Imprescindibles invisibles / Paco Bailo


Por Paco Bailo

“Permanezco en mi cuarto y de momento me callo
(el silencio, como un sirviente, viene a poner un poco de orden),
y espero a que las mentiras se aparten una a una:
¿qué queda? ¿Qué le queda a quien muere
que le impide morir? ¿Qué fuerza
le hace hablar aún entre sus cuatro paredes?”

Philip Jacottet
de «El ignorante», 1957

     Me incorporo al final de la cola que, como seguidores irredentos tras el concierto de su ídolo en busca del ansiado autógrafo y una mirada, dibujamos ante la panadería del barrio, barnizada esta mañana de domingo por ese sol de invierno que el rostro agradece mientras ojos somnolientos y bisagras corporales se desperezan volviendo a su ser.  “Se decreta que todos los días de la semana, incluidos los martes más grises, tienen derecho a ser convertidos en domingos por la mañana” decía el artículo segundo de “Los estatutos del hombre” que Thiago de Mello, el poeta brasileño fallecido este pasado enero, nos brindara hace casi medio siglo. Thiago debía reconocer esta agradable sensación tras estar detenido durante el golpe de estado del 64 y exiliado en Chile donde cultivó fraternidad con Neruda y Violeta Parra.

    Demoro la espera atisbando por el escaparate a un cliente indeciso tirando a caprichoso que duda desazonado ante la oferta de laminerías con la que tienta el reluciente mostrador que protege y enaltece merengues, panes, rosquillas y bollos de sensuales hechuras. La luz se multiplica en los cristales y se cuela entre las ramas de los aligustres que escoltan la puerta sorprendidos ante esta sanitaria estrategia de enmascarados y camufladas en busca del pan cotidiano. “Viejas torres de luz se desvanecen y la ternura entreabre los caminos” escribía Philip Jacottet, el poeta suizo que prefirió el calor y el color de la Provenza para vivir y abandonarnos ahora hace un año.

    Pienso mientras me froto las manos y reajusto mi bufanda en quién habrá sacado brillo a esa cristalera, habrá barrido las aceras, habrá pulido el suelo, habrá regado la calzada; alguien ha dedicado varias horas nocturnas a cocer el pan y a dar forma a esas dulces tentaciones y diabéticos retos, a asear la plaza sobre cuyos adoquines resisten algunas hojas rebeldes, a recoger latas y plásticos que el asueto sabatino ha abandonado, a reponer la bombilla de la huérfana farola, a desbrozar las alcantarillas, a recoger las basuras. Gente invisible ha madrugado más que yo para que siga disfrutando de esa prensa en papel a la que me niego a renunciar mientras otra lo ha hecho para embutir noticias más o menos ciertas o falsas por las redes. “Gracias te doy, corazón mío, por haberme despertado de nuevo y aunque es domingo bajo mis costillas continúa el movimiento de un día laboral” escribió Wislawa Szymborska mientras Silvio Rodríguez cantaba: “Domingo, taller donde el sol puso residencia, amor que sigue haciendo de herramienta y ensancha las ventanas y las puertas”

     Por el Rastro gente africana, paya y gitana, griega y latina andará ofertando tesoros entre la quincalla y la caricia del cierzo, alguna primera edición con las guardas heridas espera a su nuevo dueño, cientos de coplas escondidas entre vinilos otean a la que por un par de euros las volverá a la vida tras salir de sus cajas, tras inusitados periplos en maletero o furgoneta, tras haber propiciado sueños o besos desde anteriores estanterías y viejas gramolas. Gente invisible se ha echado al asfalto al amanecer para que en estas odiseas tales objetos no temieran a lestrigones ni a cíclopes y acabaran haciéndonos más sabias y experimentados.

     Ya llego a la puerta, me precede una señora mayor que, enlazando su perrillo a una maceta antes de entrar, me evoca aquellos westerns de mi infancia en el cine Norte y me apetece imaginarla cual atrevida colona bajo el dintel del drugstore buscando unas telas para un futuro vestido de domingo, pido mi hogaza deseoso de volver a la plaza, para continuar al aire y al sol tan gratuitos como imprescindibles, sonriendo a esa desconocida y discreta brigada ejemplar de imprescindibles invisibles e inaudibles sin los cuales ni tú ni yo disfrutaríamos del pan y de la luz, del arte y de cierta salud.

    Me despedía el pasado diciembre avisando de que “mañana habrá reparto de rayos de sol” por si venías y, mira por donde, además de subir tenuemente la pensión también se reparten sonrisas, tesoros baratos, respaldos anónimos y un cierto asombro. Como dejó dicho Thiago en su artículo tercero: “Se decreta que a partir de este momento habrá girasoles en todas las ventanas, que los girasoles tendrán derecho a abrirse a la sombra, y que las ventanas permanecerán abiertas todo el día al verde donde crezca la esperanza”

Artículos relacionados :