Cuba: La crepitación de los cuerpos y la elocuente performatividad del silencio / Ileana Diéguez


Por Ileana Diéguez

La isla de Cuba es uno de los territorios más disputados por los imaginarios, las ideologías y los cuerpos.
    El contrapunteo cubano del azúcar y el tabaco, como diría Don Fernando Ortiz, parece enmarcar los relatos de euforia, goce y silencio en torno al mito.

   Desde un abanico de formas de vulnerabilidad y resistencia hemos vivido los estallidos sociales y las amplias protestas en ciudades de este continente. Son ampliamente conocidos los casos de Chile y Colombia, pero muchas veces cuestionadas las manifestaciones y protestas masivas en Venezuela, Nicaragua y Cuba. Los llamados gobiernos de “izquierda” en Latinoamérica son incuestionables para un pensamiento que ha devenido militancia partidista religiosa. La vulnerabilidad y la resistencia implican formas de acción situadas con costos muy distintos según el lugar donde se ejerzan. Qué sucede cuando la resistencia se define como acción ilegal por las fuerzas de un Estado como el cubano, que castiga la toma del espacio público para cualquier tipo de protesta pacífica. Cómo pensar la vulnerabilidad y la resistencia de personas vigiladas por policías secretos vestidos de civil que te impiden salir de la puerta de tu casa. Cómo pensar el derecho a tener derechos cuando las y los manifestantes de una protesta pacífica son golpeados, arrestados, sacados a la fuerza de sus casas, mantenidos en paraderos desconocidos, en calidad de desaparecido/as forzadamente porque han sido detenida/os por las fuerzas del Estado y a sus familiares se les niega información.

    Las protestas de jóvenes, mujeres y hombres, que no representan la retórica patriarcal y machista “del hombre nuevo”, han sido reprimidas antes del 11 de julio. Entre los sucesos más recientes es necesario mencionar el Movimiento San Isidro (MSI), un colectivo de activismo ciudadano, arte y solidaridad comunitaria que nace hacia finales del 2018 en el popular barrio habanero de San Isidro, integrado por artistas independientes y disidentes que se opusieron al decreto 349 a través del cual se regula la vida cultural y artística en el país y se obstaculiza el trabajo independiente. Desde la década de 1980 Amnistía Internacional viene documentando el “hostigamiento y detenciones arbitrarias de artistas independientes en Cuba debido simplemente a la expresión pacífica de sus opiniones por medio del arte”.

    La noche del 26 de noviembre de 2020 vario/as integrantes del MSI fueron sacado/as violentamente de la casa de uno de sus miembros donde sostenían una huelga de hambre y sed en protesta por la detención arbitraria del músico rapero Denis Solís. Al día siguiente cientos de jóvenes artistas comenzaron a reunirse ante el Ministerio de Cultura para pedir un diálogo con las autoridades y presentar sus demandas, exigiendo el cese de la represión y la liberación de los integrantes del MSI. Fueron más de trescientos los jóvenes que esperaron desde la mañana hasta la noche para que un viceministro los atendiera. Varios policías fueron movilizados en las inmediaciones y estaban al acecho. Fue necesario que los participantes de aquella manifestación, reconocida hoy como M27, solicitaran garantías para un seguro regreso a sus domicilios. Desde entonces las y los miembros del MSI y principales activistas y artistas que encabezaron el M27 han permanecido bajo una ilegal prisión domiciliar y estricta vigilancia policial.

   El domingo 11 de julio se inició una manifestación popular en San Antonio de los Baños, a casi treinta y cinco kilómetros de La Habana, y se extendió a numerosas ciudades y poblados de la isla. Eran mayormente jóvenes, las nuevas generaciones donde fracasó el mito del “hombre nuevo”. La gente salió a la calle harta de demasiadas cosas, del hambre, de negociar poquitos en el mercado negro y pagar por lo que fuera -arroz, huevo, leche, cualquier fibra- a precios inimaginables; de la dolarización de la economía y el difícil acceso a productos de primera necesidad vendidos en moneda extranjera; de la precarización de la vida que ha agigantado las desigualdades. La gente se hartó de no tener las medicinas necesarias, del miedo al Covid, de la falta de recursos para contenerlo, de la saturación de hospitales, de la muy deficiente atención médica porque no hay con qué enfrentar la crisis sanitaria que cobraba primero cientos y después miles de vidas.

   La situación más alarmante estaba focalizada en la provincia de Matanzas, inundada por el turismo que llega a Varadero. Las personas en Cuba acuden a las redes sociales, a la donación y el intercambio, al mercado negro para conseguir medicamentos a muy altos costos. La gente se manifestaba por la suspensión del servicio eléctrico hasta por doce horas diarias en algunas poblaciones, como en San Antonio de los Baños. La vigilancia y persecución a cualquier declaración de descontento, la represión sistemática de cualquier gesto de disenso, la falta absoluta de libertad de expresión, fueron las causas más poderosas que impulsaron la protesta en las que se escuchaban las consignas “Patria y Vida”, “Abajo la dictadura”. Nadie pensó en el “bloqueo”. Los problemas de Cuba no vienen del embargo o llamado “bloqueo”, que para nada puede explicar lo que está sucediendo hoy. Pese al “bloqueo”, la oligarquía que monopoliza la producción y el comercio nacional e internacional ha continuado con sus visibles privilegios.

    El llamado “bloqueo” no puede justificar la represión desatada por el Estado contra cientos de personas que protestaron pacíficamente. La violencia se desató abiertamente cuando en horas de la tarde de ese domingo el presidente llamó a enfrentar a los manifestantes: “la orden de combate está dada”, dijo, una frase que devino autorización para el linchamiento y la represión por parte de militares vestidos de civiles armadas con palos y varillas, y de cuerpos policiales y castrenses que no dudaron en abrir fuego. El servicio de internet fue cortado por la empresa estatal que controla las comunicaciones. En horas de la noche cientos de personas fueron sacadas violentamente de sus casas, sobre ellas y ellos pesa la acusación de “desacato a la autoridad”, “desorden púbico y resistencia”.

   El saldo de personas detenidas -varias desaparecidas forzadamente- ha sido de más de 700, entre las que se cuentan menores de edad (menores de 18 años). Varios jóvenes han sido condenados mediante juicios sumarios, sin derecho a defensa. Recientemente han excarcelado a algunas personas, fundamentalmente artistas, pero ninguna ha sido absuelta, esperan los resultados de la apelación en sus domicilios. La lista se actualiza continuamente desde un Excel colaborativo y público, realizado por activistas en colaboración con la asociación independiente Cubalex. En ese documento se informan nombres con los dos apellidos, el lugar donde fue vista la persona por última vez, provincia, hora y fecha de detención, último reporte, edad, fecha de nacimiento, género, color de piel, profesión, verificación, sentencia, fecha y fotografía. Se incluyen las personas que fueron o están detenidas, bajo sentencia en prisión o bajo arresto domiciliario, o liberadas con multa. Personas en proceso de verificación y en situación de desaparición forzada. El 12 de julio, en los enfrentamientos entre habitantes del Barrio La Güinera (Arroyo Naranjo, La Habana) y militares, un disparo provocó la muerte de Diubis Laurencio Tejeda, de 36 años.

    La protesta, reconocida como un derecho cívico que de manera general es respetada y gana solidaridades internacionales, en Cuba es penalizada. Las manifestaciones cívicas del 11 de julio han sido violentamente reprimidas por el Estado y su cuerpo armado que salió a las calles a cazar y disparar, como si de delincuentes se tratara; que arremetió contra miles de personas desarmadas, apenas con teléfonos con los que grababan los hechos. En horas de la noche continuaron las cacerías, fueron a buscar a los manifestantes a sus casas, sacados a la fuerza, baleados y ensangrentados, mientras destruían cuanto estaba a su paso, sin importar los niños, los familiares y vecinos aterrorizados.

   De acuerdo a la comunicación de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, a partir de la Declaración proclamada por la Asamblea General de la ONU en su resolución 47/133 del 18 de diciembre de 1992, se producen desapariciones forzadas siempre que “se arreste, detenga o traslade contra su voluntad a las personas, o que estas resulten privadas de su libertad de alguna otra forma por agentes gubernamentales de cualquier sector o nivel, por grupos organizados o por particulares que actúan en nombre del Gobierno o con su apoyo directo o indirecto, su autorización o su asentimiento, y que luego se niegan a revelar la suerte o el paradero de esas personas o a reconocer que están privadas de la libertad, sustrayéndolas así a la protección de la ley”.

   En Cuba se utiliza la estrategia de la desaparición forzada como instrumento de control y temor. Al régimen que gobierna en Cuba se le ha asociado a una dictadura que es un referente latinoamericano del terror impuesto por un grupo de poder militar. Pero como ha dicho la socióloga argentina Claudia Hilb, “el concepto de dictadura tal como se usa es más una calificación moral que un concepto político conveniente para este tipo de régimen”, e insiste Hilb, es necesario pensarlo “en la senda de las definiciones de los regímenes totalitarios” o “régimen de dominación total”. En Cuba vivimos bajo las formas de control totalitario -en lo económico, social y político- a la usanza del modelo soviético; fuimos educados bajo formas de control y vigilancia policial disfrazadas de formas colectivas barriales, como los Comités de Defensa de la Revolución, desde los cuales cada vecino era el vigilante e informante de lo que sucedía en la casa contigua. En consecuencia, el aparato de la policía secreta es la institución más eficaz en la isla, la más temida pero también la más indeseada.

   Es visible cómo el poder ha puesto en marcha una gramática que evidencia su alta capacidad represiva. El poder se manifiesta a través de un sistema representacional que es apenas la parte visible de su ordenamiento ceremonial. A partir de la noción de “teatrocracia” desarrollada por Nicolas Evreinov para definir las representaciones del poder, Georges Balandier reflexionó en torno a estas representaciones, que alcanzan su esplendor en las sociedades totalitarias. La teatralidad sirve al poder para transmitir pedagogías de control. Según Balandier, en su modo más dramático el poder “afirma su energía” activando la violencia institucional y convirtiendo la escena política en “un teatro trágico” donde la clave del drama es la muerte moral o incluso física de aquellos a quienes habrá que sacrificar para salvaguardar valores supremos. De manera que la coreografía desplegada por unos agentes del Estado para vigilar, apalear, desaparecer y detener ilegalmente los cuerpos del disenso hace parte de una teatralidad destinada a diseminar políticas del miedo como forma de control político y social.

   El teórico ruso Iuri Lotman estudió la semiótica del miedo en el marco de una semiótica de la cultura. Cuando se sufre el miedo se vive una situación de peligro. La parte de la sociedad identificada como peligrosa debe ser extirpada. Las reflexiones de Lotman están situadas en contextos europeos marcados por una “cultura del miedo”, entre los siglos XV y XVII. Me interesan estas reflexiones lotmianas para pensar ciertas lógicas totalitarias con las que actúan las fuerzas represivas del Estado cubano. La socióloga argentina Claudia Hilb plantea que, pasado el fervor revolucionario, el régimen cubano se ha regido progresivamente por el principio de acción del miedo. Tal accionar está dirigido al despliegue de una política del miedo, que en las actuales circunstancias debe enfrentarse a una sociedad que comenzó a desmontar la cultura del miedo que ese Estado creyó consolidar. Cuando una parte importante de la sociedad cubana salió a las calles comenzó a desmontar la cultura del miedo, pero desde entonces las fuerzas del poder imponen políticas de represión para controlar y atemorizar. Una política del miedo implica un sistema de representaciones y un conjunto de performatividades dirigidas a producir temor social bajo la creencia de que todo está bajo control. Las políticas del miedo operan como estrategias para perpetuar una cultura del miedo allí donde hay señales evidentes de que ya están siendo desmontadas o de que ya no operan igual gracias al desacato social.

    No es posible sostener relatos fantasiosos para justificar ningún poder. Es preciso desmontar los mitos, las narrativas patriarcales que están en el centro de eso que se ha nombrado “utopía”. Se ha ido construyendo una performatividad extraña, seccionada, donde los relatos ideológicos parecen anular los afectos. ¿Cómo entender que buena parte de los discursos en torno al dolor, la injusticia y la violencia están dirigidos a zonas de encuentro políticamente correctas? ¿Qué ocurre ante las violencias totalitaristas que se producen en territorios históricamente ubicados como “zonas de izquierda”? ¿Qué nos ocurre cuando estamos dispuestos a visibilizar las violencias producidas por patriarcas neoliberales, pero guardamos el más absoluto silencio ante las violaciones de los patriarcas adjetivados “de izquierda”? Cuál puede ser el alcance de la performatividad del silencio que se impone sobre aquellos asuntos que son justificados desde consignas ideológicas.

   Cuba está irremediablemente rota, como ya ha sido dicho. Irreversiblemente desde el 11 de julio. No hay alma que vuelva al cuerpo apaleado, no hay paz posible en un escenario de odio, represión e injusticia. Hay demasiada ira acumulada, demasiada humillación, demasiad destrozo de la dimensión cívica.

    Cuba es un ave de presa. Parece ser la última carta que se juega el imperio ideológico del totalitarismo comunista. Se la están rebanando los que estuvieron siempre deseosos de utopías, carentes de sueños, los invitados al actual festín necropolítico. A Cuba la convirtieron en una piedra, en un souvenir que guardan en sus residencias en otras ciudades donde sí pueden sostener el derecho a tener derechos. A Cuba nos la explican quienes gozan del más repudiable privilegio de hablar en nombre de otros, de usurparles sus historias, nuestras historias. Cuba es una catacresis, una metáfora muerta en las voces señoriales de intelectuales de izquierda que inevitablemente se posicionan con su elocuente performatividad del silencio. ¿En nombre de qué se sigue mitificando la vida no vivida?

Ileana Diéguez Caballero ​​ es una filósofa y crítica teatral cubana, radicada en México. Es considerada una de las principales referentes de la teatrología latinoamericana contemporánea. 

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