¿Hacia dónde va el festival de cine de Huesca?


Por Don Quiterio

   “Se debe apoyar este festival internacional de Huesca dado que manifestaciones de esta índole son imprescindibles para el desarrollo del cine”. De esta manera, el cineasta británico Stephen Frears, al recoger el premio Luis Buñuel que le otorga el certamen por su dilatada trayectoria, corrobora las palabras que unos días antes pronuncia Icíar Bollaín en la ceremonia de entrega del premio ciudad de Huesca.

 

    Un festival, en su cuadragésima edición, que se clausura en el teatro Olimpia con la entrega de los premios de los concursos de cortometrajes iberoamericanos e internacionales y donde España es la gran triunfadora al llevarse dos de los cuatro premios, gracias a la producción de ficción “Mi lucha”, de Aitor Aspe y José María de la Puente, y a la cinta documental “Una historia para los Modlins”, de Sergio Oskman. Si el jurado de la juventud premia a la danesa “Sleeping bear”, de Mette Fons, el palmarés de honor lo completan la francesa “La dernière caravanne”, de Foued Mansour, y la alemana “Istoruya Leonida”, de Rainer Ludwigs. También reciben premios, entre otros, Manuel Jiménez por su documental “La aldea perdida: el lado oscuro” e Ibán del Campo por “Katebegitik”. Al haber ganado, como digo, el premio como mejor cortometraje iberoamericano en este festival internacional de Huesca, la producción de ficción “Mi lucha” ha sido preseleccionada para los premios Goya y Óscar de 2013 y ha sido reconocido, además, con otros dieciséis galardones en diferentes certámenes estatales, de Estados Unidos y Venezuela.

     Si bien es cierto que el festival de Huesca registra en esta edición de 2012 un ligero –y discutible- aumento en la taquilla y sus responsables se muestran satisfechos de las cincuenta y seis sesiones de cine programadas, la lucha interna de los organizadores es un secreto a voces. Amiguismos, favoritismos, discrepancias, ocultaciones, zancadillas, destituciones, egocentrismos y un sinfín de calamidades son los denominadores comunes de un tiempo a esta parte. Y todo porque la historia del festival es realmente muy jugosa y sitúa la muestra oscense como una de las más longevas del país y toda una referencia internacional en el mundo del cortometraje. Ya se sabe que cuando la nave se agranda –a pesar de los pesares- hay mucho donde rascar… Una muestra, en cualquier caso, que nace de la junta directiva del cineclub de la peña Zoiti, hace cuarenta años, y con personas próximas a Huesca como el alcalde Antonio Lacleta e impulsores del entusiasmo de Pepe Escriche, Domingo Malo, Fernando Moreno, Alberto Sánchez Millán, Lázaro Venéreo, Ángel Garcés, Manuel Artero, Federico Pardo, Víctor Morlán, Ángel Marqués, Manuel Lorés, Agustín Jordá, Begoña Gutiérrez, Javier García Molino, Concha Forcada, Félix Fernández Vizarra, Miguel Cabezón, Ana Bello, Antonio Angulo, José Luis Abad, Antonio Álvarez, Francisco García de Paso o Luis Artero.

 

    ¿Estamos de acuerdo que en el equipo inicial del certamen estaba la junta directiva de la peña Zoiti? ¿Hay muchas cosas que no se han hecho por falta de gestión, no de dinero? ¿Comienzan a temblar los cimientos del festival cuando Montserrat Guiu decide prescindir de Orencio Boix, Ángel Gonzalvo y Marta Javierre? ¿Por qué es apartado Domingo Malo de la presidencia de la fundación? ¿Ha desaparecido el concepto y el espíritu de Pepe Escriche? ¿Por qué se ha desplazado a Ángel Garcés de las gestiones? ¿Es normal que una de las personas que toma decisiones, Begoña Gutiérrez, viva en Gijón y apenas aparezca por Huesca? ¿Vive la ciudad como propio el festival? ¿Tienen responsabilidad sobre los fondos las instituciones que los aportan? ¿Existe autonomía y control presupuestario? ¿Necesita el certamen una renovación? ¿No es demasiado dinero el que mueve la muestra en contrataciones y servicios como para que se administre de manera discrecional y privada? ¿Existen los necesarios mecanismos de transparencia, concurrencia y competencia? ¿Debe tener autonomía en la gestión el equipo de dirección? ¿No parece el festival, según apunta Jesús Bosque, un gran castillo de fuegos artificiales que dura una semana y después deja solo humo para el resto del año? ¿Debe ser el eje central el concurso de cortos? ¿Es el festival patrimonio de la ciudad de Huesca y no propiedad particular de unas pocas personas? ¿Es lícito facilitar el cambio hacia un nuevo modelo sin que nadie se sienta excluido? ¿Sirve esta cuadragésima edición para saber cómo se escribe cuadragésima? ¿A qué se debe la subida del pollo durante los días que se celebra la muestra? ¿Quién se lleva el papel higiénico de los escusados del teatro Olimpia? ¿Qué fue de la agria polémica del administrador del certamen con Iñaki Gabilondo? ¿Hacia dónde va el festival internacional de cine de Huesca? ¿Por qué ‘festival internacional de cine’ lo escribo con minúscula? ¿Cuál es el modelo que se desea tener? Para responder a estos interrogantes, y a otros muchos, me remito al escrito de nuestra colega del “Diario del AltoAragón”, Myriam Martínez:

     “El año en el que el festival internacional de cine de Huesca debía haber celebrado un aniversario tan significativo como el que le proporcionan sus cuarenta años de existencia se ha convertido, sin embargo, en el de la zozobra y la incertidumbre. De zozobra, porque el ánimo en algunos miembros de la organización es de absoluta aflicción. Y de incertidumbre, porque, aunque la presidenta de la fundación, Montserrat Guiu, ha tratado de poner al mal tiempo buena cara y de convencer a los oscenses con las cifras de asistencia, más o menos dudosas, de que esta edición ha sido un éxito, lo cierto es que el futuro de la muestra se vislumbra a duras penas y entre tinieblas. Algunos patrocinadores se han cuestionado ya la continuidad de su respaldo económico a esta cita cinematográfica y, por otro lado, profesionales de la ciudad relacionados con el cine piden que se debata sobre el modelo actual del festival. Los tiempos no deben permitir la insensatez de grandes fastos, pero en mi casa, con muchos hermanos y recursos humildes, no faltó nunca el detalle que nos situara ante una celebración. En este caso, al festival se le había regalado ‘la tarta’ en forma de una exposición sin coste alguno, en la sala de la diputación de Huesca, de los carteles que han anunciado este evento durante las cuatro décadas de existencia. Sin duda, una propuesta muy atractiva para el público, por la alta calidad que generalmente ha caracterizado a estas creaciones, firmadas en muchos casos por diseñadores gráficos e ilustradores de reconocido prestigio internacional. Pero ‘la tarta’ fue rechazada y esta casi absoluta ausencia de referencias a los cuarenta años de la muestra, en una edición tan emblemática, parece obedecer al deseo de algunos de los patronos de echar tierra sobre el pasado. Hasta tal punto, que las dos personas que contribuyeron a alumbrar el festival y que continúan en la fundación, Ángel Garcés y Domingo Malo, han sido relegadas al ostracismo. Sus opiniones ya no se tienen en cuenta, ni se piden ni se escuchan, a pesar de que el conocimiento y la experiencia que les han proporcionado las múltiples responsabilidades que ambos han tenido en diferentes parcelas, seguramente, solo podían haber sido beneficiosas para el festival. Tampoco se ha tenido en cuenta buena parte del trabajo que había ido desarrolando Ángel Garcés, como todos los años, para preparar esta cuadragésima edición. Se prefirió obviar algunas de sus gestiones, aún a costa de que la programación del festival perdiera ingredientes e, incluso, algunos de los criterios en los que se venía sustentando. La muerte de Pepe Escriche se vivió como un duro golpe, porque era el alma del festival y su rostro más visible y carismático. Es evidente, además, que era quien daba cohesión al grupo. Parecía lógico que, superado el duelo, el festival se sobrepondría y continuaría progresando, pero este último año pone en duda este extremo. La crisis económica, desde luego, no ha ayudado, pero es razonable pensar que una mayor cantidad de dinero sobre la mesa no conseguiría tapar la herida que se ha abierto en las entrañas del festival. Si sigue sangrando sin que nadie haga nada, ni siquiera las instituciones que aportan dinero público a la cita, quién sabe si será mortal. El festival precisa de un tratamiento y quizá el primer paso sea replantearse cuál es el modelo que queremos tener y cómo lo queremos gestionar. Y, aclarados los conceptos básicos, elegir al major equipo posible que haga navegar de nuevo el barco. Cuando se rema todos a una, es más fácil avanzar. Incluso, contra viento y marea”.

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