Por María Dubón
Si está desempleado, sepa usted que un francotirador le sigue los pasos. Es un enemigo paciente, frío, implacable, hábil y silencioso, que dispone de la mejor arma para destruirle.
Reunirá sus miedos, sus frustraciones, su inseguridad, su impotencia, su desesperación y su falta de ánimo para crear una bomba, la pondrá en sus manos y hará que usted se autodestruya.
La crisis económica deja secuelas en quienes la padecemos, especialmente en quienes estamos sin empleo y buscamos, de una forma ya desesperada, cómo ganarnos las habichuelas.
Cuando recibes la carta de despido, te afecta, pero entiendes que en estos tiempos y con la que está cayendo era cuestión de tiempo que tu empresa decidiera prescindir de ti. Eres optimista, con tu experiencia y con tu preparación, no te costará encontrar otro empleo, y mejor aún que el que tenías. Te tomas la situación como unas vacaciones, que agradeces. Dispones de tiempo libre, descansas, te pones al día con las tareas pendientes, disfrutas de esos días antes de incorporarte al nuevo puesto que te espera en alguna parte.
Pasan las semanas. Pasan los meses. Caes bruscamente de la nube. Encontrar empleo no resulta tan fácil como suponías. No hay ofertas relacionadas con tu especialidad ni para desarrollar ninguna otra actividad para la que estés capacitado. Te rechazan en una entrevista laboral porque te encuentran sobrecualificado para el puesto, en las otras te despiden con el consabido: Ya le llamaremos. Asoma la ansiedad, el insomnio, las primeras dolencias somáticas. Tu autoestima se viene abajo. Eres un perfecto inútil, una carga para la sociedad, y recibes una limosna llamada eufemísticamente subsidio. Tu mundo se tambalea.
Pasa un año. Pasan dos años. Te resignas. No vas a encontrar empleo. Buscar trabajo se convierte en una tortura que aumenta la sensación de fracaso. Piensas en tirar la toalla. No te quieren en ninguna empresa. Ya ni recibes la limosna mensual, pero el banco no se olvida de ti y sigue enviándote facturas cada mes. Ves a gente rebuscando en los contenedores, a los que piden en las aceras, a los que se han quedado sin hogar, a los que duermen en los cajeros… y estás contemplando tu imagen. Dentro de nada, tú serás uno de ellos. Ahora, a todos tus males, se suma una depresión de caballo y ni siquiera tienes dinero para recurrir al psiquiatra. Tu vida social se ha reducido a nada, no puedes destinar ni un céntimo al ocio porque salir cuesta una pasta que siempre necesita mejor destino. Cada invitación de los amigos es otra puñalada a tu maltrecho ego. Solo te relacionas con otros parados que conoces de la oficina de empleo o de algún cursillo. Sus desgracias agravan las tuyas. Sientes empatía por Fulanito que, tras perder su vivienda, se ha visto forzado a trasladarse con su familia a casa de sus padres. Sientes tuyo el dolor de esa mujer de sesenta años, no puede trabajar ni jubilarse porque le falta tiempo de cotización para recibir una pensión digna. Lamentas que Menganito acuda a un comedor de Cáritas para echarse algo caliente al estómago. Eres un experto en encontrar sitios que ofrecen ventajas a los desempleados, en la caja presentas la cartilla del paro que acredita tu condición de paria y obtienes un descuento. Te hallas al borde del suicidio. No merece la pena seguir viviendo una vida que no es vida.
Existen muchas soluciones para salir de esta situación. Te dicen que si tu currículum circula por todas partes, si tu entorno social sabe que buscas una ocupación, si acudes a tal o cual asociación u organismo, si mantienes una actitud positiva, si no pierdes la dignidad en el intento, puedes escapar del agujero. Pero esto te lo dicen personas que trabajan, que perciben una nómina, que no sufren a diario tu mal.
Aquí unos datos. Según un estudio publicado por la revista «British Medical Journal», el desempleo es un factor de riesgo que se relaciona con el padecimiento de enfermedades psiquiátricas en personas menores de 65 años. Otra investigación indica que si se toma a Europa en conjunto, la mortalidad entre los desempleados es un 20 por ciento mayor que la del resto de la población. Algunos especialistas han detectado un aumento exponencial de personas que se quitan la vida en los países y regiones con altas tasas de paro, como Irlanda, Escocia y España. Otros calculan que la incidencia del suicidio es tres veces mayor entre las personas sin trabajo.
Los desempleados tienen una mayor tendencia a padecer hipertensión arterial, trastornos digestivos y problemas respiratorios, cardiovasculares y musculoesqueléticos, así como obesidad, diabetes y toxicomanías, según la Asociación Española de Especialistas en Medicina del Trabajo (AEEMT).
El síndrome del desempleado es una nueva realidad que haría las delicias de mi “querido” Sigmund. No sé cómo se supera, pero si lo logro, prometo volver para contarlo.