“A vinos”, cortometraje de Verónica Sáenz


Por Don Quiterio

   ¿Hasta dónde llegan los límites en una pareja? ¿Qué pasa cuando la pasión se enfrenta a la razón? ¿Cómo ser fiel y no renunciar al deseo? Álex O’Dogherty y Natalia Roig, los protagonistas del cortometraje “A vinos” (Verónica Sáenz, 2011), creen tener respuestas para todo hasta que en su vidas aparece una presunta infidelidad.

 

    Ella descubre un sobre con una carta de amor y piensa que su novio tiene una aventura. ¿Quién es Sonia? ¿Es cierto que la gente no cambia? ¿Los mismos gestos nos condenan a repetir los mismos errores? Frente al amor, ¿conservamos la entrega o acabamos por renunciar a la intensidad de las lágrimas, o negamos tercamente esa intuición que nos dice que nos hemos enamorado de alguien que nos hará sufrir?

   Esta es una historia sobre el amor y la amistad que nos ofrece una visión que se quiere provocadora de las relaciones sentimentales. El triángulo sentimental y sexual es una figura tan geométrica como cinematográfica y que pretende en este cortometraje de Verónica Sáenz –que, con anterioridad, realiza “Aplausos” (2001), “Abuelitos” (2006) o “Y yo” (2010)- explorar en esa trastienda del alma humana que son los límites, las transigencias y las flexibilidades del amor. Sáenz, con la ayuda de José Luis Alcaine en la fotografía, hurga en esta madriguera mediante unos elementos y unos personajes totalmente banales, o cándidos. Y la falta de madurez en ellos se ve reflejada en la escasa maduración del argumento y puesta en escena, que insiste en emociones y diálogos sin que trascienda más allá de lo previsible.

    El largometraje independiente del chileno Matías Bize “En la cama” vino a recordar que salía muy barato rodar en un único escenario, con dos personajes compartiendo una misma situación de encierro. La directora de “A vinos” aplica tan austera fórmula a una pareja encerrada en una habitación, aunque para crear el poco probable dilema se inventa una historia dramática de lo más artificiosa y tontorrona. Sea todo por lo metafísico de la forzada relación que presenta, si bien lo de aislarse en un único escenario no es ni siquiera novedoso, pues Juan Estelrich lo plantea hace casi cuatro décadas en “El anacoreta”. Más allá de algunos pensamientos ingeniosos u ocurrentes del protagonista, el personaje encarnado por Álex O’Dogherty no tiene carisma ni verosimilitud, provocando que sus teatrales diálogos resulten interminables. Y esto en un cortometraje de apenas ocho minutos de duración es un pecado no venial precisamente.

   No hay un diálogo fluido en “A vinos”, lamentablemente, debido a que la actriz –o lo que sea- no pasa de ser el objeto manipulable y cuando habla da un poco de grima. Esa impotencia se traslada al momento en que el actor quiere justificarse con explicaciones peregrinas hacia su compañera. Sería mejor pensar que todo forma parte de un sueño, y darle la vuelta a la historia para que ganase en gracia –que no la tiene-, verosimilitud y ritmo. Pero tampoco. Y esto para una hipotética comedia es otro pecado no precisamente venial.

   Qué difícil resulta hablar de amor. Y de sexo, y de romanticismo, y del deseo, y de relaciones a dos, tres bandas. Qué complicado contar con gancho, con pegada y emoción, la historia de una pareja de enamorados, felices y tal, cuyo mundo se desploma cuando él comienza una relación sentimental con otra mujer. ¿O no? Todo suena un poco engañoso, de mentira en este corto: los celos, las peleas, los sollozos, las reconciliaciones… Al cabo, nos queda lo que pudo haber querido contar la realizadora, autora también del guion, y lo que no fue. El esfuerzo solo no puntúa, o puntúa menos que cero.

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