Los estrenos en los cines: Woody Allen y los huevos

140blue-jasmineP
Por Don Quiterio

        El otro día preparé un bizcocho de postre. Mientras mezclaba los ingredientes, me di cuenta de que no es posible hacer el bizcocho sin huevos. O, mejor dicho, sin romper huevos. Dejé la cocina hecha un desmadre, pero mereció la pena: el producto final estaba delicioso.

      Otra forma de romper huevos son pisándolos. Si pisas huevos también los rompes, y sigues dejándolo todo hecho un jolgorio. Incluso más. Cuanto mayor sea el bizcocho que queremos, más huevos tendremos que romper. De momento nos gusta. Pero, al mismo tiempo, cuanto más huevos, más nos costará mezclar los ingredientes

      Hagamos como hagamos el bizcocho, necesitamos los huevos. “Doctor, mi hermano se cree una gallina”. “¿Y por que no le encierra en un manicomio?”, contesta el psiquiatra. “Lo haria, pero… necesitamos los huevos”. Decia Woody Allen (lo hacia en ‘Annie Hall’) que esta es la razón por la que nos empeñamos, aunque las mantengamos, en esas “locas, absurdas e irracionales relaciones humanas”. Entre aquella película y ‘Blue Jasmine’ median exactamente treinta y seis años. Y en medio, Woody Allen, que pone un huevo al año. Ahora, fiel a su cita, hilvana una de esas medidas y perfectas metáforas de la vida, tan arbitraria como insustituible, a la manera de un Tennesse Williams, pero sin adornos ni florituras gratuitas. ‘Blue Jasmine’ tiene una estructura circular, seca e implacable, acaso para demostrar que nadie cambia, y que para sobrevivir hay que resignarse o entregarse a la locura.

      Una historia de desintegración social y física, y de crisis existencial, de esas que tan estupendamente ha sabido dar Allen a lo largo de su carrera, que habla de la dificultad de cómo ser, de saber quiénes somos y quiénes son los otros, y de cómo se borran en el aire los rostros amados, mientras la memoria edifica palacios de niebla con las ruinas desenterradas del pasado. Una historia en tono de tragicomedia sobre las consecuencias y el origen de la crisis financiera, a través de la caída en desgracia, social y económica, de una mujer adinerada. Un tremendo retrato, en fin, de la feminidad interesada, triste relato donde la mujer es su propio negocio desgraciado. Despiadado y complejo a la vez.

    Lo que no acabo de entender es que una película tan modélica como ‘Blue Jasmine’ –el tiempo, como siempre, la pondrá en su justo lugar- sea vapuleada por cierta parte de la crítica, y no se dan cuenta que estamos ante una obra mayor, madura, de uno de los mejores realizadores de la historia del cine. Pero a Woody Allen, algunos, le pegan, le tiran huevos. Habrá que volver, otra vez, al cineasta de Brooklyn: “Siempre he tenido buenas relaciones con mis padres. Me parece que solo me pegaron una vez durante toda mi infancia. Empezaron el 23 de diciembre de 1942 y acabaron la primavera de 1944”.

    Sí, necesitamos los huevos. A veces, sin embargo, hay que tenerlos bien puestos –y bien gordos, como el caballo de Espartero- para tener la suficiente calma en momentos críticos. Que los hay. Como los huevos, que pueden ser de muchas clases. Ya saben: de gallina –como el diálogo alleniano-, de oca, de avestruz, de emú, de codorniz, de perdiz, de dinosaurio… Y se pueden cocinar de muchos modos: fritos, rotos, en tortilla, pasados por agua, duros… Y hacer, claro esta, bizcochos, que, como las películas, nos pueden salir bien o mal. Todo dependerá de los ingredientes. Y de cómo rompemos los huevos.

    Para empezar, unos bizcochos cocinados en lengua hispana: ‘Vigilo el camino’, del zaragozano Pablo Aragüés, un modesto y esforzado thriller de intriga y seducción sobre una pareja de jóvenes que se ve involucrada en una secta de sexo y drogas; ‘Viral’ (Lucas Figueroa), un thriller entre el humor y el misterio sobre un chaval que vive encerrado en una tienda para ganar un concurso; y ‘¿Quién mató a Bambi?’ (Santi Amadeo), una especie de vodevil sádico, adaptación de la producción mexicana de Alejandro Lozano ‘Matando cabos’, que recuerda una mixtura del cine de los Coen y el de Blake Edwards, en un juego transgresor y gamberro no del todo conseguido.

     La ración bizcochera del cine estadounidense no podía faltar: ‘La huida’ (Stefan Ruzonwitzky), un atractivo, aunque en exceso solemne y ambicioso, drama con varias tramas que convergen en un mismo escenario, todo demasiado irregular pero muy atmosférico; ‘Plan en Las Vegas’ (Jon Turtelbaub), la disparatada despedida de soltero de un septuagenario en una estúpida comedia sensiblera; ‘The collection’ (Marcus Dunstan), un terror truculento y horripilante con subterráneos, cuchillos, psicópatas enmascarados y más trampas que una de Tarzán; ‘¡Menudo fenómeno!’ (Ken Scott), una comedia sobre un tipo inmaduro y descentrado que decide cambiar y asumir el pasado, en un remake de ‘Starbuck’, del propio realizador; ‘Somos los Miller’ (Rawson Marshall), una comedia gamberra, romanticona y vulgar, hinchada como un globo, en torno a un cargamento ilegal transportado desde México, con una moralina simple y facilona, estúpida e ilógica, sobre la familia (bien, gracias); ‘El juego de Ender’ (Gavin Hood), una esquemática y trivial ficción científica con un niño llamado a liberar la salvación del planeta ante la invasión de unos insectos alienígenas, sobre el original de Orson Scott Card, célebre por sus opiniones medievales sobre la raza y el sexo; y ‘El último exorcismo 2’ (Ed Gass-Donnelly), un terror idiota que da risa, que resulta tan lacio como la melena de la protagonista y que, al parecer, la primera parte no era la última.

     Los bizcochos animados tampoco podían faltar en estas fechas tan señaladas: ‘El pequeño Ángel’ (Dave Kim), la historia de un travieso y torpe niño que acude a una academia de ángeles para que le enseñen a cantar y volar; ‘El pequeño mago’ (Roque Carneselle), otro niño, este con poderes, que logra que unos malvados piratas normandos abandonen una pequeña ciudad gallega; y ‘Frozen, el reino del hielo’ (Chris Buck y Jennifer Lee), sobre el cuento de Hans Christian Andersen ‘La reina de las nieves’, con estructura y arraigo de musical.

     Los bizcochos japoneses se sirven en ‘De tal padre, tal hijo’ (Hirokazu Kore-eda), un emotivo drama sobre dos parejas que descubren que sus respectivos hijos fueron intercambiados en el hospital al nacer, y ‘Una familia de Tokio’, de Yoji Yamada, extraordinario filme sobre una pareja de ancianos que visitan a sus tres hijos, remake –o, mejor, sentido homenaje- de la no menos extraordinaria ‘Cuentos de Tokio’ (1953), del gran Yasujiro Ozu, a su vez inspirado en ‘Dejad paso al mañana’ (1937), de Leo McCarey, uno de los dramas más desoladores que se hayan rodado en torno a la vejez (basado en una obra teatral que, a su vez, dramatiza la novela de Josephine Lawrence ‘Years ar so long’, publicada tres años antes) y que la filmoteca de Zaragoza programó recientemente en su retrospectiva al cineasta norteamericano y que nadie ha reparado en ella. Manda huevos.

     Para terminar, unos bizcochos cocinados entre varios países: la coproducción franconorteamericana ‘Malavita’ (Luc Besson), una aburrida comedia criminal sobre un capo de la mafia y su familia que son protegidos por la policía –por chivatos-, segun la novela de Tonino Benacquista, con una escena en la que Robert de Niro glosa ‘Uno de los nuestros’, película protagonizada por él y dirigida por Scorsese, aquí productor ejecutivo; la anglonorteamericana ‘El consejero’ (Ridley Scott), un pretencioso thriller sobre el descenso de un abogado al infierno del tráfico de drogas, según un guion escrito por Cormac McCarthy; la francocanadiense ‘Mis días felices’ (Marion Vernoux), un discreto drama romántico que no aprovecha sus posibilidades; la anglofilipina ‘En llamas’, un entretenimiento violento y trepidante sobre la lucha de la supervivencia, continuación de la saga iniciada por ‘Los juegos del hambre’, según las novelas de Suzanne Collins; la hispanocanadiense ‘Retornados’ (Manuel Carballo), un académico filme de terror, más bien un drama con toques de inquietud, sobre unos personajes infectados y controlados médicamente, cuyo punto de partida atrapa, aunque pide a gritos un desarrollo más enérgico y unos cuantos zombis más para animar tan lánguida fiesta; la anglonorteamericana ‘Metro Manila’ (Sean Ellis), una curiosa mezcla de drama negro, thriller de acción, denuncia social y melodrama telenovelero en torno a un agricultor que abandona los campos de arroz para optar a un peligroso trabajo como camionero en Manila; la angloalemana ‘Bienvenidos al fin del mundo’ (Edgar Wright), una sugestiva historia de invasión apocalíptica en clave de comedia; la hispanoargentina ‘Séptimo’ (Patxi Amezcua), un relato claustrofóbico, de intriga, con sorpresa (esperada) final, sin, ay, la atmósfera necesaria, en torno a la desaparición de los dos hijos de un abogado separado; y la coproducción entre Francia, Bélgica y Alemania ‘Un cerdo en Gaza’ (Sylvain Estival), una comedia que intenta minimizar los efectos dramáticos del conflicto entre palestinos e israelíes, desde el surrealismo y el humor, pasando de la tragedia a la alegría, a través de un cerdo que encuentra un pescador palestino en las redes de su embarcación. Como fiel musulmán debe deshacerse de un animal tan impuro, aunque, dicen, del cerdo se aprovecha todo. El director se ha inspirado en ‘La vaca y el prisionero’, donde el cómico Fernandel huía de un campo de concentración alemán, utilizando una hembra adulta del toro de escudo. La película también recuerda a una suerte de Emir Kusturica, pero sin la desmesura del cineasta serbio.

     Para desmesura, sin embargo, un bizcocho para cien comensales. Pero, claro, necesitamos los huevos. Y romperlos.

Artículos relacionados :