Por José Joaquin Beeme

     Ferzan Öspetek ha tenido, como Almodóvar, su volver y volver, su homenaje a la mamá grande y su elegía a los años de formación, entre cine y literatura, cuando sin saberlo atesora uno el que será luego su museo de la inocencia.

   Nada que ver su percepción gay de la vida con la fiesta colorista y el cargadísimo mélo del manchego, porque el director turco-italiano viene conformando desde 1997 un cine homoerótico sutilizado en silencios, miradas, tiempos interiores, voces de la conciencia que cuentan la pulsión acre del vario amor, el dolor de la pérdida y sus extrañas restituciones, la atroz empresa de estar vivos o de renacer a cada instante. De Roma a su ciudad natal, Rojo Estambul ofrece sólo retazos de la Turquía moderna, brillante y nocturna, intelectual de cabeceo bohemio, tan occidental como decadente. Un viaje a la Turquía del alma que, en el espejo del Bósforo, afronta eternamente su doble naturaleza, Jano bipolar en cuyas manos brilla la llave de dos mundos (a mis amigos Esim, Mert y Oguz no les impotaría que les apodaran «sevillanos de Esmirna»). Gracias, precisamente, a esa vocación intercultural, nos llega la extraordinaria temperatura emocional que transmiten los actores turcos: Halit Ergenç (el escritor) y Nejat Isler (el cineasta) como alteregos de Öspetek, la infaltable Serra Yilmaz prorrumpiendo en trallas de comedia, Tuba Büyüküstün o el privilegio de unos ojos irresistibles… Todos mostrando con su arte, con su verdad representada, la pujanza de un país cuyos brumarios dirigentes quisieran mudo y enterrado.

El blog del autor: http://blunotes.blogspot.com.es/

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