El quiosquero y el cine de autor / Carlos Calvo

PCalvoCarlos1
Por Carlos Calvo 

  Dice el quiosquero que hay hombres –y mujeres- con los que uno se roza por las derivas impuestas de la vida y otros en los que se hace sitio por elección. Estos últimos son los necesarios, los inesperados, los cómplices, los escasos.

    Al quiosquero le gustan las personas leales con los amigos y con los enemigos, y cree en las que creen en la batalla y en la impureza de los días, las semanas, los meses, los años, las que saben del placer por puro escepticismo, las que entregan salvas de pólvora y ramalazos humanos de una leve tristeza apresurada. Le gustan las personas que no gastan bandera, pues toda bandera es un trapo que acumula mierda. Le gustan las personas que manejan una libertad que pueda estallar en cualquier instante con algo de cinturón de dinamita. Le gustan las personas que nunca dan lecciones ni perpetran un consejo, solo pistas para no caer en la trampa del ruido de mundo muerto. Por eso, tal vez, le gusta tanto el cine de autor, el que hurga en las emociones y chapotea en la condición humana.

  Sostiene el quiosquero, no obstante, que el cine de autor está en peligro de extinción –como el lince ibérico, el tigre de Bengala o, ay, cualquier quiosco de prensa-, amenazado por las grandes maquinarias cinematográficas que, encima, andan moldeando los gustos de la audiencia. Sin embargo, el quiosquero no se pliega al desánimo y sigue a lo suyo, en busca del arca perdida. De vez en cuando, o de cuando en vez, se topa con alguna película que merece la pena y sintoniza con esa voluntad de cartografiar los sentimientos, cuestiones más bien complejas como la culpa, el perdón y la redención. La redención, esto es, solo puede darse a través de seres humanos y mediante un acto de perdón o de amor. A veces, lo más difícil es perdonarse a sí mismo.

  Al fin y al cabo, la complejidad de las emociones humanas sigue ocupando el epicentro de su manera de entender el cine. Al quiosquero, en efecto, le da la sensación de que el cine no está interesado en plasmar esa realidad ni en ahondar en las preocupaciones reales. Triunfan la fantasía y el escapismo, pero el cine de autor, maldita sea, cada vez está más reducido, es un nicho, y las grandes maquinarias lo está ocupando todo. No tiene muchas razones para el optimismo, aunque sí ve esperanza en el documental. Casi todo lo demás son secuelas de secuelas de secuelas. O, peor aún, precuelas de precuelas de precuelas. Y eso es algo que va a tener, más temprano que tarde, un efecto muy profundo en la próxima generación de espectadores.

  El quiosquero se lo ha visto todo, es una enciclopedia andante del cine, un patrullero fílmico, al tanto de las nuevas películas, de los ciclos de la filmoteca o de cualquier acontecimiento cinematográfico, por pequeño que sea. Y ve con perplejidad en los realizadores de nuevo cuño que no tienen ni idea de la historia del cine. Ahora bien, de superhéroes se lo saben todo. Para el quiosquero, con perdón o sin él, los superhéroes son el invento más aburrido del último siglo. Escapar de nosotros mismos, afirma el quiosquero, no nos va a llevar a ningún sitio, excepto a una isla en la que no sabremos cómo vivir. El viaje a ninguna parte.

Artículos relacionados :