La izquierda que la derecha necesita / Jorge Marqueta

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Por Jorge Marqueta 

     El primer acto político de la izquierda aragonesa tras el franquismo fue un mitin del PSA el 5 de febrero de 1977. Encuadrado en la Federación de Partidos Socialistas, planteaba una alternativa novedosa, socialista y aragonesista.

     En junio del mismo año, en las elecciones a Cortes Constituyentes llegó a tener un diputado, que se encuadró en el grupo que lideraba el intelectual D. Enrique Tierno Galván.

El PSOE, más entroncando en ese momento con la memoria de la guerra civil, planteaba una alternativa menos novedosa, pero auspiciada y ligada a la socialdemocracia alemana de Willy Brandt.

Esa izquierda socialdemócrata, con cuantos matices se quiera, sea desde un federalismo primero y un ténue regionalismo después -PSOE-, sea desde el difuso aragonesismo del PSA (y, después, desde posturas claramente aragonesistas de CHA), planteaba a la sociedad aragonesa, en principio, un modelo diferente a la derecha nacionalista española (UCD, después CDS; AP, después PP) o regionalista (CAIC, después PAR).

La izquierda aragonesa se ligaba a la socialdemocracia europea, hundía sus raíces históricas en el republicanismo de raíz ilustrada y francesa, con la adecuación federalista propia de nuestra historia, y admiraba los modelos de sociedad escandinavos, todo con un cierto pragmatismo y planteando alternativas posibles y rigurosas. Y así comenzó a andar la autonomía aragonesa en los años ochenta. Y esa izquierda siempre fue opción de poder real y alternativo a la derecha. Otra cosa es cómo jugó sus cartas la izquierda aragonesa y el papel del PSOE de 1999 a 2011. Pero eso no es objeto de este artículo.

Esa es la izquierda que la derecha teme en realidad, porque es la que puede cambiar la sociedad.

Hoy, treinta años después, en la izquierda aragonesa ha surgido con fuerza una alternativa de ideología difusa (no se reclaman ni de izquierdas, ni de derechas, ni monárquicos, ni republicanos), cuyo modelo son los regímenes dictatoriales y cuasi dictatoriales latinoamericanos y asiáticos, con un carácter fuertemente centralista (llegándose a plantear procesos electorales internos dictados desde Madrid con circunscripción estatal, algo de lo que no hay precedente), con una organización claramente piramidal donde el ámbito de decisión reside en apenas un puñado de personas, con fuerte personalismo cercano a la adoración al líder como en el régimen comunista norcoreano (llegando a incluir su imagen en la papeleta electoral, algo que solo había hecho Ruiz Mateos), un tono mesiánico y populista, frentista y antidemocrático, llegando a despreciar e insultar abiertamente a quien piensa diferente o forma parte de otra organización política. Arrogándose la representatividad de toda la ciudadanía a medio camino entre el modelo falangista y las “repúblicas populares” comunistas, con un fuerte componente nacionalista español (hablan de “la patria” y niegan abiertamete la realidad plurinacional del Estado) y despreciando el sistema democrático y la participación política de la ciudadanía a través de los partidos políticos que, con sus defectos, son el cauce normal de la ciudadanía en los asuntos públicos, a través de parlamentos y corporaciones elegidas conforme a una normativa electoral, tan criticable como se quiera, pero democrática y basada en el sufragio universal, libre, directo y secreto. Desde luego, mucho más democrático que una asamblea de apenas unos centenares, inscritos previamente para participar, y que se autodenominan representantes de “la gente”. Y, finalmente, confundiendo las instituciones, el partido, los sindicatos y las entidades sociales en un magma que recuerda el sistema de representación corporativo del fascismo italiano copiado por el franquismo y su representación «orgánica» a través de «tercios».

Y esa es, precisamente, la izquierda que la derecha necesita.

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