El patrullero de la filmo: Hawks, la virtud hecha cine

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Por Don Quiterio

     “Podría actuar con un huevo podrido en la cara y seguiría pareciendo tan fascinante como siempre”, dijo de él Hitchcock. Y es cierto.

    Resulta difícil que Cary Grant esté mal –siquiera regular- ante una cámara. Y si, además, comparte cartel, gags o desgracias con Katharine Hepburn, la cosa es ya cinematográficamente imposible. La pareja que hace con la actriz es modélica. Aparece como el chico bien educado, bien vestido, un poco despistado, coqueto e insumiso. Aunque el eterno galán torne en científico despistado, se vista con un salto de cama imposible, le cante a un leopardo llamado Baby o se interese más por una costilla de dinosaurio que por el esqueleto –y los ojos- de la bella y caótica Susan. Con esta insuperable e insuperada película, Hawks logra el culmen de la comedia ‘screw ball’, rebosante de gags inolvidables, diálogos chispeantes y situaciones tan absurdas como geniales.

     En el Hollywood clásico, el concepto de cineasta total va asociado a Howard Hawks, capaz de dar clases magistrales de cine negro en ‘El sueño eterno’, de engrandecer el western con ‘Río Bravo’ y de ofrecer un repaso inaudito de todos los resortes de la comedia en ‘La fiera de mi niña’. Cary Grant, un sesudo paleontólogo de vida plácida, verá aparecer el caos en forma de mujer. Si esa mujer es Katharine Hepburn, todo se anima aún más. Los gags más hilarantes que se puedan imaginar se suceden a un ritmo tan frenético que la cosa parece al borde de la locura, pero tanto el guion como la puesta en escena logran una precisión milimétrica.

     Este virtuoso del cine, en efecto, brilla en todos los terrenos. Hawks filma de todo, y todo bien: cimas de la comedia, joyas del cine negro, cumbres aventureras y, por supuesto, westerns. Westerns de personajes cansados y heridos, asfixiados, que solo quieren sobrevivir. Y hacerlo dignamente, fieles a sus principios. Sí, filma con una aparente simplicidad que esconde, en realidad, una profundísima sabiduría cinematográfica, basada en una puesta en escena ejemplarmente clásica y un pensamiento lúcido y coherente, de temas recurrentes, la profesionalidad, la solidaridad, la eficacia del grupo humano enfrentado a un fin común. Un vitalista en esencia, dotado de un innegable sentido del humor.

     “Howard Hawks puede que no haya creado ningún género”, afirma el estudioso Robin Wood, “pero ha firmado problablemente la obra maestra de cada género que ha tocado”. Esto es, cuando se habla de comedia es imposible no citar también a ‘Bola de fuego’ o ‘Luna nueva’; cuando se habla de thriller es imposible no nombrar a ‘Scarface’ o ‘Tener y no tener’. ¿Quién no piensa en ‘Solo los ángeles tienen alas’ cuando se habla de modelos perfectos de aventura? ¿Y qué si no una cumbre son sus westerns ‘Río de sangre’, ‘Río Bravo’ o ‘El Dorado’? La perfección, la imposibilidad de ir con la imaginación más allá de lo que representa un filme cuando se está viendo, es el milagro de este singular hombre de cine, incapacitado para hacer un mal minuto de película.

     Es de los que piden a la cámara que mire a la altura de los ojos de la gente y transmite lo que ve de tú a tú, sin énfasis, conjugando transparencias destinadas a hacer invisible la elaboración, a dar la impresión de que la dirección de una película es tanto mejor cuanto menos se ve su oculta carpintería. Hawks, en definitiva, es un maestro en todos los géneros. En el western está a la altura de Ford y Walsh. En la comedia, a la de Lubitsch y Wilder. En el cine negro no tiene rival y en el de aventuras menos todavía. Otro rasgo característico de su cine es el hecho de aislar a unos personajes del resto del mundo, donde aparecen las amistades, los conflictos interpersonales y las relaciones amorosas, mezclando, sin perder unidad, la comedia con el drama. La simplicidad y transparencia narrativas de su estilo es el sello de un auténtico clásico. Un estilo, en fin, puro, insuperable.

     Howard Winchester Hawks (Goshen, 1896-Palm Springs, 1977) se traslada con su familia a California y, después de sus estudios universitarios, su primera ambición de ser ingeniero es abandonada ante la difícil situación económica de los suyos, ganándose la vida como piloto de carreras automovilísticas. En la primera gran guerra combate en Europa como aviador y llega a alcanzar el grado de teniente. Desmovilizado en 1919, trabaja durante cierto tiempo en una oficina aeronáutica, en tanto como piloto bate un récord de velocidad en línea recta. En 1922, a raíz de unas vacaciones que pasa en Hollywood, empieza a desempeñar el cargo de ascensorista en los estudios de la Paramount, para pasar más adelante a ser ayudante de montaje en la Metro. Definitivamente decantado profesionalmente hacia el cine, escribe argumentos y guiones para Jack Conway, George Melford, Paul Bern, Chester Bennett, Cecil Blount DeMille, Irvin Willat, Victor Fleming, William Howard, Josef Von Sternberg, Tay Garnett, James Cruze, George Stevens… Entre 1920 y 1921, también es supervisor de la producción en diversos filmes de Marshall Neilan, con quien codirige (sin acreditar) ‘Princesita’, en 1917.

     En 1925 firma un contrato con la Fox, contrato que le liga a dicha empresa hasta 1929 y gracias a la cual Hawks tiene la oportunidad de debutar como director, hecho que acaece en 1926 con ‘El espejo del alma’, sobre una historia propia interpretada por May MacAvoy, Leslie Fenton y Ford Sterling. En los sucesivos años realiza siete películas más para esta productora, todas ellas de la etapa muda: ‘Hojas de parra’, una historia propia con guion de Hope Loring y Louis Lighton; ‘Donde las dan, las toman’, según la obra de Russell Medcraft y Norma Mitchell; ‘Érase una vez un príncipe’, sobre una historia de Harry Carr adaptada por Benjamin Glazer; ‘El príncipe Fazil’, según la pieza de Pierre Frondaie adaptada por Philip Kleim; ‘Una novia en cada puerto’, con Victor McLaglen y Robert Armstrong; ‘Por la ruta de los cielos’, codirigida por Lewis Seiler, y ‘¿Quién es el culpable?’, según la novela de Edmund Clerihew Bentley adaptada por Beulah Marie Diy.

     Su primer filme sonoro, ‘La escuadrilla del amanecer’, es un drama bélico producido en 1930 por Robert North, según la novela de John Monk Saunders. Hawks, a partir de este año, trabajará para otras compañías, manteniéndose siempre como un ‘free lance’, a la espera de aceptar la oferta más interesante en cada momento. En 1950 funda su propia sociedad productora, la Winchester, y antes y después de este hecho él mismo produce algunos de sus filmes, además de brindar la oportunidad de dirigir a antiguos colaboradores suyos, como es el caso de Richard Rosson (‘Héroes del mar’, 1943) o Christian Nyby (‘El enigma de otro mundo’, 1951).

     Al igual que su primer filme sonoro, el género bélico lo desarrolla igualmente en ‘El camino de la gloria’ (1936), remake del filme francés ‘Le croiy de bois’, de Raymond Bernard, adaptación de la obra de Roland Dorgelès. Con ‘El sargento York’ (1941), basado en el diario de guerra de Alvin York y en los libros de Tom Skeyhill y Sam Cowan, ejecuta un filme propagandístico y oportunista que destaca, sin embargo, por su sencillez, su humor y su ternura, sobre todo en su primera mitad, llena de poesía, con su visión de la vida rural en el estado de Tenesse. ‘Air force’ (1943) es su último filme de hazañas bélicas, con argumento y guion de Dudley Nichols.

     Codirector, muchas veces sin acreditar, de los filmes ‘El boxeador y la dama’ (Van Dyke, 1933), ‘¡Viva Villa!’ (Jack Conway, 1934), ‘Rivales’ (William Wyler, 1936) ‘The outlaw’ (Howard Hughes, 1940) y del filme colectivo ‘Cuatro páginas de la vida’ (1952), cinco episodios realizados por Henry Koster, Henry Hathaway, Henry King, Jean Negulesco y el propio Hawks, basados en otros tantos relatos de O’Herny y presentados por John Steinbeck, el realizador norteamericano realiza en 1955 un filme histórico, ‘Tierra de faraones’, sobre un argumento de William Faulkner, Harry Kurnitz y Harold Jack Bloom, una reflexión sobre el poder en general y su perpetuación en particular, pero todo queda limitado bajo la apariencia de un coloso de aventuras ambientado en el antiguo Egipto, y sus propuestas históricas son más bien dudosas, relacionadas con el faraón Keops que, tras una larga serie de victorias, decide construirse una tumba imposible de ser violada, en la que descansará junto a sus tesoros.

     También es Faulkner el autor –y coguionista- de la novela en la que el realizador norteamericano se basa para el filme ‘Vivamos hoy’ (1933), con Joan Crawford y Gary Cooper. Un año antes, realiza ‘Pasto de tiburones’, una adaptación de la novela de Houston Branch sobre un pescador cuya mujer se enamora de su mejor amigo. En 1935, con guion de Ben Hecht y Charles MacArthur, Hawks dirige la muy discreta ‘La ciudad sin ley’, y, un año después, ‘Aguilas heroicas’, otra más que discreta historia basada en un original de Frank Wead, con el gran James Cagney de protagonista.

     Mucho más interés ofrece el filme ‘¡Hatari!’ (1962), según una historia de Harry Kurnitz, en torno a un grupo de hombres que se dedican, en una reserva africana, a la caza de animales vivos con destino a los zoos del mundo, en un excelente filme de aventuras que combina, al mismo tiempo, la comedia y, casi, el western. ‘Peligro… línea 7000’ (1965), sin embargo, no consigue que la emoción de las carreras automovilísticas se transplante en la pantalla en un discutible filme de acción. Todo lo contrario de ‘Solo los ángeles tienen alas’ (1939), un gran filme que participa de la aventura, el romance, la amistad y el compañerismo.

     Cuando se acerca a la comedia, Hawks bordea la perfección, con su gusto por las situaciones complicadas, expuestas con gran sencillez, el recurso a extraer a los personajes de su mundo cotidiano para manipularlos con más fuerza, los enfrentamientos del mundo masculino y femenino con un claro predominio de este y, por supuesto, su ritmo trepidante en ocasiones y siempre muy medido. ‘La comedia de la vida’ (1934), según la obra de Charles Bruce Milholand, es la historia de una hermosa modelo de ropa interior a la que un productor de Broadway quiere convertir en estrella, con un John Barrymore acaso demasiado afectado. ‘La fiera de mi niña’ (1938), basada en una historia de Hagar Wilde, tiene una admirable unidad de conjunto y Hepburn interpreta por primera vez en el cine un personaje cómico. ‘Luna nueva’ (1940), según la obra de Charles MacArthur y Ben Hecht, es otra excelente comedia en la que una joven periodista anuncia su próxima boda. En ‘Bola de fuego’ (1942), según la obra de Billy Wilder y Thomas Monroe, los investigadores de una fundación llevan varios años preparando una monumental enciclopedia donde se pretende poner al día todo el saber humano. ‘Nace una canción’ (1948) es un remake de la anterior, pero sin la gracia y fuerza de aquella, con un patoso Danny Kaye como protagonista, y en donde los eruditos son convertidos en músicos. ‘La novia era él’ (1949), según la obra de Henri Rochard, es una sucesión de divertidos y delirantes enredos, con muchas buenas bromas sobre el ejército. Adaptación de una obra de Harry Segall, ‘Me siento rejuvenecer’ (1952) es otra magistral comedia distinguida por una plácida, eficacísima y en apariencia inexistente puesta en escena, unos diálogos siempre chispeantes y una estupenda y conjuntadísima interpretación. ‘Los caballeros las prefieren rubias’ (1953) es una jovial adaptación de la novela de Anita Loos, con excelentes gags y unos provocativos números musicales. ‘Su juego favorito’ (1963), sobre la novela de Pat Frank, es otra comedia divertida, brillante y bien realizada, en la que destaca el sensacional John McGiver, uno de los grandes secundarios del cine norteamericano.

     La vinculación del cine a la sociedad que la rodea hace que se manifieste de un modo profundo en el género policiaco. En el puente entre las décadas de 1920 y 1930 destaca este tipo de cine por su carácter testimonial. Nos encontramos en el momento en que los gánsteres están aureolados por el éxito popular y la admiración de las masas, que ven en ellos los paladines del triunfo. Hawks se inspira en la figura de Al Capone para pergeñar ‘Scarface’ (1932), según la obra de Armitage Trail, el ascenso hasta las cumbres del hampa de Chicago de un guardaespaldas, dominado por su afán de poder, donde la violencia y el melodrama se dosifican excelentemente. “Quería describir a la familia Capone como si se tratara de los Borgia instalados en Chicago”, decía el realizador de otros interesantes filmes de este género.

     Así, ‘El código penal’, realizada un año antes, es otra interesante muestra de este género, un imprevisible melodrama según la obra de Martin Flavin. ‘Avidez de tragedia’ (1932) es un folletín con las incipientes carreras automovilísticas, aliñada con el riesgo, el peligro y la actitud moral que adopta el hombre ante el mundo, en un filme rehecho en 1939 con el título de ‘Indianapolis Speedway’. Basada en la novela de Ernest Hemingway, ‘Tener y no tener’ (1944) es una grandiosa historia aventurera en torno al patrón de una barca, contrabandista y desengañado de la vida, que se enamora de una joven y acaba luchando a favor de los aliados en la guerra. ‘El sueño eterno’ (1946) es una brillante adaptación del tortuoso relato de Raymond Chandler, con la inestimable contribución de Bogart y Bacall, donde Marlowe se mete en el barullo porque, ante todo, le divierte, le apasiona domar a ninfómanas aristocráticas y apelear dialéctica y físicamente a los escaños del poder establecido.

     La pervivencia del clasicismo en el western se debe, en buena medida, por la continuación en el trabajo de Hawks en títulos como ‘Río Rojo’ (1948), ‘Río de sangre’ (1952), ‘Río Bravo’ (1959), “El Dorado’ (1967) y ‘Río Lobo’ (1970), basados, respectivamente, en textos de Borden Chase, A.B. Guthrie, B.H. McCampbell, Harry Brown y Burton Wohl. En ‘Río Rojo’, una especie de ‘Rebelión a bordo’ en clave western, John Wayne está bestial, humanísimo, portentoso. Cuentan que el socarrón de John Ford, después de ver esta grandiosa película de Hawks, exclamó: “¡Si resulta que el hijo de la gran puta sabe actuar¡”. Pero Ford lo sabía perfectamente, por eso recurre a él siempre que puede, y siempre que recurre a él, sus películas se convierten en grandes joyas cinematográficas, porque Wayne es la proyección ideal –canónica- del universo fordiano.

     En ‘Río Rojo’, la más fordiana de todas las películas no dirigidas por Ford, vuelve a demostrarlo: su composición de un vaquero despótico y despiadado, pero a la vez noble y poseído de un sentido natural de la justicia, desborda la pantalla desde el primer fotograma. En ‘Río de sangre’ es el también grande Kirk Douglas quien se introduce en la expedición de unos comerciantes de pieles a lo largo del río Missouri y su lucha contra los emisarios de una compañía explotadora del negocio. Otra vez Wayne protagoniza ‘Río Bravo’, la lucha abierta entre un sheriff y un rico ganadero, que pretende someter la región a su ley con una banda de forajidos. Lo esencial de este excelente western es la figura del ayudante del sheriff, que, tras haber caído en el alcoholismo por penas de amor, llega, poco a poco, a rehabilitarse y volver a tomar su conciencia de hombre.

     ‘El Dorado’, nuevamente con Wayne, es un magnífico filme del oeste lleno de violencia, amistad y humor, una especie de continuación de ‘Río Bravo’. Al lado de la austeridad y el vigor de aquella, ‘Eldorado’ parece un filme colorista, incluso extravagante. Por un lado, los extremos de la violencia y la comedia. Por otro, los detalles pintorescos, como el rifle de James Cann o la trompeta y el arco y la flecha de Arthur Humicutt. Y con un último plano donde los protagonistas acaban con muletas y evidenciando la ancianidad del género. Un género con el que Hawks cierra su filmografía tres años después en ‘Río Lobo’, en torno a un coronel sudista (otra vez Wayne) que toma venganza de un traidor, culpable de la muerte de un oficial amigo. Aquí, Hawks recurre a la fórmula utilizada en ‘Río Bravo’ y ‘Eldorado’, eludiendo el registro claustrofóbico. A pesar de la solidez narrativa, la inspiración no llega a la altura de sus referentes.

     El aliento épico liberado de artificios, la celebración del paisaje y la exaltación de unos tipos humanos irrepetibles, rebosantes de pasiones ancestrales, son las cualidades de un cineasta que siempre destaca su idea de grupo y su fidelidad a la amistad. Estos hombres, en efecto, no están solos sino que buscan un grupo muy compacto, y la amistad va a ser el gran soporte que lo una, que los haga sacrificarse mutuamente y que los lleve hacia la resolución de las situaciones límites. Este mundo humano es profundamente masculino, lo que encuadra con la realidad del momento representado. Pero, además, son películas eminentemente morales, que pueden recordar fórmulas que podrían parecer medievales y que, en síntesis, son una demostración palpable de la defensa del individuo.

     Sencillamente… Howard Hawks, un vitalista en esencia, dotado de un innegable sentido del humor. La virtud hecha cine.

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