Por Javier Puyuelo
Ya he podido constatar que el olvido y la indiferencia avanzan como el desierto: silenciosos e implacables.
Cambian los paisajes y crean nuevos ecosistemas sociales producto de nuevas escalas de valor. Por eso agradezco la oportunidad que el tiempo me proporciona para llamar la atención sobre algunas personas y sistemas que han sido relevantes en el tiempo y el entorno en los que me ha tocado vivir.
Como quiera que todos los momentos son históricos, lo relevante consiste en averiguar por qué lo son, qué huella dejan y cuánta gente repara en ella. Especialmente si se trata de experiencias colectivas. Ésta a la que nos vamos a referir tuvo que ver con la democracia, con una generación joven cargada de ilusiones y efervescencia creativa y una sociedad con unos deseos de libertad y cambio social cuyo alcance hoy resulta imposible transmitir.
En las administraciones públicas, y particularmente en las locales, conviven básicamente tres tipos de actores: políticos, técnicos y trabajadores, parte de los cuales son funcionarios. Se supone que los políticos aportan ilusión, visión de futuro y determinación, los técnicos convierten las ideas en proyectos que las hagan viables y la simbiosis entre estos dos actores y un cúmulo de contingencias que no viene a cuento enumerar harán en resto. Así es como se sientan las bases para generar el progreso de pueblos y ciudades. Aparecen calles y plazas, espacios verdes, equipamientos e instalaciones y todo tipo de Servicios Públicos. Cada uno de ellos tiene su cometido. Y todos ellos, interactuando, sirven para conocernos, relacionarnos y establecer vínculos de identidad y convivencia entre nosotros. Es decir, para hacer que la vida funcione.
Entre los numerosos técnicos que han contribuido a perfilar el actual municipio de Zuera, me quiero referir a uno de ellos en concreto: a José Aznar Grasa, comúnmente conocido en el entorno de sus afectos como Ramiro.
La actual fisonomía que ofrece la Villa de Zuera, y en particular su entorno urbano, es producto, entre otros, de la intervención de decenas de técnicos que contribuyeron con su cualificación y experiencia a esculpir su imagen. Ramiro, en calidad de arquitecto y urbanista, era uno de ellos. Pero no uno cualquiera. Detrás de cada proyecto de Ramiro además de su imaginación, su talento y su excelencia profesional, era imposible no hallar el plus impagable de la honradez y el amor a su pueblo. No es difícil distinguir los proyectos tras los cuales, además de la calidad, laten la ilusión y el afecto, de aquellos otros que carecen de dicho pálpito. Se pueden apreciar en nuestro propio medio, ya sea a través del diseño, la funcionalidad o la nobleza de su ejecución.
Casi todo el tejido urbano de Zuera está sembrado de actuaciones fruto de la mirada, las ideas y el sello distintivo de Ramiro. Tanto si se trata de espacios públicos con los que nos relacionamos a diario como de edificaciones de carácter privado que, en muchos casos, aportan belleza y carácter a los lugares donde se hallan emplazados. Entre los públicos tres de los más emblemáticos son la Plaza Odón de Buen, la Casa Consistorial y la Plaza de la Iglesia. Sin embargo, y sin restar un ápice de importancia y trascendencia al significado de estas tres obras, ejecutadas durante mi primera época como alcalde, modestamente creo que la aportación más determinante y con mayor proyección de futuro que Ramiro hizo al municipio de Zuera fue la elaboración del PGOU de principios de los ochenta (Plan General de Ordenación Urbana). Aquel documento, galardonado en su día con un Accésit a escala nacional, supuso el acto de reflexión más serio y fecundo sobre el territorio municipal que se ha llevado a cabo en las últimas décadas. Durante años supuso un inestimable instrumento de trabajo para las sucesivas Corporaciones que han pasado por la Casa Consistorial desde entonces. El entorno de la Plaza Odón de Buen, antigua era y plaza de toros, los barrios de la Aceña y las Balsas fueron en su día Planes Parciales que ya estaban contemplados en aquel PGOU. Su ejecución no solamente contribuyó poderosamente a conformar el actual casco urbano, sino que abrió nuevas puertas a la intervención de las empresas privadas que consolidaron los nuevos espacios urbanos con calles y modernas edificaciones.
El proyecto del Parque del Gállego y la inicial zona deportiva con las piscinas municipales también fueron producto de su creatividad y el entusiasmo que por aquellas fechas envolvía tanto a los gobernantes municipales, como a la sociedad de Zuera en general.
Ramiro ha continuado vinculado afectiva y urbanísticamente a su pueblo hasta su inesperado y precipitado final. A todo su territorio, tanto al urbano como al rústico. Sus últimas actuaciones no han supuesto cambios estructurales, pero si han mejorado notablemente ámbitos ya consolidados con aportaciones estéticas y soluciones prácticas cargadas de oportunidad y lucidez. La rehabilitación de la simbólica Casa del reloj ha supuesto sin duda su última y eficiente aportación a la mejora del bienestar y el progreso de los habitantes de Zuera a la que habría que añadir infinidad de actuaciones puntuales en las que en algún momento nos detendremos para que, al menos temporalmente, su memoria quede asociada al trabajo bien hecho y su incidencia en nuestra vida cotidiana.
Con todo mi afecto y gratitud
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