Palabras huecas: el sonido del vacío / Antonio Piazuelo


Por Antonio Piazuelo

    Allá por los años ochenta del siglo pasado, después de varias décadas en las que Occidente se abrazó a la socialdemocracia keynesiana y se regaló a sí mismo un largo periodo de prosperidad…

…y estabilidad, el mundo decidió girar 180 grados y cambiar aquel modelo por su opuesto. El neoliberalismo anticipó la implosión del bloque comunista y se extendió a partir de los primeros brotes en EE UU y Reino Unido. Un decenio más tarde, aquel retorno a la ley capitalista del más fuerte se había convertido en dogma de fe.

    En su momento no era fácil ver que, detrás de aquello, se ocultaba un cambio de dimensiones incalculables: la utilización de la mentira como arma letal en política ganaba la primera de muchas batallas. Los teólogos neoliberales se agarraron con fe al hallazgo de un oscuro economista, Arthur Laffer: una curva caprichosa sin ningún apoyo experimental que supuestamente demostraría que, entre ciertos márgenes, las bajadas de impuestos hacen crecer los ingresos fiscales y viceversa. Era difícil digerir la idea de que, si la gente paga menos (sobre todo los más ricos), el Estado recauda más, de modo que se endulzó con una frase que aún repite la derecha más asilvestrada y sigue sonando muy bien en ciertos oídos cerriles: el dinero está mejor en tu bolsillo que en el del Estado. Detrás de ella está el desmantelamiento de muchos servicios públicos esenciales, como ha dejado al desnudo la pandemia.

Relato

    Era mentira la curva y era mentira la frase, pero ellas alumbraron un tiempo en el que lo importante no son los hechos sino ganar «la batalla del relato» (relato se puede sustituir por «cuento» y, apurando un poco más, por «cuento chino»). La derecha, a qué negarlo, siempre se ha movido con más soltura que la izquierda en ese terreno (no digamos la ultraderecha) y ha contado como altavoz con una batería de potentes y bien financiados medios de comunicación. Ya no se trataba de proponer ideas, criticar puntos flacos en las del adversario y poner en pie iniciativas políticas ilusionantes que lleven papeletas a las urnas y den o quiten gobiernos. Todo eso es muy engorroso y la cosa es más sencilla: solo se necesita convencer a muchos, apelando a las tripas la mayoría de las veces, de que tu relato es cierto (aunque esté fundado en embustes) y el del contrario es falso (aunque sea una verdad evidente). ¿Quién verifica si ese relato tiene algo que ver con la realidad? Me temo que nadie, que el único veredicto es el de los convencidos.

    Solo se necesita convencer a muchos, apelando a las tripas la mayoría de las veces, de que tu relato es cierto

    Y, por si éramos pocos, la abuelita parió las redes sociales. Por no se sabe bien qué perversión intelectual, resulta que en ellas triunfan las mentiras por goleada contra las verdades (a lo mejor porque tienen más picante), de modo que los embusteros tienen mucho ganado en esa batalla por el relato. De este modo se explica (si es que tiene explicación) que la última encuesta conocida apruebe con amplias mayorías la gestión del Gobierno en muchas áreas importantes de la vida pública y esa aprobación no se traduzca en más votos sino en menos… mientras que la derecha, que habla mucho y nada hace, apunta hacia la mayoría absoluta. Mención aparte para el presumible crecimiento de Vox, un partido cuya acción política en las instituciones se reduce al exabrupto y el insulto. Donald Trump y otros iluminados dentro y fuera de Europa marcaron el camino y otros lo siguen. Ganar el relato y marcar la agenda informativa sobre las líneas de ese relato es lo fundamental. Y relatar es hablar, no hacer, de modo que todos se aplican a hablar como cotorras hasta ensordecernos, sin importar que lo que se dice sea un bulo… o un disparate.

    Y lo peor de todo es que también el periodismo ha entrado en esa espiral. ¿Por qué es lo peor de todo? Porque la función política central que ejerce el periodismo, a mi juicio, es la de intermediar entre la «realidad de los políticos» y la «realidad de los ciudadanos», al tiempo que controla desde su independencia la veracidad o falsedad del discurso que lanzan los dirigentes a la población. Con las contadas excepciones de rigor, empresas y profesionales del periodismo han abdicado en buena medida de esas funciones, dejando ese campo vital libre para asesores palaciegos, masters en cortinas de humo y otros vendedores de crecepelo que libran una guerra a muerte por el relato, Una guerra en la que, como siempre, la primera víctima es la verdad.

     Eso se ve con la mayor claridad si comparamos el amplísimo espacio que dedican los medios a analizar y comentar exhaustivamente las declaraciones y contradeclaraciones de los políticos, incluso las más absurdas o los bulos más evidentes, con el mínimo espacio destinado a analizar y verificar los actos y las propuestas para dar solución a los problemas reales, así como los resultados de las iniciativas en ese sentido.

     En los primeros años de nuestra democracia, el periodismo alcanzó en España un nivel de calidad muy estimable que se echa de menos. Los informadores apenas se interesaban por las declaraciones y se centraban sobre todo en los hechos, contrastaban, desechaban los bulos y nos exigían cuentas a los políticos. Y, como sabíamos que las cosas eran así, no nos preocupábamos tanto de preparar una frase rimbombante (que sería inmediatamente descartada si no se ajustaba a la realidad punto por punto, y aun nos acarrearía algún que otro palo por lenguaraces) y nos centrábamos en dar cuenta de nuestras responsabilidades… que bien reales eran.

    Lo que se hacía, no lo que se decía, era lo que importaba realmente en política y al periodismo. Los chascarrillos quedaban como materia propia de tertulianos (y la palabra «tertuliano» se utilizaba frecuentemente con una buena carga peyorativa). Hoy resulta difícil muchas veces distinguir la información de la mera charleta y, mucho más difícil, entender lo que verdaderamente ocurre en medio de tanta palabra hueca que solo permite oír los sonidos del vacío.

Publicado en: https://www.elperiodicodearagon.com/opinion

Artículos relacionados :