Se pone en la batidora un chorrito de minions descerebrados, se añaden polvitos ET en busca de un lugar en las galaxias, se pitufa el mejunje con un buen colorante, se aroma todo con unas rayitas de pop niñato (a ser posible, sin venir a cuento) y ya tenemos Home en bandeja.
Un cóctel ni muy digestivo ni demasiado explosivo. Festivo sí, y bien movido (siempre mejor los elementos no humanos), pero con un fuerte sabor a lo mismo. Esta versión tuttifrutti deMegamind, otra marca Dreamworks, vale más por lo que deja entrever que por lo que aparece en pantalla. Ya la novelita del ilustrador Adam Rex daba cuenta de la profunda lelez yanqui por los marcianitos pulp y su manía colonizadora, pero habría que ir más allá, al insondable vacío del universo, para colegir esa (llamémosle) necesidad antropológica de sabernos, en cierto modo, acompañados, observados, visitados, amenazados, pastoreados, wanted. Yo convivo a diario con el legado de Enrico Fermi y su paradoja, conjugada en mil y una películas, no deja de intrigarme. Cierto que el gran arte, con sus criaturas del aire, da carta de naturaleza a esos mundos paralelos finalmente no ficticios sino carne misma de nuestros sueños, pero la pregunta sigue abierta, afuera, lejos: ¿o yo me lo digo todo? Productos encelofanados como el facturado por la compañía de Spielberg y Katzenberg salen al paso de esta sed, y las familias acuden numerosas a hacerse un sorbete de entertainment. La invasión, después de todo, está controlada.