Por Manuel Medrano
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Mira tú el Medrano, diréis más de uno, qué título ha plantificado este mes. Pues vale, pues me alegro, pero no es casual.
Esto es que te rondan dos asuntos por la cabeza (me rondan más, ¿eh listillos?, pero estos entre ellos) y ves que tienen relación desde la perspectiva humanística. O, más bien, humana, demasiado humana (que diría Nietzsche).
No obstante estos precedentes, Calístenes fue uno de los críticos de Alejandro desde el momento en que el rey macedonio decidió asumir el ceremonial persa, con prácticas tales como la “proskynesis” de sus súbditos ante él. Esta costumbre oriental consistía en la postración de rodillas y en tocar el suelo con la frente en esta postura ante el rey, como muestra de devoción ante el soberano por su naturaleza divina. Esta práctica asumida por Alejandro fue mal recibida por los macedonios y los griegos de su ejército y su burocracia, entre los que se contaba Calístenes, quien en una ocasión “ofendió” al rey no postrándose ante él. Esto supuso la caída en desgracia del historiador ante Alejandro, quien más adelante acusaría a Calístenes de estar detrás de la denominada “conspiración de los pajes”. Calístenes fue detenido y encarcelado, ya que debido a su condición de heleno no podía ser enjuiciado por un tribunal macedonio, muriendo durante su cautiverio bien a causa de las torturas, bien por inanición. El triste final de Calístenes fue conmemorado por su amigo Teofrasto en un singular tratado («Calístenes o sobre el llanto»), que dio a conocer durante una visita a Atenas.
O sea que Calístenes, harto de no seguir la ética que cualquier griego libre y bien nacido consideraría fundamental, y de adorar como un dios al humano Alejandro, se plantó. Y el todopoderoso macedonio, inmerso en su enfermiza apoteosis, le mandó matar. La estética de la libertad, no postrarse ante otro hombre, le resultó fatal. Y la acción ética de un amigo, Teofrasto, nos permitirá recordarle siempre.