Por Eugenio Mateo
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Me ha parecido apreciar un movimiento inusitado en el número de velas que arden en las iglesias. Uno de estos descreídos que tanto abundan diría que es a causa del miedo; como si de pronto, de la molicie social emergiera el miedo a perderlo todo y el recurso del cobijo divino recuperara el papel que nunca perdió del todo.
Se llenan los templos y el olor narcótico de la cera quemada surfea en las plegarias. Como soy alérgico a los psicotrópicos, el médico me ha prohibido que pise la iglesia sabiendo que como comulgante de diario, esta prohibición convierte en antagonistas a la salud del cuerpo y a la del alma en una penitencia difícil de asumir. Mi coach espiritual dice que es porque la gente está recuperando la fe, sin embargo no creo a ninguno de los tres. Creo simplemente que es el frío el que lleva a la gente con su candela piadosa a buscar el bienestar sagrado que no encuentran en sus casas.
Se avecinan malos tiempos para los que creyeron que Jauja duraría siempre, y veremos dónde acaba la megalomanía y en qué se convierte a Jauja. Mientras tanto, he acudido a la ucronía como recurso literario para imaginar el motivo secreto de las velas y poder elucubrar —el papel todo lo admite— con el calor cimbreante de sus llamas.
No, la gente no irá a las iglesias a calentarse, hay sitios mejores para ello, ni prenderá fuego a los muebles de su piso. La gente, una gran parte de la gente, casi todos, darán al off de sus enchufes y se pondrán dos jerséis para meterse en la cama. Recuerda esto a los tiempos de autarquía en los que se calentaban demasiados con botes de sal y alcohol ardiendo. El asunto de la pobreza energética es de tanta importancia que no admite ninguna gracia, como no la tiene el expolio. Es expolio grabar a una familia con más del 30% de sus rentas para poder calentarse cuando más lo necesitan. Es crimen de lesa humanidad aprovechar el aire ártico para subir las tarifas hasta el record dejando a la población sin suelto en el bolsillo a merced de ese propio Ártico. Aunque siempre se acude a las reglas de mercado para justificar lo injustificable: la oferta y la demanda, mon ami; ¡that´s the cuestión! Si el capitalismo puede llegar a ser salvaje en demasiadas ocasiones, este que practican las Eléctricas es además, cruel, pues juega con nuestra inferioridad ante las inclemencias. Sujetos con corbata de marca tienen el cuajo de decir en la tele que, hombre, es que no ha llovido, es que no ha soplado viento, es que este frío es imprevisible, y se quedan tan campantes dándoles igual hacer el bufo. Habría que preguntarles qué fue del futuro de las renovables, y a los otros cuándo dejaran de pensar en macroeconomía. En el paroxismo del cinismo comercial establecen un tramo preciso y sobrevalorado en la hora de la cena para que cada trago de sopicaldo se nos atragante. Desde las Uniones de Consumidores van a dar cursillos para el uso del ladrillo refractario y la bolsa de agua. Volver a lo ancestral es el último reducto antes que un megavatio nos alcance de lleno.
Cuantas veces la ira popular derribó de sus pedestales a los sátrapas, hubo una razón que la justificó ante la Historia. Hoy nos damos otras formas, más pacientes y conformadas ante las sutiles y arteras del absolutismo económico. Tienen razón las empresas eléctricas para pensar que el Estado son ellas. No hay más que mirar los miembros de sus Consejos para ver que efectivamente el Estado son ellos, césares y senadores eméritos que cobran mientras otros tiritan. Pocos recuerdan ya los tiempos de liquidación por rebajas de nuestro entramado industrial. La privatización de las enseñas empresariales como la Empresa Nacional de Electricidad trajo estos temblores, que se vienen a sumar a la penuria, por si no tuviéramos bastante.
Los partidos poco han dicho, salvo algún aspaviento obligado. Se están perdiendo una buena oportunidad de regenerarse ante sus votantes en un asunto tan de consenso. Deben ser poderosos los “luceros” y quien más, quien menos, pone sus barbas a remojar. Ellos sabrán.
Como estamos instalados en la gran mentira, voy a romper una lanza a favor de mi amigo y comandante de esta singladura del Pollo para hablar de huevos. El ínclito Dionisio Sanchez utiliza el huevo, frito en este caso, y con acompañamiento, faltaría más, como sabia táctica del contacto y la conversación. Los que hemos compartido esos momentos pasamos del colesterol como no pasamos de otras cosas porque resulta que hemos estado engañados desde los años 40 sobre el huevo y el colesterol, como sobre otras tantas cosas que nos afectan de manera capital. Los huevos fritos que come Dionisio salvaguardan su cerebro aplicado y oregolesamente periférico porque el huevo, entre sus muchas cualidades nutricionales, posee todos los oligoelementos necesarios para el cuerpo y sobre todo para el cerebro y no tienen colesterol, según concluyentes investigaciones. Otro tabú que se desvanece, como el del aceite de oliva, pescado azul, y tantos otros que demostraron que no siempre un científico trabaja para la humanidad.
—Seguiremos con ahínco por el unte de la yema, comandante—
El botín del consumo de estatinas convierte a una buena parte de la sociedad en clienta fija, de por vida. La amenaza de las arterias obstruidas se ha convertido, probablemente, en unos de los mayores éxitos de las Farmacéuticas, y el mito médico que las envuelve, en uno de sus más pingües negocios.
Vamos a esperar que no se les ocurra cambiar al formato intrarectal ni incluir en la caja un adhesivo con la cabezota del nuevo baranda con tupé a lo Elvis decadente. De todos estos lobbies no se puede fiar uno ni miaja. Otro día hablaremos de las Azucareras, cuando consiga calcular el número de anuncios con que intentan endulzarnos la boca porque son tantos que me cuesta. Multinacionales, por cierto, nada ajenas al desgraciado desvarío de las dietas de nuestras culturas milenarias.
Tanta paradoja tiene que ser, a la fuerza, malo para la salud.