El patrullero de la Filmo: «Tijeras con que recortar»


Por Don Quiterio

   Ser ciudadano es un gran privilegio y como tal hemos de organizarnos dentro de un sistema de convivencia estable. Estamos dentro de un siglo nuevo lleno de integrismos y fanatismos hipócritas, donde aquello que impera es el poder burocrático y una economía de humo.

 

    El sistema político ha de evolucionar y entrar en una fase científica y creadora sin pensar en el pasado y apostando por un futuro a corto, medio y largo plazo. La política tiene que basarse en la lógica y fomentar los valores hacia las personas. Los humanos, además, hemos temido secularmente a la guadaña con que siega la muerte: a ese pavor ancestral hemos unido más recientemente el de las tijeras con que recortan los gobiernos en nuestra época de crisis. Ahora que todo disminuye, como la piel de zapa de Balzac, los espectadores que no admitimos renunciar a nuestro viejo vicio de acudir a la filmoteca, que casualmente este año cumple treinta de actividad en nuestra ciudad, quizá debamos dedicarnos a otros menesteres para no desentonar con el feroz espíritu de los tiempos.

    La filmoteca de Zaragoza, en efecto, reduce su programación a la mitad, ya que de doce proyecciones semanales pasa a seis. Un tijeretazo drástico que supone el adiós a las sesiones nocturnas. Los pases, pues, se van a efectuar de jueves a sábado y solo dos en horario de tarde. Una consecuencia directa –otra más- de los recortes presupuestarios del ayuntamiento de Zaragoza.

   Todo debido a la lluvia de escandalosas deudas contraídas por decisiones tomadas y que nos han llevado a una situación económica crítica. Es el resultado de inversiones en proyectos faraónicos, creación de cientos de empresas fantasmagóricas repletas de empleados con afinidades políticas y sin cometido útil alguno, subvenciones generosas a proyectos ridículos o empeños pseudoculturales donde se esconde un número de inversiones millonarias, inútiles y de rentabilidad cuestionable. Así estamos, este es el estado de las cosas, mientras esos desaprensivos se han puesto morados por mucho que les pongamos verdes. Los políticos sinceros se convierten, así, en personajes de ficción científica.

    A estos desmanes económicos se añaden a los escándalos derivados de actuaciones urbanísticas, licencias de construcción, subvenciones, contrataciones y un cúmulo de irregularidades que ponen al descubierto escandalosos acuerdos y connivencias. ¿Cuántos funcionarios de carrera –en sus diferentes niveles- han sido formalmente encausados por los continuos escándalos que salen a la luz? ¿Qué pasó con quienes autorizaron gastos imposibles de cumplir, avalaron presupuestos quiméricos o concedieron licencias de construcción claramente irregulares? Aunque los responsables últimos de cualquier situación de corrupción sean quienes la comenten, la lógica conduce a cuestionar también a quienes por su desidia, complicidad o inoperancia se hicieron también responsables.

    En este proceso uniformemente acelerado de voladura del “estado del bienestar” y demolición de los servicios públicos por la vía del recorte y la asfixia presupuestaria, existen zonas de exclusión, oasis amparados, negocios intocables o, si se prefiere, espacios blindados para la impunidad. A estas alturas del desastre es difícil ocultar ciertas evidencias. Allá donde no llega la tijera es posible que el día menos pensado caiga la guillotina con su fría y afilada sensibilidad justiciera.

    Sea como fuere, y con la colaboración de Hiroyuki Ueno y Alejandro Rodríguez Medina de la fundación japonesa en Madrid, los amantes al cine menos comercial pudimos disfrutar de la sala situada en la “Casa de los Morlanes” con dos piezas clásicas de la cinematografía nipona: “Historia de los crisantemos tardíos” (1939), de Kenji Mizoguchi, y “La hierba errante” (1959), de Yasujiro Ozu. Unas vidas y unas prácticas fílmicas que se entrelazan dando forma a unas trayectorias firmes pero a la vez cercanas, sin concesiones pero siempre comprometidas, que entienden una realidad a través de una imágenes poderosas, sinceras y humanitarias, líricas y reflexivas. Dos películas, junto a los ciclos de Lang y Vidor, con las que la filmoteca cierra la temporada hasta después de las vacaiones estivales. Dos títulos magníficos que, sin embargo, los medios de comunicación, como siempre, no se han hecho eco. ¡Y luego se lamentan del cierre de los multicines Renoir! Puro cinismo.

    Con la mierda que nos están echando encima últimamente, nos reconcilia con el ser humano poder ver películas como las de Ozu, Mizoguchi, Lang o Vidor. Pero mucha culpa la tienen también los periodistas y los gurús de la cosa cinematográfica e intelectual, que no se molestan en acudir a sesiones imprescindibles y algunos saben de cine lo que yo de botánica. A lo mejor, los recortes tendrían que venir por ese lado, de esa crema innata de la estupidez cultural, que solo se preocupa de las tonterías y de sus egocentrismos. Es hora de reflexionar. ¿O aparecen, acaso, cuando, por ejemplo, la filmoteca de Zaragoza proyecta lo último de un cineasta aragonés? Yo, sinceramente, no los he visto por ningún lado. Ahora bien, si algún realizador recibe un premio, se apuntan al carro sin ningún escrúpulo. ¡Menudos jetas! Eso sí, para besar el culo a cualquier famosete pedorro no les falta tiempo. Ah, el tiempo, en palabras de Paul Celan: “Tiempo es de que sea tiempo. Es tiempo”.

   No me extraña que Leandro Martínez, director del departamento de exhibición y programación de la filmoteca de Zaragoza, no quiera hacer declaraciones a los medios de comunicación. Yo sí he hablado con él y sé lo que piensa de todo este barullo, pero, por respeto a su persona, no entrecomillaré ni una sola línea de sus pensamientos. Mientras tanto, disfrutamos el otro día, y sin la presencia de la crema innata de cierta estúpida intelectualidad, de dos obras clásicas y maestras del cine japonés, subtituladas y en pantalla razonablemente grande. Todo un privilegio.

    ¿Qué privilegios secretos les pediría yo a los gestores culturales de nuestro municipio? Vana pregunta para unos administradores que no quieren entender nada. No olvidemos que estamos en tiempos de crisis… Pero sí que les contaría otra vez el chiste de Eugenio:

-¿Sabes que me he aprendido el listín telefónico?

-¿De memoria?

-No, hombre, no. Entendiéndolo…

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