Cien años del Ulises de Joyce / Esteban Villarocha

Por Esteban Villarrocha

   Confieso sin pudor ninguno que he leído el Ulises de Joyce, y si bien prefiero a Faulkner, aseguro que admiro y disfruto…

…con la novela de Joyce, y soy fan  de ese personaje anodino de la novela Leopoldo Bloom.

   Como ya sabrás Querido Lector, Ulises es una obra cumbre de la literatura anglosajona, que el escritor irlandés James Joyce escribió a principios del siglo XX, ahora hace 100 años.

    Considerada por gran parte de la crítica como la mejor novela de habla inglesa de todos los tiempos, y por gran parte del público como un tostón incomprensible. Esta polémica le ha acompañado siempre. Se dice que las últimas palabras del propio Joyce antes de morir fueron: “¿Hay alguien que lo entienda?”. Refiriéndose a su libro Ulises.

   James Joyce (Dublín, 1882 – Zúrich, 1941) era tan supersticioso que quiso que su Ulises se publicara el 2 del 2 del 1922.

    De hecho, él había nacido el 2 del 2 de 1882 y toda esta novela transcurre un 16 de junio de 1904, día en que salió por primera vez con Nora Barnacle (que luego sería su esposa, está expuesto en el MOLI de Dublin (Museum Of Literature Ireland) como una de sus grandes reliquias y conserva intacto el color azul en la cubierta, un azul casi idéntico al que da brillo a la bandera de Grecia, por aquello de hacer un guiño a la principal referencia que manejó el autor: La Odisea de Homero, cuyo personaje principal era Ulises.

     Ulises es un clásico imperecedero donde un  lector avispado descubre nuevas cosas conforme va creciendo y releyendo.

    Forma y fondo se funden. All in All. El lenguaje está en la historia y viceversa. Los ruidos, los bostezos, la digestión, la conversación más intrascendente, ese perro impetuoso… cualquier detalle es digno de ser sublimado, lo más vulgar deviene venerable.

    Seguramente por eso Jorge Luis Borges, en su poema Invocación a Joyce, dejó versos como estos: “Inventamos la falta de puntuación / la omisión de mayúsculas / las estrofas en forma de paloma / de los bibliotecarios de Alejandría / Ceniza, la labor de nuestras manos / y un fuego ardiente nuestra fe / Tú, mientras tanto, forjabas / en las ciudades del destierro / en aquel destierro que fue / tu aborrecido y elegido instrumento / el arma de tu arte / erigías tus arduos laberintos / infinitesimales e infinitos / admirablemente mezquinos / más populoso que la historia”.

    A lo largo de 717 páginas el autor se sirve de lo que él llamaba “palabra interior”, así como citas, referencias clásicas, intertextualidad, parodias y sátiras (de obras ignotas), crítica literaria, el callejero de Dublín (edición siglo XIX), palabros, latinajos, jerga, exclamaciones HM (Histeria Manuscrita), palabras soeces y un sinfín de figuras retóricas para construir una historia que nadie entiende. “Vivan las cosas que no hay que explicar”, cantaron aquellos, y ULISES no era una de ellas.

     Esta novela es como un museo de expresionismo abstracto: necesitas al guía susurrando en tu oreja todo el rato, de otro modo solo ves lienzos con vomitonas. La “palabra interior” de James Joyce no incluye pistas sobre las conexiones, citas o personajes que aparecen de la nada para esfumarse de igual modo, como hermanos gemelos malvados en una telenovela venezolana.

   El lector se halla, página tras página, con el proverbial culo al viento. Sin asideros ni faros antiniebla. Perdido, siempre perdido. Y con una jaqueca atroz.

     Solo existe una forma de entender qué farfulla Joyce en Ulises, y es hincando los codos cual estudiante (¡oh, no!). El escritor recomienda familiarizarse con LA ODISEA antes de atreverse con su novela, y otros críticos sugerían leer obras previas del autor como DUBLINESES y RETRATO DE UN ARTISTA ADOLESCENTE.

    Tampoco está de más, según he podido comprobar, empaparse de historia de Irlanda desde la guerra de las Galias, tener a mano un diccionario de SLANG antañón, un Latín-Francés-Español robusto y, a ser posible, un submarino microscópico con máquina del tiempo para viajar a 1921, al interior de la mente del autor, y así estar seguros de que no se nos escapa nada. José María Valverde, quien tradujo y anotó la edición de Lumen, sus notas han sido fundamentales para disfrutar su lectura llama a todo. esto “apoyatura informativa”, y se apunta a la fiesta con un extenso semblante biográfico del autor, así como 25 páginas de explicación por capítulos.

     Nada de esto suena muy invitante. Si Joey Ramone llega a exigir que su público tuviese “apoyatura informativa” estaría aún muerto de asco en un sótano de Queens. Joyce, lejos de avergonzarse por sus demandas, se jactaba de que había escrito aquella cosa “para tener ocupados a los críticos 300 años”, y reclamaba, como un niño adicto a la atención, que el lector dedicara “una vida entera” a leer sus obras.

    En todo esto no les he hablado del argumento de ULISES porque, ya lo habrán intuido, es irrelevante “como televisor en luna de miel”, que decían en UN CADÁVER A LOS POSTRES.

    La novela narra un día en la vida de tres personas. Leopold Bloom es lo que Joyce IMAGINABA que debía ser un hombre común, pues es lícito sospechar que jamás había hablado con uno. John Carey habla por ello de la perversa “duplicidad” de ULISES: un retrato supuestamente fiel del “hombre de la calle” hecho ininteligible para ese mismo hombre 3 personajes Leopold Bloom, su mujer Molly y el joven Stephen Dedalus. Un viaje de un día, una Odisea inversa, en la que los temas tópicamente homéricos se invierten y subvierten a través de un grupo decididamente antiheroico cuya tragedia raya la comicidad.

   Relato paródico de la épica de la condición humana y de Dublín y sus buenas costumbres cuya estructura, desbordantemente vanguardista avisa a cada rato de su dificultad y exige la máxima dedicación. Ulises es un libro altisonante, soez y erudito donde los haya que ofrece una literatura distinta, extraña, ocasionalmente molesta y sin duda excepcional.

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