermint frappé’. La tragedia sobrevuela todo el metraje. Es un tránsito constante entre la vida y la muerte. Simbiosis y vampirización. Sacrificio y purificación. Como broche, una preciosa canción del grupo Mocedades, que es la que da título al filme, escolta el periplo de la protagonista, un ser que se mira en el ambiguo espejo de la vigilia y el sueño, de lo real y lo imaginario, de forma elegíaca y subyugante: “Quién te cantará con esa guitarra, quién la hará sonar cuando yo no esté, quién dará a tu casa color y a tu lecho calor, quién te hará el amor…”.