San Valero de Zaragoza…y otros sitios / Guillermo Fatás

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Por Guillermo Fatás.
Catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Zaragoza
Asesor editorial del Heraldo de Aragón
(Publicado en Heraldo de Aragón)

    San Valero tiene, o tuvo, fiesta propia en muchos lugares, no solo en Zaragoza. Así, en Roda y en Enate, en Morillo de Tou. En Bueña, Cañizar del Olivar, Los Olmos y Valfarta, pero también en lugares mayores de otras partes de España como Segorbe, el barrio valenciano de Ruzafa, Mondragón, Sevilla…

   En algunas poblaciones, el santo se vincula al agua, ignoro por qué: así ocurre en la Puebla de Valverde, Seno o Ruesca.

Un obispo extraviado

   Por el motivo que fuera, el obispo Valero, que caminaba por tierras extrañas para él, acabó por extraviarse en un valle. El relato no aclara si había emprendido la caminata para escapar de perseguidores malintencionados –no eran buenos tiempos para los obispos- o andaba en algún quehacer propio de su oficio. El caso es que, exhausto y apremiado por una intensa sed, no encontró con qué saciarla en aquellos parajes: ni un arroyo, ni un charco, ni lluvia ni nada.

Solo había vino

    Cuando, al fin, casi agotado, llegó a Ruesca, con el hilo de voz que salía desfalleciente de su garganta reseca pudo pedir algo de beber. La falta de agua era total, absoluta (ya escribió Baroja que, cuando la sequía aprieta en Aragón, ni aún moscas se ven). Aquellas buenas gentes le ofrecieron, pues, el único líquido que tenían: vino. Valero lo aceptó de buen grado y salió del grave apuro.

    Una vez mitigado el padecimiento, pensó que debía devolver la merced a sus bienhechores y se le ocurrió que sería un buen regalo facilitarles algo tan esencial para la vida como el agua. Dicho y hecho, a la manera de moisés, se dirigió al caño reseco de la fuente y dijo: “Cuando Dios quería, de esta fuente agua salía”. Y el tubo se puso a manar, con gran alborozo de sus caritativos auxiliadores. Desde entonces, en prueba de gratitud, cada año, cuando llega el 29 de enero, acuden todos al lugar milagroso. El cura bendice el líquido que, mil setecientos años después, sigue brotando del manantial, dotado ahora de cinco caños.

   Esta Fuente de san Valero mana bajo una obra, de ladrillo a cara vista, en forma de templete. Se accede a ella mediante una escalera y, por otra fachada, se entra pasando bajo  un arco rebajado. El tejado de la edificación remata en una esbelta hornacina, dentro de la cual se cobija una estatuilla del obispo. Encima, una sencilla cruz de hierro dota al templete con aires de peirón.

Ruesca, perfil particular

    En Ruesca, los festejos de San Valero tienen un perfil particular. La víspera de su fiesta, los vecinos van al monte, a la sierra del Espigar, para hacer acopio de leña en la pinada. Se corta con supervisión del agente forestal. Servirá para que, al día siguiente se encienda una buena hoguera. Durante la recogida de madera, en memoria del auxilio que dieron a Valero y que les resultó tan beneficioso, los ruesquinos se acomodan en el refugio que allí existe. Preparan un buen rancho de arroz y patatas y vierten vino de sus botas o botellas en una teja de la cual lo beben. Por averiguar está si eso de la teja es lo que hicieron sus ancestros con el legendario obispo perdido. La madera, cargada en tractores –porque ya nadie tiene carros y mulas como antaño-, se lleva a la plaza mayor.

    El  día 29 hay ceremonia litúrgica en la parroquia, que custodia una reliquia del santo. Concluida, y  a los sones de una música peculiar, alegre y pegadiza, que interpreta una charanga, vecinas y vecinos bailan, sueltos o cogidos, de modo regocijado, pero contenido. El baile es simple: media docena de pasos rápidos adelante y otros tantos atrás, entre vivas al patrono. Es curioso ver al cura, revestido, dando esos saltitos. La escena la preside el santo, sacado de la iglesia sobre unas andas cubiertas de la que cuelgan roscones. Las manejan cuatro vecinos, sin acepción de sexo. Por la tarde, tras las ‘completas’ –en el pueblo se sigue usando este horario de origen monacal- se enciende el gran fuego en la plaza. Los grandes troncos colocados sabiamente en alta pira, arderán toda la noche. Eugenio monesma lo filmó todo hace unos años.

Una albada que se fue

Antes del alba, un grupo de hombres, con una gran campanilla de sonido penetrante, recorría las calles del pueblo, llamando a la misa festiva. Decían a coro una cantinela, en la que el solista intercalaba este verso: “Préstame atención”, no sé si dirigido al santo o al vecindario durmiente. Tenía una parte histórica ( “Obispo y santo fue de Zaragoza”) y otra, implorante (“Te pedimos todos los cristianos nos libres y guardes de aquel mal dolor”, sin especificar cuál, quizá la sequía). Para ayudar al despertar, se disparaba un cohete al final de cada recitado. Me dice un informante que ya ha muerto esta práctica de los ‘rosarieros’. No obstante, la fuente sigue manando. Se ve que san Valero sigue siendo agradecido.

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