No caigamos en la desidia / María Dubón


Por María Dubón
https://mariadubon.wordpress.com/

   El mundo giraba acelerado, tanto que amenazaba con sacarnos despedidos de una vida sinsentido, falaz e inhumana.

    Estos años de pandemia han marcado un paréntesis, hemos tenido que parar obligados por las circunstancias y no nos ha quedado otra que pensar. Pensar en la supervivencia.

    Para reflexionar en indispensable la calma y, ahora, con la actividad en suspenso, hemos tenido ese bien tan escaso que es el tiempo. Confinados en casa, el silencio se extendió por las antes ajetreadas avenidas. Acostumbrados a vociferar y a no escuchar, la muchedumbre enmudeció. Aturdidos por el miedo y la incertidumbre, conectamos con nosotros mismos y el sentido de especie nos conectó con los demás. De repente, nos sentimos unidos en la común desgracia, los intereses individuales pasaron a ser universales. Nuestras certidumbres se disolvían en una negrura decadente que nos abocaba al fracaso. Tan inteligentes como nos creemos, tan poderosos, y un organismo microscópico nos pasaba la mano por la cara, recordándonos nuestra fragilidad. Mientras, el descontento crecía y crecía.

   Esperábamos ansiosos la nueva normalidad, que no era otra cosa que regresar al segundo previo antes de que la pandemia nos diera un puñetazo en la nariz. Nos empeñábamos en lo mismo, en la seguridad de lo conocido, en esa cotidianidad conquistada y vegetativa que nos mantenía anestesiados. Porque no hay alicientes para el que nada aspira.

   Ahora estamos en una esquina del ring, arrinconados en un ángulo que nos da una perspectiva diferente. Quizás era lo que necesitábamos. Descansar de tanto tropiezo, de un absurdo y frenético trasiego. Pero no nos engañemos.  El silencio es un aullido desesperado, previo a la reconstrucción individual y colectiva. El silencio es luz que ilumina la falta de alternativas y proyectos, a una sociedad incorregible, cargada de excusas para no reconducir la historia.

   Se han resquebrajado nuestros pilares y el cambio no aparece, la revolución no estalla. No caigamos en la aborrecida parálisis, en la desidia.

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