El patrullero de la filmo: De campanadas, coreanos y bigotes

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Por Don Quiterio

   La filmoteca de Zaragoza da por finalizado el homenaje al orondo Orson Welles, en el centenario de su nacimiento –y los treinta años desde su muerte-, con unas películas de la última etapa de su filmografía, rodadas, en parte o íntegramente, en la España del franquismo. 

    El rodaje de ‘Campanadas a medianoche’, hace medio siglo, se realizó en España de rebote, ya que iba a filmarse en Yugoslavia. Lo explica muy bien el estudioso Gregorio Belinchón: “Los productores desaparecieron y Welles se beneficia de un cambio de legislación del cine español en 1963. En una increíble carambola, el abogado italiano de Welles conoce al productor y actor Espartaco Santoni, marido de Marujita Díaz, actriz cuyas películas producía Emiliano Piedra. Así es como Piedra, entonces un joven algo naif y con ganas de levantar una gran película, entra en el proyecto. El acuerdo: rodar dos filmes a la vez. Uno daría prestigio (‘Campanadas a medianoche’); otro, beneficios (‘La isla del tesoro’), y ambos repetirían reparto. La producción de ‘Campanadas’ fue tan extenuante y alargada en el tiempo que de la adaptación de la novela de Robert Louis Stevenson solo se filmó… un día”.

   Fusión de elementos procedentes de cuatro originales shakespeareanos y unas crónicas de Raphael Holinshed del siglo dieciséis, ‘Campanadas a medianoche’ supone una amarga reflexión sobre la decadencia en la figura del rey Enrique IV de Inglaterra y el enfrentamiento a sus nobles levantiscos, contada desde el punto de vista de Falstaff y su afición por la bebida y el robo, su codicia y cobardía. Falstaff es gordo y Welles se regodea en una encarnación física de corpulento caballero. Y los encuentros de este con el juez Shallow trascienden, por su patetismo, la obra del bardo.

   Involuntariamente, ‘Campanadas a medianoche’ se convierte en el epitafio del cineasta. Nunca más conseguiría levantar otro proyecto de ficción. En efecto, ‘Una historia inmortal’, rodada tres años después para la televisión francesa, es una película documental inspirada en un cuento de Isak Dinesen, adaptado por Louise de Vilmorin, sobre un viejo millonario que hace que se convierta en realidad una leyenda de amor que oye cantar a un marinero, un pequeño gran ensayo cinematográfico en verdad inquietante, denso, absorbente, envuelto en una subyugante música del gran Erik Satie. Este hombre poderoso intenta, inútilmente, capturar la esencia de la belleza y el cineasta acaricia la idea de la imposibilidad de llegar a la autenticidad desde el poder económico. Una historia hipnótica e inmortal.

   Y ‘Fake’ (1975), la última película programada por la filmoteca zaragozana en el centenario del nacimiento de Welles, es otro documental sobre las actividades del famoso pintor Elmyr de Hory, conocido por sus falsificaciones de grandes maestros, así como de otras personas conectadas con él, como su biógrafo Clifford Irving, autor también de la fraudulenta biografía de Howard Hughes. Una importante historia de engaños, las verdades y falsedades en torno al mundo del arte. Y es que la historia de la cultura, desde los tiempos de los filósofos sofistas, ha estado llena de fraudes y bromas, de sablazos y pedanterías, de gamberradas e imposturas. En el mundo del arte –primero o séptimo-, la falsificación y la mentira, la punitiva mentira, son las líneas del horizonte, es decir, la representación, la suplantación, la recreación, la finta, la trola, la estafa, el adorno. Todo es cierto menos lo que nos cuentan.

   Con el apoyo del centro cultural coreano en Madrid, entidad perteneciente a la embajada de la República de Corea en España (inaugurada en 2011), la filmoteca ha programado un pequeño ciclo con cinco títulos de diferentes géneros y temáticas, y de reciente producción, en torno al cine de Corea del Sur. Del año 2005 es ‘Welcome to Dongmakgol’, dirigida por Park Hwang-hyum, un atmosférico drama bélico basado en una obra de Jin Jang. Del 2008 es ‘The chaser’, de Na Hong-jin, un extraño thriller de intriga que critica al poder mal entendido y a la justicia oficial. Las otras tres están producidas en 2013: ‘Hope’ (Lee Joon-ik), sobre la violación de una niña de ocho años y los traumas que ocasiona el hecho en una familia que intentará poner en orden de nuevo sus vidas; ‘The face reader’ (Han Jae-rim), un curioso melodrama que narra la historia de una familia noble venida a menos; y ‘Gwimuleul Samkin ahyi’ (Jang Joon-hwan), un filme verdaderamente estilizado y provocador apoyado en una serie de familias disfuncionales.

   Finalmente, la filmoteca ha programado ‘Un bigote para dos’ (Miguel Mihura y Antonio de Lara ‘Tono’, 1940). Se trata, en realidad, de la película austriaca ‘Melodías inmortales’ (Heinz Paul, 1935), a la manera de una opereta que recorre la vida del compositor Johan Strauss, pero doblada con la verborrea absurda y el ingenio delirante habitual de los fundadores de ‘La Codorniz’. Los historiadores Felipe Cabrerizo y Santiago Aguilar han sido los urdidores de este primitivo filme, pues localizaron el original y lo han subtitulado con el guion de Tono y Mihura, porque el doblaje y la música se han perdido en el tiempo.

  ¿Se encontrará algún día alguna copia del montaje que realizaron los chicos de La Codorniz? Nunca se sabe, pero bien pudiera ocurrir que apareciese, tarde o temprano, el celuloide en las latas correspondientes, en cualquier granero, en cualquier desván, en cualquier garaje, como sucedió, hace poco, con el mediometraje ‘Too much Johnson (1939), el primer trabajo cinematográfico del orondo Orson Welles, un vodevil realizado expresamente para una obra teatral. Y entonces, a lo peor, descubriríamos la mediocridad del producto…

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