Los estrenos en los cines: Paisaje en las sombras de la batalla


Por Don Quiterio

   Estamos en 1937, en plena guerra civil. En el frente estratégico de Aragón, del que se dice que Franco mantiene en vilo para que la sangrienta y cruel contienda dure más tiempo, un oficial republicano (Marcel Borràs), al que han destinado a un puesto temporalmente inactivo, conoce a una enigmática viuda (Núria Prims) de la que se enamora, y que conseguirá embaucarlo para falsificar un documento y convertirse en la señora de la comarca.

    Así arranca ‘Incierta gloria’, la nueva película del mallorquín Agustí Villaronga (‘Tras el cristal’, ‘El niño de la luna’, ‘El pasajero clandestino’, ‘El mar’, ‘Pan negro’) basada en la novela homónima de Joan Sales, en cuyo reparto aparecen los zaragozanos Luisa Gavasa, Jorge Usón y Fernando Esteso, este recuperado para un papel dramático, un molinero angustiado con sacar adelante a su familia. Rodado en los municipios de Sariñena, Lanaja, Pallaruelos de Monegros, Angüés, Barluenga, Quicena, Alquézar, Casbas, Caminreal, ruta del Jubierre, Alcubierre, Leciñena, Belchite, La Garriga, Jafre de Ter, Rubí y Barcelona, el filme olvida las escenas bélicas y se centra en la batalla interior de los personajes, cuyas ganas de vivir se ven desbaratadas. Esa es la “incierta gloria” de una película que teje una historia de pasiones amorosas y de amistades traicionadas donde también queda reflejada la lucha de clases y la situación social.

  Experto en relatos alucinados y claustrofóbicos, enfermizos y radicales, terribles y desgarrados, turbios y malsanos, ásperos y morbosos, el cineasta alterna ahora dulzura y crueldad bajos los motores de la traición y el sexo, la miseria y la ambición, en el que sobrevuela el tema de la inocencia corrompida por el mal, esa juventud que se trunca por la guerra, especialmente inspirado por su enfoque apasionado y bestial en la difícil traslación del material literario a la pantalla. El libro narra la contienda desde cuatro puntos de vista y tiene como característica la ausencia de cualquier signo de exaltación ideológica, convirtiendo el dolor en el gran protagonista de un texto que toma su título prestado de unos versos de Shakespeare. Más que de la guerra, del odio o de los muertos, Villaronga habla del paisaje en las sombras de la batalla, de las emociones de unos personajes complejos, acaso no del todo bien definidos por una complaciente dirección de actores. En cualquier caso, a través de una atmósfera putrefacta y venenosa, densa e irrespirable, el mallorquín regresa de nuevo a un escenario de sombras y otra vez lo que importa no es, en efecto, tanto el ruido de la batalla como todo lo que suena por dentro. Grave. Profundo. Doloroso. Incierto.

  ¿Se puede investigar la vida? ¿Es científica, empírica, la existencia, sus idas y venidas, sus éxtasis y sus socavones? Con ecos de Antonioni y de Bresson, en las películas del iraní Asghar Farhadi nadie es mejor que nadie. Todos somos perfectos en nuestras imperfecciones, o viceversa. No hay blanco ni negro. Todo es grisáceo, todos aciertan, todos se equivocan. Familia, adulterio, legado, soledad, risa, llanto y, por encima de todo, el peso del ayer. En ‘El viajante’ una joven esposa es violada por un intruso en el domicilio familiar. Los gestos, las miradas, los susurros adquieren aquí inequívocos significados, conforme el espectador asiste, conmovido, al desolador drama de un matrimonio de Teherán, amante del teatro en general y de la ‘La muerte de un viajante’, de Arthur Miller, en particular. Es el retrato de unos seres aferrados por una sociedad atemorizada en la que late una casi inevitable violencia subterránea. Una película de imágenes certeras, que encierra a sus personajes en unos asfixiantes encuadres, con una potente carga emocional cocinada a fuego lento. Todos los resortes del melodrama funcionan como una hermosa y sensible sinfonía, llena de sutilezas y hondura de diálogos. El cineasta narra con minuciosidad, con exactitud, con la misma que dirige a los intérpretes, para examinar unas vidas. Pero la vida no se puede analizar, no es científica. La vida es un examen constante.

  Desde el inicio de su carrera, el marsellés Robert Guédiguian entrega sin cesar películas conmovedoras (‘El dinero de la felicidad’, ‘Marius y Jeanette’, ‘De todo corazón’, ‘Marie-Jo y sus dos amores’, ‘El viaje a Armenia’, ‘Las nieves del Kilimanjaro’, ‘El cumpleaños de Ariene’) en las que ahonda en las heridas sociales. El cineasta viaja con sus personajes, a menudo perdedores, siempre dignos, a los que utiliza como espejos, e invita al espectador a solidarizarse con sus deseos y frustraciones. En ‘Una historia de locos’, basada en la vida del periodista español José Antonio Gurriarán (y su libro autobiográfico ‘La bomba’, publicado en 1982), que cuenta la historia de los descendientes armenios de las víctimas de un genocidio que no reconoce quiénes lo cometieron, Guédiguian decide reflejar su propia postura frente a los hechos sin juzgar jamás a unos ni a otros. La película, con un excelente arranque, no termina de mantener el ritmo a lo largo del metraje, pero acierta de lleno en un tono tan solvente como el propio tema: atentar contra la vida de los demás bajo el pretexto de motivaciones políticas. ¿Qué capacidad tenemos de perdonar?

  Una vida alterada personal y profesionalmente se percibe en ‘La chica desconocida’, de los hermanos belgas Luc y Jean-Pierre Dardenne (‘La promesa’, ‘Rosetta’, ‘El hijo’, ‘El niño de la bicicleta’, ‘Dos días, una noche’), un interesante drama sicológico centrado en el complejo de culpa de una joven doctora cuando no atiende la llamada de una joven inmigrante que es encontrada muerta poco después a escasos metros de su consulta médica. También merece la pena la francesa ‘La comunidad de los corazones rotos’, de Samuel Benchetrit, relato coral tenso y tierno a la vez que, entre el melodrama existencial y la comedia surrealista, utiliza los códigos de la abstracción para mostrar una delirante fauna humana en un desvencijado edificio del extrarradio parisino. O la francobelga ‘Crudo’ (Julia Ducournau), preciso e impactante terror de una joven que descubre por azar el efecto que le causa comer vísceras crudas o sangre recién derramada, una suerte de versión antropófaga del Cronenberg de ‘Inseparables’ en su discurso sobre el empoderamiento femenino. O la danesa ‘Bajo la arena’ (Martin Zandvliet), atractivo filme bélico ambientado al acabar la segunda guerra mundial que aborda el sórdido capítulo de la recogida, por parte de prisioneros alemanes, de unas minas que cubrían el litoral danés, una condena a volar por los aires. O la china ‘Yo no soy madame Bovary’, de Feng Xiaogang, esteticista y desequilibrada historia que reniega de la antiheroína adúltera de Gustave Flauvert, según la novela de Liu Zhengun -también firma el guion-, de discurso machacón, plomiza puesta en escena, discutible pirueta final y una composición peculiar, pues en la mayor parte de los planos el encuadre es redondo. Interesante, en cualquier caso.

  Aunque no terminen de redondear sus propuestas, merecen asimismo consideración, con más o menos reparos, ‘El guardián invisible’ (Fernando González Molina), comercial thriller de asfixiante y fatalista atmósfera, pero del todo arbitrario y afectado, basado en una novela superventas de Dolores Redondo (como antes hiciera el director con las de Federico Moccia o Luz Gabás), en torno a una inspectora de policía atormentada por su pasado que investiga una cadena de crímenes en el valle navarro de Baztán; ‘Logan’ (James Mangold), eficaz y en exceso discursiva tercera parte de la trilogía dedicada al carismático superhéroe ‘X-Men’, el mutante de las garras metálicas, con aires de wéstern y cierta desmitificación del heroísmo épico; ‘El fundador’ (John Lee Hancock), drama biográfico sobre el ambicioso hombre que creó el imperio de la cadena de restaurantes de comida rápida McDonald’s en 1955, que simula criticar la falta de escrúpulos del capitalismo pero alaba su espíritu emprendedor; ‘Locas de alegría’ (Paolo Virzi), tópico relato de dos mujeres que escapan de un siquiátrico en el que están ingresadas, combinando la comedia, la tragedia y la molesta sensiblería, sin bucear convenientemente en el tema de las enfermedades mentales; ‘Gold’ (Stephen Gaghan), irregular drama con alma de sátira acerca del capitalismo feroz hibridado con un clásico relato de aventuras, el de la fiebre del oro que vuelve tarumbas a los ambiciosos protagonistas en medio de la selva indonesia, o ‘Kong, la isla calavera’ (Jordan Vogt-Roberts), enésima entrega del gorila gigantesco, que mezcla, algo plúmbeamente, elementos del original, ‘Parque Jurásico’ y ‘Apocalypse now’.

  Tampoco terminan de convencer ‘Zona hostil’ (Adolfo Martínez), narración en primera persona de la tensión y las contradicciones vividas en 2012 por los soldados españoles en Afganistán, un discreto melodrama bélico de voluntad realista y personajes poco perfilados; ‘Un hombre llamado Ove’ (Hannes Holm), facilona apología que apuesta por la heroicidad del hombre corriente, según una novela de Fredrik Backman, de un humor teñido de melancolía, seco, frío y sueco como su propio director; ‘Redención’ (Antoine Fuqua), previsible drama pugilístico al que le falta pegada, una mezcla descarada de ‘Campeón’ y ‘Rocky’, todo ya inventado; ‘El bar’ (Álex de la Iglesia), excéntrica combinación de comedia y thriller con mucho ruido y pocas nueces, pues te hace añorar esos bares que cuando logran perdurar obligan al visitante a convertirse primero en curioso, después en asiduo y finalmente en parroquiano, que es sinónimo de feligrés; ‘Imperium’ (Daniel Ragussis), trillado thriller donde un agente federal trabaja infiltrado para detener a un puñado de neonazis yanquis que intentan imponer como sea la supremacía blanca, a la manera del Friedkin de ‘A la caza’ (1980); ‘La bella y la bestia’ (Bill Condon), enésima versión del cuento tradicional francés, muy próxima a la animación dirigida por Gary Trousdale y Kirk Wise en 1991, con encorsetados números cantados casi idénticos a aquella, pero ahora con actores de carne y hueso para un conjunto plano, frío e inexpresivo, y ‘La cura del bienestar’ (Gore Verbinski), perturbador relato de terror entre una abúlica mezcla de intenciones que no apura sus posibilidades, con un ojo puesto en el espejo de la literatura gótica, donde el sanatorio o el doctor de malas vibraciones nada tienen que ver con la sobria pieza de Agustí Villaronga, a pesar de ese aura de autoría de su responsable. Incierta gloria.

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