Por José Joaquín Beeme
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Imagínese la colección de bestias Universal, pasada por la rabiosa paleta Hammer pero con un toque de posmoderna ironía televisiva.
Ese es el kitsch-goticismo de Tim Burton convocando a su particular familia Monster en Sombras tenebrosas, un homenaje a las pesadillas de su infancia —algunas de ellas, se entiende— transgredidas con el debido respeto: una puntilla de braga roja se derrama, incontenible, de los labios del paliducho vampiro-empresario. Pero ni la cómplice entrega de Depp y sus acólitos, ni la pirotécnica haunted house, ni las acrobacias eróticas que trizan el mobiliario a lo Lucio Fontana, ni el desfile de brujas y novias cadáver, ni el rock setentero a profusión han logrado que los fans de la serie (dejó muchos, a lo largo de más de un millar de episodios) quedaran contentos con la adaptación. Más bien al contrario. En la cuna de estos seriales improbables —tan adictivos como extenuantes—, que era su primer y familiar destinatario, Burton ha perdido todos los puntos. Lo que pudo ser una comedia de rock siniestro, con Alice Cooper en el ajo, como aquellas Rocky Horror Picture Show o El fantasma del Paraíso de nuestra pervertida memoria, ha resultado un aburrido paseo por la mansión del terror sin pasmo ni sorpresa. Está, sí, ese espíritu camp de las hermanas Gilda en peinados, maquillajes y vestuario, y hasta despunta aquí y allá algo del burlón Burton cuando no trabaja de encargo, pero es como si el fajo de dólares que pusieron sobre su retorcida mesa —una buena parte del botín de Sparrow— se volatilizara en humo. Ese mismo humo malsano que cegó al padre de Frankenstein jr: una rareza, no más.