El tapicero / Andrés Sánchez Stuckler

PSanchez Stuckler  Andres
Por Andrés Sánchez Stuckler

   Hoy en día, el mercado consumista y de ocasión ha ido arrinconando, poco a poco, a estos maestros de la piel, pero los amantes de lo bien realizado preferirán, sin duda, recuperar ese viejo sillón orejero roído y ponerlo en manos de estos artistas.

Adelanto ya que ninguna firma –sueca o china-, por atractivo que sean el precio, podrá competir con una siesta, casi sin querer, viendo la televisión, en nuestro viejo y ahora ya lustroso, confortable amigo… sillón orejero.

No lo voy a negar: soy tapicero. Mi padre fue tapicero y mi abuelo tapicero como yo. Siempre me ha gustado utilizar los aperos y husillos de entonces. El martillo del tapicero, sí, ese compañero de fatigas que ha compartido vivencias, sinsabores, acompañándole en los momentos duros en la soledad de su taller. De soledad y sinsabores hablamos, pero también de orgullo y satisfacción al terminar y contemplar un trabajo bien realizado, que deja, esta vez sí, un agradable sabor de boca.

¡Ay, queridas tijeras! Hace ya mucho que dejasteis de cortar, no es que lo hicieras mal, pero, claro, un día en la puerta aparecieron tres claveles y ya nada volvió a ser lo mismo. Pero, querida amiga, tú siempre tendrás un sitio en el palco de este taller para que, desde arriba y en tu sitio privilegiado, observes y des consejos. ¿Por qué no a las nuevas generaciones?

Aguja e hilo vestirán grandes colecciones ‘pret-à-porter’, pero en el viejo taller de nuestro amigo el tapicero tan solo acertamos a vislumbrar estas delicadezas en los acabados finales, mientras en el corazón de ese tresillo sujetan, con fuerza, grandes cinchas bien tensadas. Y luego vienen, ay, los remordimientos.

A veces, si te giras muy rápido, no siempre, casi es posible pillar al orejero, agachando las orejas. El tapicero lo sabe. Lo observa de soslayo o en el reflejo de algún espejo del taller. Inquieto y crispado, él también lucha contra sus propios demonios, sabiéndose culpable. En la mejor de sus suertes, este ejemplar de orejero hubiera sido incinerado hará ya dos lustros, pero este aprendiz de alquimista lo ha privado del descanso eterno. Está muerto en vida como él. ¿Quién dice que no ha jugado a ser dios, que no ha ido contranatura como poseedor del grial? Demasiado atrevido. Acaso sea este el precio a pagar por ser tan osado.

Artículos relacionados :