Duodécima muestra de cine y derechos humanos

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Por Don Quiterio

   “Hay otros mundos, pero están en este”, decía el poeta dadaísta francés Paul Eluard. Vivimos a veces en mundos paralelos que difícilmente tienen contactos entre sí. El prejuicio inclina al hombre a despreciar a quien ha sido su inferior, aun después de que este ha llegado a convertirse en su igual.

   En las democracias, tras la abolición de la esclavitud, los modernos tienen que destruir tres prejuicios mucho más intangibles y más tenaces: el prejuicio del amo, el prejuicio de la raza y, en fin, el prejuicio del blanco. La palabra ‘raza’ incluye un amplio abanico de marcas, a menudo intencionadamente visibles, como color de la piel, pertenencia étnica, origen nacional, cultura o religión. Son las relaciones de poder, los sistemas de asignación y, al fin y al cabo, las fuertes presiones para que desaparezcan unas formas de vivir en sitios muy ricos.

  De esta mirada comprometida que te engancha con las personas, y compartes lo que están sufriendo y peleando por sus reivindicaciones, se encarga Luis Antonio Alarcón, coordinador de la muestra de cine y derechos humanos. En su duodécima edición, esta muestra zaragozana ofrece un buen puñado de documentos cinematográficos de diferente duración y de diferentes nacionalidades: de España y Australia, de Estados Unidos y Bélgica, de Palestina y Emiratos Árabes, de Siria y Vietnam, de Serbia y Croacia, de Francia e Israel. Son distintas producciones realizadas entre los años 2005 y 2014, y se han programado, para la sección oficial, los trabajos de la aragonesa Patricia Roda (‘El viaje de las reinas’), David Fedele (‘The land Between’), Icíar Bollaín (‘En tierra extraña’), Mark Hopkins (‘Living in emergency’), Xavier Artigas y Xapo Ortega (‘Ciutat morta’), Khaled Jarrar (‘Infiltrators’) y Fernando Olmeda (‘El viaje de Carla’). La lucha por la igualdad de la mujer, la emigración de africanos a Europa, la emigración de españoles, las extremas condiciones de trabajo de médicos en África, la corrupción, las separaciones causadas por el muro de Jerusalén o la discriminación por la identidad sexual son los temas respectivos de estas películas. 

  La votación del público otorgó al documental ‘Ciutat morta’ (2013) el premio honorífico de esta duodécima muestra de cine y derechos humanos, organizada por el servicio cultural de la fundación Caja Inmaculada. La obra galardonada da a conocer la verdad de uno de los peores casos de corrupción policial en Barcelona, un suceso de gran impacto mediático que concluyó con el suicidio de una de sus protagonistas, la joven Patricia Heras. ¿Quién era Patricia? ¿Por qué se quitó la vida y qué tiene que ver Barcelona con su muerte? El largometraje trata de dar respuesta a estas preguntas. Heras, maldita sea, se quitó la vida tras un proceso judicial y una condena de prisión de tres años por unos hechos en los que no participó. Por su parte, las producciones del año 2014 ‘El viaje de Carla’, la historia interior del regreso a las islas Canarias de una de las más relevantes activistas por la igualdad en España, y ‘En tierra extraña’, una reflexión sobre los españoles que han dejado el país desde el inicio de la crisis, fueron los otros dos documentales más votados. 

  En paralelo a la sección oficial se ofrecieron los documentales aragoneses ‘Organizadas: mujeres tejiendo la historia’, de Ana Bueno y Carlota Muñoz, ‘El mal viaje de Daysi’, de Arturo Hortas y Judith Prat, y ‘Halabja, vida después de la muerte’, de Julián Flordelís y Eduardo Úbeda. Y también se vieron otros trabajos en torno a la temática del exilio y la propiedad realizados por Michale Boganim (‘Odessa, Odessa!’), Lê Doan Hông (‘¿A quién pertenece la tierra?’), Axel Salvatori-Sinz (‘Les Chebabs de Yarmouk’), Goran Padkaljevic (‘Al nacer el día’) o Peter Cassaer y Caroline Van Nespen (‘MSF’). Un conjunto de películas cuyo objetivo es denunciar situaciones de injusticia y de violación de derechos humanos sobre hechos reales que no suelen ocupar espacios en los medios de comunicación convencionales para sensibilizar al espectador y fomentar su espíritu crítico. 

  Una muestra impregnada de cuestiones candentes y de difícil solución: la guerra, los esclavos, los desaparecidos, los prisioneros, el terrorismo paramilitar, los contrabandistas, los narcotraficantes, los enfermos mentales, los discapacitados…  El compromiso exige respuestas. Y en ello, la sociedad, los expertos y las instituciones deben tomar cartas en el asunto para que los desfavorecidos dejen de estarlo y su dolor pueda orientarse hacia la reconstrucción del presente y el futuro. Presente y futuro en la memoria, en la búsqueda de la verdad, en un cartel, en un baúl lleno de recuerdos, en un mechón de pelo cortado días antes, en una carta, en un cumpleaños. El desfavorecido acompaña a quien lo busca en todo momento, en un círculo de dolor y amor imposible de cerrar hasta que, al fin, se produce un encuentro que empieza a hablar de lo oculto. El compromiso, en fin, del cine con los derechos humanos. 

  Para ello, la organización ha rendido homenaje a Gervasio Sánchez y ha proyectado un documental dedicado a este fotoperiodista, nacido en Córdoba pero aragonés de adopción, que lleva media vida retratando las guerras pero también, y esa es su virtud, las posguerras. Lo que ocurre después es tan grave como lo que ocurre durante la guerra, pero los conflictos desaparecen cuando dejan de ser mediáticos. Y de esta forma de ver el mundo y la profesión de periodista trata el documental dedicado a su persona,  dirigido en 2014 por Alicia de la Cruz Casielles y realizado por Gustavo Giménez Vera para el espacio televisivo ‘Imprescindibles’.

    Entrañable y emocionante, de palabras y silencios, el hilo conductor del documental se hace a través de la historia de Adis Smaljic, víctima como tantos otros miles de la guerra de Bosnia, quien, con trece años, estaba jugando al fútbol en Sarajevo y se dio de bruces con una mina antipersona. Por miedo a que alguien la pisara, la cogió para retirarla y, cuando la depositó en un lugar apartado, le estalló. Nueve años después, en 2004, el médico que le realizó la última operación en los ojos aún sacó restos de metralla de su cara. Otros nueve años después, Adis fue padre. Y este periodista incansable, tenaz, osado, recorre buena parte de los conflictos armados desde los años ochenta del siglo veinte, como este relato conciso, muy bien planificado por sus responsables, con gusto sin buscar la vena sensiblera. 

    A lo largo, pues, de más de treinta años de profesión, en los que ha presenciado los conflictos más sangrientos de los últimos tiempos, Gervasio se detiene en contar la historia de las víctimas, capaz de establecer un vínculo personal más allá del final de la guerra. Contar estas historias que acaban abriendo ventanas a la esperanza es precisamente lo que más interesa a este corresponsal de guerra. Y los testimonios de su familia, de compañeros de profesión y carretera, de actores y editores (Alfonso Armada, Iñaki Gabilondo, Ramón Lobo, Mónica Bernabé, Sandra Balsells, Leopoldo Blume, Chema Caballero, Carmelo Gómez), retratan a este personaje incansable, alejado del protagonismo, que huye de la idea de periodista comprometido, porque lo suyo es una obligación, siempre vigilante del poder, y de los que beben de él. 

    Gervasio fue camarero en Tarragona mientras ahorraba para buscarse la vida, alojándose en hoteles baratos de aquellos lugares donde ocurrían sucesos dignos de ser capturados.  Donde más se reconoce su figura es en las víctimas que él retrata. Las que ha buscado en todos los lugares donde ha cubierto una guerra (los Balcanes, Sierra Leona, Afganistán, Irak, Bosnia, Israel, Colombia) para ponerles nombre y apellidos, para darles voz y seguir documentando sus vidas a través del tiempo. Lugares en los que es necesario estar para contar lo que está ocurriendo. Lugares sin electricidad, ni alcantarillas, ni esperanza. Lugares en los que se escucha el runrún de los generadores, única fuente de luz. Lugares que huelen a miedo y polvo. Lugares en los que decenas de camiones cisterna acarrean agua potable hasta los puntos de reparto. Lugares en los que no hay trabajo, solo soldados y guerra. Lugares en los que sus mercados venden los restos del hundimiento: pobreza y piezas de segunda mano. Lugares en los que sus millones de habitantes se hallan en riesgo de sufrir una hambruna. Lugares de odio y memoria de odio en los que las etnias se matan entre sí. Decenas y decenas de matanzas, de mujeres y niños asesinados no se sabe muy bien por qué. De civiles asesinados no se sabe muy bien por qué. 

    Lugares llenos de campamentos, de soldados muertos en las batallas, de desplazados que huyen a no se sabe dónde, de gente que lo ha perdido todo: casa, cabras, ollas… De gente sin dinero ni fuerzas para construirse un chamizo. Gente sin saber qué hacer, escondida, donde la paciencia se torna impaciencia. Hombres que se echan barro en la cara y en el cuerpo para espantar las moscas. Mercenarios cuyo sueldo es el saqueo. Con la violación de la mujer se humilla a la familia, al clan. Con su muerte se impide el pastoreo, el cultivo. Es la lucha del poder. Es la historia del hombre. La muerte y el hambre. Y el primer mundo a lo suyo, acostumbrado a mirar hacia otro lado.

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