Tartón y la Sociedad Fotográfica de Zaragoza


Por Don Quiterio

     No sé si me voy a meter en un charco al escribir estas líneas sobre el fotógrafo aragonés Carmelo Tartón, expresidente de la Sociedad Fotográfica de Zaragoza recientemente fallecido a los ochenta y un años de edad.

      Ciertamente, resultaría mucho más sencillo, viendo las cartas, darse mus y pedir cuatro nuevas. Pero tampoco se trata de jugar siempre con treinta y uno y de mano, así que envidemos a pares con dos seises y ya veremos qué pasa.

    Hablemos de Tartón y de la Sociedad Fotográfica de Zaragoza. Me cabreé cuando, a la muerte –siempre dolorosa- del fotógrafo, todo fueran parabienes, como suele ocurrir en estos casos. Incluso los estudiosos Carlos Barboza y Teresa Grasa exigen a las instituciones aragonesas una gran exposición antológica para difundir su obra y su figura. Seguramente se lo merezca, porque fue un gran fotógrafo, muy cerca de maestros y amigos como Pedro Avellaned, José Verón, Víctor Orcástegui, Gil Marraco, José Antonio Duce o Rafael Navarro, y siempre se preocupó por mantener viva, ampliar y proyectar la actividad de la fotografía en esa institución zaragozana creada en 1922, y de la que fue presidente de 1978 a 2007, cuando le sustituyó Julio Sánchez.

    En 1980 ganó el premio San Jorge de Fotografía y en 1994 se le otorgó la insignia de oro de la Sociedad Fotográfica de Zaragoza, a la que pertenecía como socio desde 1948. Logró varias distinciones para esta institución, entre ellas el título de Real, concedido en 1997 por el rey Juan Carlos. Tartón, en efecto, era un estudioso de la fotografía y dejó constancia de ello en varios libros escritos en solitario o con otros autores: “Los fotógrafos aragoneses”, “Historia de la Real Sociedad Fotográfica de Zaragoza”, “Postales de Zaragoza (1897-1936)”, “Los Coyne, 100 años de fotografía” o una monografía sobre Jalón Ángel.

    Ahora bien, y me importa un céntimo de euro quien se moleste, Tartón también fue, porque era el presidente, quien mandó clausurar la Sección de Cine de su institución fotográfica, por envidia y con orden dictatorial, y que en su momento fue silenciado por todos los medios de comunicación locales. Lo digo como lo pienso y, al escribirlo, me lo pienso dos veces, para no herir susceptibilidades. Hagamos memoria, esa propuesta que selecciona lo que merece ser recordado. Y yo ya, a veces, ni me acuerdo de lo que viví.

    La Sección de Cine de la Sociedad Fotográfica de Zaragoza comenzó su andadura en 1981 y se convirtió en auténtico motor del cortometraje aragonés –en aquella época en súper-8 o 16 milímetros-, en un foro cinematográfico de relevancia. Sus actividades se centraban en proyecciones de ciclos, conferencias, cursos y, ante todo y sobre todo, en incentivar la realización. La notoriedad de esta sección, sin embargo, se veía como un rival para protagonismos mediocres. Nunca se valoró lo que aportó y tampoco se entendía que en una sociedad fotográfica pudiera haber una sección de cine, y que ésta, ¡demonios!, empezara a destacar sobre la otra. Y aunque se estaba en una democracia recién estrenada y una etapa próspera en ilusiones, la Sociedad Fotográfica de Zaragoza se mantuvo siempre con una falta de diálogo y tolerancia verdaderamente sorprendentes, con unas estructuras absolutamente anticuadas. En 1987 se producirá la fractura y con ella la escisión de la Sección de Cine, cuyos delegados fueron, sucesivamente y durante siete intensos años, José Antonio Higuero, José Antonio Vizárraga, Eduardo Couto y Armando Serrano.

    La Sección de Cine de la Sociedad Fotográfica de Zaragoza realizó una labor muy importante en la difusión del cortometraje aragonés de pequeño formato y en la propia producción. Películas como “El reloj”, “Cuéntame tu sueño”, “El secreto de la gran laguna” o “Tiempo azul” fueron producidas por este colectivo lleno de ilusiones y libertades. Y gentes del cine como José Luis Pomarón, Alberto Sánchez, Manuel Rotellar, Javier Peña, Santiago Chóliz, José Abad, José Manuel Fandos, María José Allueva, José Miguel Villanueva, Carlos Anselem, Carlos Calvo, Arturo Briones, Eusebio Peiró, Juan Carlos del Río o Marco Antonio Sarto, por citar a los que ahora me vienen a la memoria, hicieron posible el crecimiento y reconocimiento del cortometraje local, pero, ay, las envidias de la anquilosada institución fotográfica, bajo el mandato de Carmelo Tartón, en vez de apoyar a un apartado paralelo, atajaron por el peor camino: la censura y la destrucción.

    Dicho lo cual, emplazo a mi amigo el cineasta Armando Serrano a que escriba unas líneas al respecto en este “Pollo Urbano”, como último delegado que fue de aquella sección de cine y el que más sufrió con esa decisión injusta y caciquil perpetrada por Tartón y su séquito. Y si no le apetece, porque es muy buena gente y no estará para berenjenales, daremos mus y pediremos cuatro nuevas, que tampoco se trata de jugar siempre con treinta y uno, así que envidaremos a pares con dos seises y ya veremos qué pasa.

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