Por Jorge Álvarez
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Escribí, cambié y actualicé no menos de tres comentarios. Pero en ellos hacía una catarsis, otra más, sobre la situación terminal en la que nos debatimos los argentinos.
Y los borré. Usted no podría entender que en menos de dos años el valor de la moneda haya desaparecido. Sí, el peso falleció y hoy no vale nada como la moneda de Venezuela, como el marco alemán tras la Segunda Guerra. Entonces me dije me tengo que aferrar al humor para seguir a flote en este mar de delirio absurdo.
Entonces vamos a por él. Estos últimos años se caracterizaron, entre otras cosas, porque hay un culto a la imagen. A verse bien, a enfrentar al espejo sin miedo alguno sabiendo que todo, todo está en su lugar. Y mucho contribuyó a esto la publicidad.
Hasta para comprar un trapo de piso o un rollo de papel higiénico verá a una bella y graciosa joven dueña de una figura cincelada, estupenda y pletórica de curvas como promotora.
Ocurre lo mismo a la hora de promocionar un vino, por ejemplo. Lo que menos se enfoca es la botella porque la cámara se detiene en la sonrisa perfecta, en la musculatura y en el vientre chato del modelo.
¿Se acuerda del elegante George Clooney promocionando una marca de café? Es otro caso en el que el gimnasio, su metabolismo y la genética hicieron un buen trabajo.
Para ellos, me imagino, será un placer ir de shopping para comprar ropa.
En todos, pero todos, los locales habrá sus talles y hasta los colores de su preferencia porque las marcas están abocadas a servirles a ellos y no al resto de los mortales. Pero, a fuerza de ser sincero, tengo algo para contarle al respecto a usted: yo tampoco tengo problemas a la hora de comprar ropa. Todo me queda mal. No sé si es la confección o a mí me hicieron con trozos de otras personas porque tengo el tórax muy ancho, los brazos cortos –me parece que de un talle menos al cuerpo que tengo- y la cintura de avispa.
Sí, pero de panal de avispas con ellas adentro por supuesto. Me consuela saber que puedo pasar por un rugbista retirado. No tengo complejo alguno porque sé que lo bueno viene en frasco grande y no como sostiene esa estúpida leyenda urbana tan difundida desde antaño que afirma lo contrario.