Frentismo / Eugenio Mateo

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Por Eugenio Mateo

Se encabrona la vieja derecha, la del confesionario y escapulario, la del orden y mando, la de la exclusión por cualquier método, la del “que inventen ellos”,  la de la impunidad, la del monopolio patriótico.     Se encabrita la nueva izquierda, la del hartazgo, la que se desahoga en las redes sociales, la que no llega a fin de mes, la del poder popular, la de la utopía, de los protagonismos asamblearios, del internacionalismo, la de otras actitudes.

No ha cambiado el país. Seguimos frentistas, inapelables ante las ideas del contrario. Se trata de mantener o alcanzar. Conservadurismo o progresía. La herida de siempre en una sociedad que nunca demostró condescendencia con el enemigo, como si enemigo significara trinchera o tiro en la nuca.

Duele España, como al poeta, y duelen los bandos irreconciliables, duele la falta de memoria, las estrategias excluyentes que llevan a la frustración, y duele la manipulación de la realidad, la ausencia palpable de objetividad.  De nuevo el péndulo, acción-reacción, el antes y el después. Y sin embargo, ni todos los que votan PP son fachas, ni todos los que votan a las nuevas formaciones son rojos, como tampoco los que votan socialista tienen pedigrí de la Segunda Internacional. ¿Entonces?

Conviene recordar que nuestras elecciones son absolutamente democráticas. Es un hecho al que pocos podrían rebatir y por tanto sus resultados son inapelables. Las causas del nuevo escenario político son tan obvias que hay que estar muy ciego para no verlas. El descontento social, del que excluyo a los causantes, ha dado la espalda a las políticas tecnócratas, tanto de liberales como de socialdemócratas  y les ha echado en cara su decepción y su cansancio. Así, una parte de la ciudadanía ha querido dar una oportunidad a los nuevos juglares que cantan de una vida mejor y tienen todo el derecho de hacerlo, rompiendo el idílico paisaje del bipartidismo. Si así lo quiere la Historia, tendrán ocasión de arrepentirse o de confirmar que no andaban equivocados. Los errores y los logros a través de un tiempo convierten a  los hechos en irrefutables y habrá que esperar lo que deparan las nuevas políticas. Por eso  no vale el previo y furibundo ataque de los perdedores, que lo han sido por méritos propios, ni el de los que se auto postulan como defensores del orden, porque el orden es de todos y de nadie. Pareciera que nos dijeran que el Estado son ellos, emulando a Luis XIV.

En el nombre de la democracia, de la que se alardea tanto en los discursos, se deberían respetar las reglas en un ejercicio de coherencia y dejar que los elegidos por el sufragio universal desarrollen sus propuestas o programas que tarde o temprano demostraran su viabilidad… o no. La aritmética parlamentaria y las reglas no escritas de los pactos son de ida y vuelta. Todo en calma, como algo natural, sin miedo al debate, que no al combate. Es el sistema político que nos hemos dado y resulta cuando menos ramplón andar cuestionando las reglas cuando los que ganan son otros. Por lo que parece, la altura de miras sólo alcanza el ombligo propio.

Los ataques mediáticos se camuflan en tertulianos que se prodigan en todas las cadenas con un sibilino mensaje de alarma. No sabemos si obedecen dictados o es que son así de cínicos, a lo peor, las dos cosas;  lo cierto es que nos quieren hacer comulgar con ruedas de molino y evitan, deliberadamente, reconocer que en otros tiempos la indignación de un pueblo destronaba a los reyes y que ahora los problemas se dirimen en las urnas. Apelan a cualquier detalle del que puedan sacar punta para sus fines de manipulación y hacen ostentación de desprecio hacia los nuevos jacobinos para alimentar la paranoia de la extrema derecha. Insisto en que es un juego peligroso que se les puede ir de las manos.

Cada uno tiene sus razones para  no darse por enterado de lo que realmente pasa. Los llamados populistas tendrían que reconocer que el voto de la ilusión les ha aupado y que la ilusión es voluble; los grandes partidos deberían emprender la catarsis que traiga nuevos modos de hacer política para todos los ciudadanos. Todos al servicio de la sociedad a la que representan. No debe de causar alarma que los nuevos concejales traigan nuevos modos. Los símbolos también son interpretables. Ni debe de causar sorpresa que no siempre la lista más votada vaya a gobernar pues viene ocurriendo desde la Transición, además de que la Constitución no lo recoge. Si el concepto democrático de la mayoría no sirve, entonces, apaga y vámonos.

¿Por qué tanto pataleo? ¿Por qué no asumir los errores? Si siguen así, van a conseguir que la próxima vez, estos a los que llaman bolivarianos ganen de verdad y se instaure la moda de los horribles chandals de Maduro. Bromas aparte, si al final llegara petróleo barato, podríamos viajar más y aumentaría el PIB, lo que podría perpetuarles en el poder sine die. Ya se sabe que la sociedad de consumo es acomodaticia en la renuncia de sus ideales.

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