Por Don Quiterio
Ser ciudadano es un gran privilegio y como tal hemos de organizarnos dentro de un sistema de convivencia estable. Estamos dentro de un siglo nuevo lleno de integrismos y fanatismos hipócritas, donde aquello que impera es el poder burocrático y una economía de humo.
La filmoteca de Zaragoza, en efecto, reduce su programación a la mitad, ya que de doce proyecciones semanales pasa a seis. Un tijeretazo drástico que supone el adiós a las sesiones nocturnas. Los pases, pues, se van a efectuar de jueves a sábado y solo dos en horario de tarde. Una consecuencia directa –otra más- de los recortes presupuestarios del ayuntamiento de Zaragoza.
A estos desmanes económicos se añaden a los escándalos derivados de actuaciones urbanísticas, licencias de construcción, subvenciones, contrataciones y un cúmulo de irregularidades que ponen al descubierto escandalosos acuerdos y connivencias. ¿Cuántos funcionarios de carrera –en sus diferentes niveles- han sido formalmente encausados por los continuos escándalos que salen a la luz? ¿Qué pasó con quienes autorizaron gastos imposibles de cumplir, avalaron presupuestos quiméricos o concedieron licencias de construcción claramente irregulares? Aunque los responsables últimos de cualquier situación de corrupción sean quienes la comenten, la lógica conduce a cuestionar también a quienes por su desidia, complicidad o inoperancia se hicieron también responsables.
Sea como fuere, y con la colaboración de Hiroyuki Ueno y Alejandro Rodríguez Medina de la fundación japonesa en Madrid, los amantes al cine menos comercial pudimos disfrutar de la sala situada en la “Casa de los Morlanes” con dos piezas clásicas de la cinematografía nipona: “Historia de los crisantemos tardíos” (1939), de Kenji Mizoguchi, y “La hierba errante” (1959), de Yasujiro Ozu. Unas vidas y unas prácticas fílmicas que se entrelazan dando forma a unas trayectorias firmes pero a la vez cercanas, sin concesiones pero siempre comprometidas, que entienden una realidad a través de una imágenes poderosas, sinceras y humanitarias, líricas y reflexivas. Dos películas, junto a los ciclos de Lang y Vidor, con las que la filmoteca cierra la temporada hasta después de las vacaiones estivales. Dos títulos magníficos que, sin embargo, los medios de comunicación, como siempre, no se han hecho eco. ¡Y luego se lamentan del cierre de los multicines Renoir! Puro cinismo.
Con la mierda que nos están echando encima últimamente, nos reconcilia con el ser humano poder ver películas como las de Ozu, Mizoguchi, Lang o Vidor. Pero mucha culpa la tienen también los periodistas y los gurús de la cosa cinematográfica e intelectual, que no se molestan en acudir a sesiones imprescindibles y algunos saben de cine lo que yo de botánica. A lo mejor, los recortes tendrían que venir por ese lado, de esa crema innata de la estupidez cultural, que solo se preocupa de las tonterías y de sus egocentrismos. Es hora de reflexionar. ¿O aparecen, acaso, cuando, por ejemplo, la filmoteca de Zaragoza proyecta lo último de un cineasta aragonés? Yo, sinceramente, no los he visto por ningún lado. Ahora bien, si algún realizador recibe un premio, se apuntan al carro sin ningún escrúpulo. ¡Menudos jetas! Eso sí, para besar el culo a cualquier famosete pedorro no les falta tiempo. Ah, el tiempo, en palabras de Paul Celan: “Tiempo es de que sea tiempo. Es tiempo”.
¿Qué privilegios secretos les pediría yo a los gestores culturales de nuestro municipio? Vana pregunta para unos administradores que no quieren entender nada. No olvidemos que estamos en tiempos de crisis… Pero sí que les contaría otra vez el chiste de Eugenio:
-¿Sabes que me he aprendido el listín telefónico?
-¿De memoria?
-No, hombre, no. Entendiéndolo…