Por Gonzalo del Campo
Me digo continuamente que no debería volver a escribir sobre él, ni dedicarle una pizca más de tiempo.
También, recientemente, he recordado a alguien la inutilidad de comentar siquiera sus afirmaciones parsimoniosas y rotundas con las que intenta pontificar, como si sus palabras siguiesen siendo el oráculo de una parte importante de la más rancia y casposa derecha.
Sí, a vueltas otra vez con José María Aznar, quien ha vuelto a vomitar desde ese mundo aparte en el que vive, razonamientos que justifican una y otra vez el resultado perverso del ejercicio del odio en su máxima expresión, que es la guerra.
¿Qué es eso del Estado Palestino? No existe, según él, semejante concepto, ni se contempla. ¿Es una alucinación producto de la mentalidad bolivariana-bildu-etarra-izquierdista, de tientes comunistas, a la que el apoyo que le otorga la ONU y un buen número de países del mundo, no le añade un ápice de consistencia ni de legitimidad?. “Israel debe acabar lo que ha comenzado” es, esta vez, el nudo gordiano de su homilía, urbi et orbe, recogida por todos los medios de su cuerda, o no, que le siguen dando espacio en sus programas y columnas periodísticas.
¿Qué labor debe acabar Israel? ¿La de exterminar de una vez por todas a una población que lleva sufriendo desplazamiento y exilio obligados, desposesión de sus tierras, casas y propiedades, la restricción de sus necesidades esenciales, como el agua, la sanidad, el alimento, la educación…por el control férreo de los sucesivos gobiernos israelíes, o acaso su movilidad, restringida por la construcción de un muro de la vergüenza, mucho más alto, largo y opaco que el de Berlín, para encerrar y separar a la población- rebaño palestina y poder ejercer con ella un apartheid más efectivo que el que existió en Sudáfrica?
Si algo me ha llamado siempre la atención de este detestable personaje es la nula empatía que, tanto él como su entorno familiar y político más cercano, han tenido siempre con los más desfavorecidos y vulnerables. Los pobres en general, incluyendo a inmigrantes, personas sin techo o en proceso de desahucio, el colectivo gay y los pueblos aplastados por una colonización despiadada, como en el caso palestino, pero que también incluye comunidades africanas, asiáticas, musulmanas e indígenas, sometidas a severos actos de saqueo y exterminio, repartidos por todo el planeta.
No sé si el hecho de haber sobrevivido a un atentado etarra y haber “resucitado” sin llegar siquiera a morir, le convirtió a ojos de sus más acérrimos partidarios en una especie de “Moisés salvado de las balas”, cuyas palabras y actos les producen automáticamente un babeo idólatra, que paraliza cualquier otro razonamiento y razón que no sea su discurso mendaz, propagador de odio sin complejos.
Su toma de postura contra toda lógica y contra la mayoría aplastante de países, que componían la ONU, en la guerra de Irak, le elevó en sus aspiraciones al Olimpo de la infamia, del que no se ha descabalgado nunca desde entonces.
Ni muerto reconocería jamás que su decisión unilateral de sumarse a la gran mentira urdida por el trío (con él) infernal de las Azores, fue el detonante de los desastres en cadena que se han venido sucediendo desde la guerra de Irak. Tampoco el hecho de que esa decisión fue el desencadenante principal para que el yihadismo más radical eligiese Madrid para desatar toda su furia destructora el once de marzo de dos mil cuatro, un año después del comienzo de la guerra.
Su teoría de la conspiración, propagada y sostenida durante años, de la autoría de ETA, sirvió para abrir las puertas de par en par a la mentira constante y con ella a una ruptura irreconciliable entre los hooligans de una derecha cada vez más intolerante y una izquierda que, ni por asomo, alcanzaría ese grado de virulencia con sus palabras y sus actos. Nunca antes se había puesto en entredicho la legitimidad de gobiernos surgidos de las urnas, pero, a partir de entonces, se inauguró una forma de hacer política que, aunque no era nueva, dejó al descubierto los costurones y las tripas de un partido político heredero del franquismo, a través de su fundador Manuel Fraga y puso en claro el tipo de poderes que lo sostenían. Sobre todo el de grandes empresas surgidas y enriquecidas durante la dictadura y ratificadas en sus abusos y prepotencia por el servilismo cada vez más evidente del Partido Popular.
La mano de Bush sobre el hombro de Aznar en las Azores es todo un símbolo del poder que le ha amparado; además del propio Bush, Murdoch, el magnate de la prensa y grandes empresas energéticas, a las cuales ha servido con sumisión perruna durante décadas a cambio de un buen incentivo económico.
Bajo ese paraguas, lleva evitando cualquier posible investigación sobre su fortuna y la actuación de su esposa en la venta masiva de inmuebles a fondos buitre, en los que casualmente estaba empleado alguno de sus hijos. El nepotismo con el que ha actuado a la vista de todos no le pasa factura, como tampoco a sus fieles admiradoras, Esperanza Aguirre e Isabel Díaz Ayuso, que también son aficionadas a ese deporte político.
Entre sus más cercanos colaboradores, algunos han acabado muy mal, como el suicidado Blesa, al que convirtió en banquero, o el reo Rodrigo Rato, cuyo mayor milagro económico fue seguir la tradición familiar de enriquecerse de manera ilícita y hoy muestra su soberbia en los juzgados. Aznar, como un émulo de Cristo, anda sobre procelosas aguas, surfeando olas de corrupción, que no le han salpicado judicialmente hasta el presente y le permiten seguir siendo la marioneta endiosada, eso sí, (cada vez más parecida físicamente a los muñecos de Jose Luis Moreno), de sus amos, grandes capitalistas a los que debe y rinde pleitesía para que le sigan protegiendo, dando las galletitas de rigor y siga ladrando su rencor por las esquinas, solo contra los pobres.
Nunca lo hará contra los amos que le siguen dando de comer. Para ellos, quizá, no le importe ser sólo un detrito, siempre que le dejen un micrófono a mano que alimente su imagen de profeta demenciado y de mal agüero, pero con audiencia asegurada.