Por Don Quiterio
Todo empieza con una partida de ajedrez entre una pareja del cuerpo de la benemérita, que hace guardia durante las fiestas del pueblo. Él le dice a su compañera de fatigas que el mejor jugador es el que sabe defenderse.
Ella, sin embargo, entiende la confrontación por la vía rápida, o sea, la mejor defensa es un buen ataque. Cuando deben resolver el caso que les ocupa, en una noche aparentemente tranquila hasta que un lugareño llega al cuartel y afirma que algo extraño ocurre en su granja, ni la defensa ni el ataque parecen ser los motores de sus impulsos, porque ambos, aunque sean la autoridad, se sienten perdidos, asustados, ante lo desconocido. En el fondo, pensar mal de antemano es un acto de cobardía.
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Con “La granja”, Ignacio Lasierra (Candasnos, 1984) traslada la tradición del cine de terror norteamericano a nuestra idiosincrasia y se plantea un nuevo reto al entrar en un género totalmente distinto a sus anteriores trabajos. Realizador de los cortometrajes “Al otro lado” (2002), “Rastro” (2006), “Salomón” (2008) y, ahora, “La granja” (2011), este cineasta altoaragonés recibe numerosos galardones en su incipiente trayectoria. Así, obtiene premios en distintos festivales nacionales, destacando los de Zaragoza, La Almunia, Murcia, Tarazona, Salamanca, Fuentes de Ebro, Barcelona, Cuenca, Huesca, Alcalá de Henares, Molins de Rei, Calahorra o Pasaia.
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Si fuéramos taxativos, algo muy frecuente en la crítica cinematográfica, diríamos que “La granja” es un cortometraje de terror extremadamente irregular. Pero no. No es una película de terror en el estricto sentido del término, aunque contenga elementos propios del género –víctimas inocentes, oscuridad, luces de linterna, sangre, sustos, chillona banda sonora de Sergio Lasuén-, y sus manifiestas indecisiones responden más bien a la dudosa progresión dramática que se apodera de su narrativa, aquello que acaba otorgando personalidad y sentido a una película que, si hubiera seguido las reglas de manual, no merecería la menor atención.
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Interpretado por Pepe Oliva, Laura Contreras, Juan Manuel Lara, Irene Aguilar y Rufino Ródenas, los protagonistas de este cortometraje de Ignacio Lasierra, autor también del guion, deciden acudir a la granja del título para tratar de esclarecer los hechos de una joven desaparecida, hasta que todo estalla de manera definitiva y violenta. El resultado es una claustrofóbica historia de estética cáustica que está más lograda en sus intenciones que en su fondo y su forma, excesivante deudora del convencional cine de terror hollywoodenco. Así, con una estética nebulosa y oscura, en la que se masca, además, el aire de videoclip, pasan los veinte minutos que dura la función sin que el espectador lo sienta, pero cuando acaba el relato se da uno cuenta de que lo que le han contado podrían no habérselo contado y no pasaría nada. Cierto es que muchos “entendidos”, y lo digo sin rintintín ni ironía, han visto en “La granja” todo un hallazgo en estos tiempos que corren, pero, a mi modo de ver, el cortometraje de Lasierra solo se convierte en un repertorio de clichés que se pueden reciclar “ad nauseam”.
Una película, para terminar, entre el terror y la ficción científica, de miedos y zozobras, correcta desde el punto de vista industrial (cuidados encuadres, apreciable fotografía de Fran Fernández Pardo, ritmo conseguido, inteligente utilización de los recursos), pero con todos los lugares comunes propios del género. El final es poético, con las chicas (la joven lugareña desaparecida y la agente de la guardia civil) amordazadas por el campesino, en plano lejano, mientras la cámara, desde atrás, les sigue y se pierde lentamente hacia el cielo oscuro casi negro de la noche inundado de estrellas. Poético, sí, y también abierto, porque una partida de ajedrez ni se juega al ataque ni defendiendo, sino simplemente jugando, conociendo al rival. Cuando este es desconocido, no hay táctica que valga. Y es que el miedo es el pequeño (gran) asunto de “La granja”. Acaso no esté tan mal la zozobra, que es un pariente volátil del miedo.