Guau, qué película


Por Don Quiterio

   ‘Miau’, según los diccionarios del uso del español, es la onomatopeya con que se imita la voz del gato. En una segunda acepción, ya exclamativa, es el término burlesco con que se niega una cosa o se muestra incredulidad. También es el título del segundo largometraje del zaragozano Ignacio Estaregui, realizado cuatro años después de su curiosa…

…ópera prima ‘Justi&Cia’, aquella comedia negra tan valiente como mediocre en torno al maullido de un antiguo minero que decide impulsivamente convertirse en un justiciero. Al lado de ‘Miau’, sin embargo, ‘Justi&Cia’ casi parece una obra maestra. Estaregui insiste en fusionar el humor con la reivindicación social, pero le falta colmillo crítico y le sobra un sentimentalismo rancio que todo lo empaña. Y que te deja más helado que el picaporte de un iglú.

  ‘Miau’ también es el título de una novela del gran Benito Pérez Galdós. La película, por el amor del dios galdosiano, no adapta esa pieza del autor de ‘El abuelo’, sino un libro del escritor y periodista zaragozano Juan Luis Saldaña, ‘Hilo musical para una piscifactoría’, en la que Estaregui –también guionista- ejecuta varios cambios, aparte del título: el protagonista, en la novela, no tiene nombre y ahora se le llama Telmo, y uno de los protagonistas masculinos es sustituido por una mujer. Flaco favor le han hecho al novelista, al que se le habrá quedado, al ver la adaptación cinematográfica, cara de póquer. O de Buster Keaton. Un suponer. Su carrera literaria, en cualquier caso, corre peligro. Porque la película no tiene gracia, no coge el tono del original, es una comedia triste que no sabe urdir en imágenes su cosmos literario, más complejo, sin duda. Y se queda en su epidermis y así no hay manera. Todo más previsible que una película porno.

  ‘Miau’, con Víctor Abad asumiendo la dirección de arte, está rodada íntegramente en Zaragoza, y no están mal mostrados sus barrios, sus calles, sus plazas. Y eso nos hace mucha ilusión a los identificados lugareños, aunque no tanto a los de Albacete o los de Cuenca, por así decir. Formalmente, en efecto, la película no es nada desdeñable, mérito del director de fotografía, Adrián Barcelona, pero muchos recursos son muy discutibles: la voz en off del protagonista, los flashbacks, la cámara lenta a lo Peckimpah… Visualmente atractiva, sí, pero con menos sustancia que una nevera a fin de mes.

  ‘Miau’ narra las aventuras de cuatro variopintos jubilados que trazan un plan para realizar el rocambolesco robo de una escultura cubista –concretamente la máscara cóncava de bronce denominada ‘Kiki de Montparnase’, la musa de Man Ray- y así sentirse vivos. Son mayores, claro está, y la fatiga y el olvido les amenazan, pero quieren ser parte activa de la sociedad, y viven sus soledades con cierto equilibrio. Mientras están pensando qué demonios van a hacer, para bien o para mal, resulta que ya lo han hecho. No hay vuelta atrás. Si estaban hastiados de sus vidas y deciden añadir algo de emoción a su cansina rutina, maldita sea, desde luego lo consiguen. Parecen tener claro el “conceto” de Buda: “No existe un camino a la felicidad, ya que la felicidad es el camino”. El atraco lo cometen José Luis Gil, Luisa Gavasa, Manuel Manquiña y Álvaro de Luna en el museo Pablo Gargallo, pero Estaregui parece no haber aprendido las enseñanzas del escultor y pintor maellano, quien no buscaba la dimensión física en sus obras, sino acaso la metafísica.

  ‘Miau’ está interpretada, además del cuarteto protagonista mencionado, por muchos rostros maños y otros que no lo son: Jorge Asín, Jorge Usón, Jaime Ocaña, Laura Gómez-Lacueva, Irene Alquézar, Ana Ruiz, Alberto Castillo-Ferrer, Raquel Anadón, Gabriel Latorre, Agustín Martín Chueca…  Pero no sale Fernando Esteso, y eso es imperdonable. Tampoco Paco Martínez Sorio, pero eso se puede perdonar, pues ya murió. Los productores Jaime García Machín y Gloria Sendino se podrían haber estirado algo más en estos disparates de la tercera edad, la verdad. Porque a los personajes no hay modo de encontrarles un asa por la que agarrarlos.

  ‘Miau’, más allá de las onomatopeyas gatunas (o felinas, o perrunas, o vaya usted a saber), resulta tan absurda que acaba dándote un poco igual la historia, decididamente perdida en los ramales de varias subtramas sin recorrido. El guion desaprovecha los personajes y las situaciones, y cuando trasciende lo anecdótico es para descubrirnos que no existen unas raíces dramáticas que lo sostengan. Esta película es como visitar un museo del que se han retirado todos los cuadros.

  ‘Miau’ es un retroceso temporal y la historia tiene la perversa intención de repetirse como farsa y con munición de fogueo. Farsa, efectivamente, lo cual no ha de extrañar habida cuenta de la baja calidad de los personajes que pululan por ahí, a pesar de las buenas intenciones. Pero hace falta algo más que “buenas intenciones” para llegar a la ternura, la poesía o el toque de locura. El resultado es simpático, desde luego, pero totalmente deslavazado y farragoso. Todo es fofo y con la misma largura dramática que el rabillo de una boina. El argumento es lo de menos, y lo demás también.

  ‘Miau’ es una película del montón en el momento actual del cine español, digan lo que digan los del cine aragonés. Si, como dice Saura, al año se realizan uno o dos películas muy buenas, tres o cuatro buenas y otras muchas malísimas, la de Estaregui pertenece a este último apartado. Porque es una película sin conjuntar, reiterativa y tediosa, blanda e inconexa, un disparate que carece de enjundia, demasiado desangelado para la prometedora premisa. A lo mejor, o a lo peor, la personalidad de Estaregui como cineasta no da más de sí y se alimenta de la sentencia de Cortázar: “Insiste en tus errores porque esa es tu verdadera personalidad”.

  ‘Miau’ es un canto a la vida y el empeño es loable al intentar una disección de las relaciones humanas, pero presenta muchas dudas por su concepción narrativa, decididamente forzada, dispersa, arrítmica, un filme marcadamente fallido por su eclecticismo y su falta de progresión, de un –digamos- surrealismo cazurro. El realizador intenta, sin conseguirlo, que la cosa funcione por simple acumulación de situaciones, dispersas e incoherentes. No es difícil verla, pero sí algo más complicado encontrarle la gracia. ‘Miau’, en el fondo, es un enorme ‘macGuffin’ que hubiera hecho las delicias de Hitchcock, porque, como en ‘Psicosis’, se pierden personajes por el camino. Pero el maestro del suspense lo hacía a través de un guion férreo, sin fisuras. Estaregui, por el contrario, se enmaraña en la nada.

  ‘Miau’, con música de Luis Giménez (también suena un tema de Kase-O, ‘Mazas y catapultas’), no apuesta por el humor a tumba abierta. No es ‘Atraco a las tres’. Ni a las cuatro ni a las cinco ni a las seis. El tono de humor surrealista (mal entendido) o un cierto empaste de realismo mágico (de andar por casa) tumban a la película. Porque el absurdo de un Mihura o un Jardiel Poncela le viene grande al realizador. Una historia sin el combustible necesario para llegar a buen puerto, donde el probable homenaje a las películas de atracos perfectos, según el modelo marcado por las italianas ‘Rufufú’ (Mario Monicelli, 1958) y ‘Rufufú da el golpe’ (Nanni Loy, 1959), realizadas –a su vez- al amparo de la francesa ‘Rififi’ (Jules Dassin, 1955), se va al traste. Lo dice el protagonista: “Los chistes breves y malos son los mejores”.

  ‘Miau’ se preestrenó hace unos días en la abarrotada sala noble de los multicines Palafox de Zaragoza. Ovación cerrada. Al término de la película, en efecto, todos los mandos políticos, culturales y tropa en general aplaudieron a rabiar. El arriba firmante tampoco, que se quedó más escamado que un barbo. Sobre todo cuando un entusiasta miembro del clientelismo cultural zaragozano, encantado de haberse conocido, exclamó: “¡Guau, qué película!”.

  ‘Guau’, según los diccionarios de la lengua española, es la onomatopeya con que se representa o se imita la voz del perro. En una segunda acepción, ya exclamativa, es un término de admiración o alegría. Ustedes mismos, desocupados lectores.

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